19

Kai había perseguido el rastro de la criatura tras la muerte de sus padres, prácticamente toda la noche. No era muy difícil para él, ya que aquel monstruo sea lo que fuera, dejaba un rastro de sangre y caos a su paso. En su camino, Kai había encontrado otras casas pequeñas con el mismo aspecto de la suya.

No tenía que entrar para saber qué sus habitantes habían muerto brutalmente. Con solo ver esas cosas, el joven cazador sabía que aquella criatura no tenía escrúpulos a la hora de matar.

Luego de un tiempo, finalmente había llegado a la region de Kansai. El primer pueblo que se encontró en el camino, efectivamente, había sido arrasado por completo. Todos sus habitantes estaban descuartizados por todas las angostas calles. No había ni un solo sobreviviente.

Por la dirección en la que iba el rastro, asumió enseguida que la criatura se dirigía a Kioto. Dudaba mucho que esa cosa pudiera hacer algo en una ciudad tan grande, pero aún así no podía confiarse.

La perseguiría sin importar que, hasta finalmente obtener aquella venganza que tanto deseaba, aunque muriera en el proceso.

Al por fin llegar a la ciudad imperial, Kioto, todo transcurría con aparente tranquilidad. En ese lugar, justamente perdió el rastro de su presa debido a la gran cantidad de personas que transcurrían por las calles anchas. Era un lugar ciertamente hermoso, lleno de lámparas de papel en cada edificación.

Las casas y edificios estaban hechos en su mayoría de piedra y madera de la mejor calidad. Los techos tenían formas trianquladas que le daban cierto aire sofisticado al lugar. Era su primera vez en una ciudad tan grande e iluminada, en otro momento se sentiría muy extasiado, pero ahora lo único que sentía era desesperación por no poder encontrar el rastro de su presa.

—Mierda… —siseó entre dientes mientras buscaba por todo el suelo de tierra algo que lo guiara. Las personas caminaban a su alrededor y lo miraban como si él estuviera mal de la cabeza debido a su forma de actuar tan extraña y su vestimenta tan rara, pero a él no podía importarle menos.

No estaba ahí para divertirse, mucho menos para hacer turismo. Ya habían pasado muchos días desde la muerte de sus padres, y temía que el rastro se enfriara demasiado. Había caminado prácticamente día y noche desde la región cercana de Chubu, sin descanso y sin comer bien. Solo el deseo de venganza le daba fuerzas para seguir avanzando.

Decidió adentrarse a un callejón para intentar recuperar el aire. Se recostó en la pared y se dejó caer hasta sentarse en el suelo. Estaba muy debilitado, debido a las malas noches que había pasado últimamente. No lo demostraba, pero su cuerpo ciertamente estaba en su límite.

Justo cuando estaba a punto de quedarse dormido, un conocido aroma a lirios le llegó como una flecha al corazón. Siempre había tenido buen olfato, su padre a menudo le decía que parecía más un perro que una persona, por lo que su nariz no tardó en reconocer aquel olor.

Era ella, definitivamente era su olor. Un intenso aroma a lirio envuelto en el característico olor a hierro de la sangre. No importaba cuanto perfume o bolsas aromáticas llevara encima, ese olor a sangre podrida nunca se le borraba de encima.

De inmediato se puso en pie, y corrió hacia la calle principal donde las personas avanzaban de un lado a otro, demasiado envueltos en sus propios problemas para saber qué entre ellos caminaba un monstruo.

Intentaba avanzar lo más rápido que sus piernas temblorosas le permitían, mientras trataba de volver a distinguir ese aroma tan característico entre tanta gente. Ciertamente no era una tarea fácil, pero no se había equivocado. Definitivamente había captado su olor.

Inesperadamente, su cuerpo impactó contra alguien y por inercia terminó cayendo al suelo sobre su trasero. Parecía como si hubiese impactado con una pared o algo así, ya que el afectado apenas se inmutó. Cuando levantó la mirada, dispuesto a disculparse con la persona con la que había chocado, todo su cuerpo se paralizó y sus ojos aterrorizados se abrieron como platos.

