7

Un ave de plumas blancas como la nieve alzó el vuelo desde la rama de un árbol cercano, justo por encima de su cabeza.

Al notarlo, el joven cazador estiró el hilo del arco con su flecha justamente ubicada y cuando ya tenía perfectamente en la mira al animal, soltó la fibra elástica y dejó que la flecha viajara a gran velocidad, hasta atravesar efectivamente el torso del ave.

Desde su distancia notó cómo el animal se dejaba caer y el muchacho corrió rápidamente en su busca, adentrándose cada vez más en el bosque de tupidos árboles y vegetación.

Sus pasos eran ágiles y silenciosos, su cuerpo se movía con reconocimiento entre tanto verde.

Al llegar hacia donde había caído su nueva caza, se encontró con el ave muerta y sus plumas blancas manchadas del rojo de su propia sangre. Antiguamente se sentiría triste, pero era necesario hacer esto ya que su familia necesitaba comer. Tenía dos ancianos como padres que ya casi ni podían hacer las cosas por si mismo.

Su padre antes solía ser cazador, pero luego de que un oso le arrancara la pierna, se vió obligado a dejar esa vida que tanto amaba. Su madre era una mujer terca pero amable, que hacía milagros con lo poco que tenía. Los tres vivían en una pequeña cabaña en el medio del bosque montañoso, con paredes de madera y techo de paja.

Cuando atravesó el umbral del bosque en dirección a su hogar, tenía los hombros llenos de ardillas y conejos que había cazado, y en el bolso de tela que siempre llevaba, mantenía conservado las flechas ensangrentadas que había utilizado en el día.

Poco a poco el tiempo refrescaba. De hecho, en la montaña era bastante normal que la temperatura fuera tan gélida, además de que no todo el mundo podía vivir aquí debido a la carencia de oxígeno a esta altura. Sin embargo, él y su familia ya estaba acostumbrada a este modo de vida por lo que no le presentaba ningún tipo de problema.

Su hogar no tardó en abrirse paso ante sus ojos. Una ligera humeada salía de la chimenea en el techo, provocando que el joven cazador sonriera. El olor a estofado le llegaba de aquella distancia en la que se encontraba.

Abrió la puerta corrediza de su pequeña cabaña, esperando ver a su madre sentada en el suelo frente al fuego, moviendo el cucharón en el caldero de hierro; o a su padre sentado en algún rincón, haciendo cestas de paja para cargar madera. Por un segundo, esa imagen se plasmó en su cerebro como una instantánea, pero poco a poco la ilusión que había sido su realidad por tanto tiempo desapareció de su vista como simple humo.

El fuerte y característico olor a sangre atravesó sus fosas nasales como cuchillos. A sus pies podía ver como el líquido rojo corría hasta desbordarse por los escalones de la entrada a la casita.

Todo su cuerpo había quedado paralizado ante lo que veía en el interior sombrío de su hogar de toda la vida. Su padre destrozado en el rincón donde le gustaba sentarse todos los días, con el vientre abierto, mostrando el rojo de sus intestinos y órganos internos. La sangre salpicaba tanto en el techo, como en el suelo, pero lo que más le dolió, fué ver el cadaver de su madre desnuda, con el cuello destrozado y las piernas quebradas en una posición nada normal.

—¡Madre!

Un fuerte grito se liberó de lo más profundo de su garganta y de inmediato corrió hacia su madre, la cual tomó entre sus brazos sin importar ensuciar su vestimenta con la sangre. Entre gritos, las lágrimas cayeron de sus ojos como cascadas.

—Oh dioses… ¡Mamá… Papá!…

No entendía como algo como esto había pasado. Todo a su alrededor daba vueltas y era muy confuso. Hace un segundo, más en específico en la madrugada, cuando había salido en su acostumbrada caza matutina, sus padres estaban bien. Y ahora estaban destrozados y muertos. No importaba cuanto agitara a su madre, sus ojos abiertos y desbocados no mostraban ningún signo de vida. Una eterna mueca de terror plasmaba su rostro.

Los gritos aumentaron de parte de él al imaginar lo que podrían haber pasado su familia. Todo el dolor y el sufrimiento, nunca antes había sentido algo como eso.

Gritaba sin parar, no supo por cuánto tiempo, hasta que de improvisto sus ojos se abrieron y despertó de aquel doloroso recuerdo.

De pronto se vió bajo un techo de madera que no conocía. Estaba acostado encima de un edredón con un extraño olor a humedad que lo hizo estornudar.

Al escucharlo, Ise despertó de inmediato de su sueño. Despegó la espalda de la pared y suspiró aliviada al ver que el chico había despertado. El susodicho la miró fijamente por varios segundos, contempló que tenía las manos enguantadas y que su vestimenta había cambiado.

Ahora vestía su típica ropa de sacerdotisa, y su largo cabello era recogido por una coleta alta. Por un momento se sintió ensimismado al ver su hermoso y delgado cuello que se notaba aún más al tener su cabello recogido.

—¿Estás bien? —le preguntó ella acomodándose detrás de la oreja el flequillo que se había soltado del moño alto.

El cazador reaccionó rápidamente y se incorporó, pero no pudo evitar gemir de dolor cuando la herida en su hombro ardió por el brusco movimiento. Vendas blancas cubrían la herida que anteriormente se había hecho con una rama al caer de un árbol huyendo de esos samurais. Ise se sobresaltó al escucharlo e inconscientemente sus manos enguantadas se alzaron para tocarlo pero se detuvo a tiempo y retrocedió con temor.

Había logrado curar sus heridas sin tocarlo directamente, pero aún temía de las consecuencias que podría acarrear sobre el cuerpo del cazador.

—¿Cómo diablos te hiciste eso? —le preguntó la sacerdotisa.

El joven se miró su hombro vendado. Su rostro no mostraba ningún tipo de sentimiento. Parecía un muñeco sin emociones, que solo se movía por instinto.

—Me caí de un árbol —respondió sin ahondar mucho en el tema.

Ise frunció el ceño extrañada por su respuesta. Ciertamente, a ojos de ella, ese chico era muy raro. ¿Qué hacía en un árbol para empezar?

Ya que tenía el torso descubierto, el cazador rápidamente procedió a ponerse su respectivo kimono, colocando encima de su hombro el abrigo de piel de oso que lo protegía del frío.

—Creo que será mejor que me retire… —replicó poniéndose en pie. Mordió su labio inferior para evitar soltar otra exclamación de dolor. Recogió las pocas cosas que llevaba consigo, luego miró a la sacerdotisa e hizo una reverencia educada a modo de respeto— Muchas gracias por ayudarme, lamento las molestias ocasionadas.

Luego sin decir nada más, corrió la puerta corrediza provocando que la luz del sol mañanero se adentrara a la habitación.

Ise se puso en pie también.

—¿Qué es lo que vas a hacer? Esos samurais siguen rondando la zona…

El cazador se quedó en silencio por un tiempo que parecía eterno, luego suspiró y miró a la sacerdotisa sobre su hombro.

—No importa… —respondió— Voy a vengarme de todos esos malditos monstruos.

Los ojos de Ise se abrieron como platos ante la impresión de sus palabras. El joven terminó por salir de la habitación dejando a una confundida Ise atrás.

—¿Monstruos?

descargar

¿Te gustó esta historia? Descarga la APP para mantener tu historial de lectura
descargar

Beneficios

Nuevos usuarios que descargaron la APP, pueden leer hasta 10 capítulos gratis

Recibir
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play