LA PRIMERA NOCHE COMO LA ESPOSA NO RECONOCIDA

Claire se despertó a mitad de camino rumbo a la mansión del general, la lluvia era tan fuerte que aún se sorprendía de haber dormido tanto. El techo del carruaje era golpeado con tanta fuerza, que parecía derrumbarse en cualquier momento. A futuro, si el general así lo deseaba, modificaría un poco la intensidad de la barrera para que la lluvia que ingresara en ella no fuera tan fuerte.

—Hemos llegado—dijo Henry una vez que el carruaje se detuvo frente a su mansión.

Sin esperar a quién era ahora su esposa, así como el no aceptar el paraguas que le extendía su mayordomo, entró a su residencia completamente empapado. No solo no le apetecía saludar o ver a nadie, quería dormir lo más pronto posible para la reunión que tendría al día siguiente.

—¡Señor Henry!—dijo la ama de llaves, pero fue en vano. Siguió adelante sin prestarle atención.

—Julieta, ¿Qué ocurre?—preguntó el mayordomo una vez entró en compañía de los sirvientes, quienes sostenían con fuerza a la debil maga.

—Es que hay un problema con...—se detuvo cuando observó a la invitada de su patrón. Con una señal le indicó al mayordomo hablar un poco más lejos de Claire—el general no nos avisó de la llegada de la jovencita, ni siquiera tuvimos tiempo de calentar la habitación.

—Sabes bien como es el señor, Julieta. Ahora lo más importante es poder hacer entrar en calor a la señorita, es un milagro que siga en pie con lo debil que está—dijo el anciano intentando calmar a su compañera.

—¿Puedes prestarme la llave del cobertizo?, duplicare la cantidad de leña en la chimenea para calentar la habitación—pidió un poco más tranquila.

—Ves rápido, Julieta. Pediré que abriguen bien a la señorita mientras arreglan su cama—se giro de nuevo rumbo a donde estaba Claire.

Con mucha vergüenza pidió disculpas por la tardanza y la llevó al ala de invitados, justo en el último piso. No sabía quién era ella, pero lee daba lástima ver a un invitado de su señor en ese estado tan enfermizo. Por lo que el mismo supervisó que acomodaran a la señorita en el sofá frente a la chimenea y la envolvieran lo más que pudieran.

—Charlotte—ordenó a una de las sirvientas que habían acompañado a su patrón en el viaje—despierta a Don Joaquín y pide que prepare un chocolate bien fuerte.

La sirvienta asintió y se marchó de inmediato. Mientras que la ama de llaves encendía la chimenea y las sirvientas arropaban la cama, el mayordomo se colocó frente a Claire.

—Señorita, mucho gusto. Mi nombre es Israel, soy el mayordomo principal de la mansión del general Henry Green—dijo mientras arropaba con otra manta a la chica, la veía muy mal—usted es una invitada muy importante para nuestro señor, por lo que no dude en pedirnos lo que nos solicite.

Claire se rió para sus adentros, si realmente fuera importante para el general al menos hubiese avisado con anterioridad sobre su llegada y así se hubiesen ahorrado muchos problemas. Pero al menos le habían permitido dormir en una buena habitación, así que no se quejaba del todo.

—Lo entiendo, muchas gracias—solo se limitó a decir aquello.

Las mucamas del turno nocturno querían ayudar a desvestir y bañar a la maga, pero fueron detenidas por las sirvientas que la habían acompañado. Sin nada que poder hacer, dejaron a una pensativa Claire sola en aquella lujosa habitación.

Observaba sin emoción las llamas de la chimenea, esperando escuchar como la puerta se cerraba. Una vez se percató que no había nadie con ella, se dirigió a la puerta para colocarle seguro.

—Como duele...—dijo en un leve susurro.

Se acercó de nuevo a la chimenea y colocó sus manos lo más cerca posible del fuego. En noches como esas, y más cuando usaba una gran cantidad de energía mágica, el dolor de su pierna maldita aumentaba y el frío punzante se hacía agobiante.

—No vas a morir Claire, al menos no ahora y de la forma que ellos quieren...—dijo mientras varias lágrimas salían sin ella darse cuenta—vas a morir bajo tus propios términos, aún si tienes que sufrir por haber hecho el trato con un demonio.

Claire se quedó dormida hecha bolita frente a la chimenea, intentando entrar en calor. Tenía su mano derecha sosteniendo a la izquierda e intentaba en sueños recordar el calor del alma del general. Ella tampoco entendía muy bien porque ese hombre tenía esa calidez, siendo un completo desgraciado, pero tampoco profundizaria en ese tema. El general sería su opción más factible para tener una muerte dulce y digna.

Mientras la joven maga se adentraba al mundo de los sueños, Henry estaba tomando un baño dentro de su bañera. Su mente estaba observando las múltiples gotas de lluvia que golpeaban la ventana, así como los truenos que iluminaban la densidad de la oscura noche.

—Señor—dijo Israel—¿Necesita algo más?

—¿Cómo está la chica con la que vine?—preguntó sin apartar su vista de la ventana.

—Está descansando, señor—respondió un tanto confundido.

—Bien, puedes retirarte—ordenó sin ningún atisbo de emoción o preocupación por el estado de Claire.

—Buenas noches, señor—dijo después de dar una reverencia y salir de la habitación.

Era la primera vez que escuchaba a su patrón preguntar por alguno de sus invitados, el no se inmutaba ni por la salud de sus empleados. Estaba comenzando a preguntarse quién era en realidad esa chica.

Henry salió de la bañera una vez estando solo y se arropó con su toalla. Se acercó a la chimenea donde estaba su sofá y una pequeña mesa con una botella de whisky, y empezó a beber de ella. Degustando el sabor de la bebida dorada, no dejaba de pensar en Claire. Le causaba curiosidad saber como se desempeñaría ella en su nuevo cargo, no solo por su estado de enferma terminal, también porque pasaría la primera noche como la esposa no reconocida.

—Espero que no arruines mis planes, señorita Claire—dijo luego de terminar de beber su vaso para después irse a dormir.

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