Era una mujer más que hermosa, pero una belleza fuera de este mundo. Una belleza sumamente exótica e irreal. Su cabello, que en ese momento llevaba suelto y libre, era tan lacio que fácilmente podía confundirse con el agua. Sus mechones tenían el mismísimo color del sol, con un leve color blanquecino que le otorgaba cierto aire celestial. Su kimono era del color de las cerezas que hacía un extraño contraste con su cabello, tenía patrones de sakura en el Obi que rodeaba su cintura y sus sandalias eran demasiado altas, dándole el tamaño del que naturalmente carecía.

A primera vista parecía una niña de unos doce años muy hermosa. La gente que caminaba a su alrededor no dejaban de mirarla con curiosidad, ya que era bastante raro ver una extranjera por esos lugares.

La niña al notar a Kai en el suelo le sonrió y le extendió la mano para ayudarlo a ponerse en pie.

—¿Estás bien? —le preguntó. Su voz era delicada y cantarina, como las flores en plena primavera.

Kai no dejaba de boquear como un pez, más por la impresión, no por la belleza de la chica. Sus ojos fríos mostraban una sonrisa más que falsa, y su aroma…

Si, no había duda.

Ella… era la presa que tanto buscaba.

(…)

Al despertar de aquel recuerdo, lo primero que vió fué el fuego ardiente de una fogata.

Estaba tumbado en su costado, y cuando intentó moverse el dolor de su cuello lo golpeó con fuerza provocando un gemido en el joven.

—No debes moverte aún —le recomendó Ise sentada cerca de él.

Kai subió su mano y se tocó el vendaje que en ese momento rodeaba su cuello. Los recuerdos de lo sucedido no tardaron en inundarlo nuevamente y no pudo evitar gruñir de molestia. ¿Cómo no pudo haber anticipado que entre esos samurai podría haber algún monstruo como “ella”? Tal vez, no los identificó debido al olor a sangre que constantemente llevaban encima, después de todo, los samurais siempre estaban rodeados de muerte.

Sin embargo, aquella mujer tenía un olor más fuerte. Algo le dijo que entre todas esas criaturas, definitivamente ella era la más poderosa.

—¿Estás bien? —le preguntó la sacerdotisa preocupada.

Sin poder levantarse aún, Kai asintió con la cabeza y la joven continuó.

—Perdiste mucha sangre, por lo que no podrás moverte por un tiempo.

—Lo se —espetó él con un tono de voz cortante.

Ise suspiró molesta por la actitud del joven cazador y abrió la boca dispuesta a refutar pero el monje guerrero se adentró a la cueva llamando la atención inmediata de ambos.

—¿Quién eres tú? —preguntó Kai alarmado ante el desconocido.

El monje suspiró antes de responder.

—Soy tu salvador, mocoso. Deberías ser más amable con tus mayores.

Kai chasqueó la lengua con molestia y luego le dió un rápido vistazo antes de acomodarse nuevamente en el suelo.

—Eres un monje guerrero —espetó con desagrado.

El susodicho arqueó una de sus cejas con un deje de burla. Tenía su cabeza cubierta por el paño blanco que siempre llevaban los de su tipo.

—¿Tienes algún problema con nosotros? —preguntó.

—Para nada…

—Está bien, creo que deberíamos calmarnos —Intervino Ise con tono conciliador— Deberías agradecerle, después de todo él te salvó Kai…

—Yo no pedí que me salvara.

—Pero que mocoso tan irrespetuoso —el monje dió un paso hacia él dispuesto seguramente a darle su merecido pero Ise se puso en pie con rapidez e intervino entre los dos.

—Ya basta —bramó con fuerza— Tenemos cosas más importantes de las que hablar — se dirigió a Kai y continuó— Creo que ya es hora de que me cuentes qué demonios fué lo que sucedió hace un momento ¿no crees?

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