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La solitaria niña jugaba en el bosque con un semblante algo triste. No tenía muchos amigos y ningún niño en la ciudad quería jugar con ella debido a su personalidad agresiva y explosiva.

Vestía un kimono color rosa algo sucio en la parte de los pies y las mangas. Odiaba que su madre le hiciera peinados extravagantes, por lo que la mayor parte del tiempo siempre llevaba el cabello suelto y desordenado. Parecía una niña salvaje, o al menos eso era lo que la gente decía de ella constantemente.

No sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que se adentró al bosque en contra de las órdenes de sus padres, pero no le importaba perderse. En ese momento, para ella, era mejor estar lejos de todos. No quería escuchar como constantemente la criticaban y se burlaban de ella.

Enojada, pateó con todas sus fuerzas una piedrecita que se interponía en su camino. Lo que no esperaba es que justo adelante, se encontraba otra niña, la cual fué golpeada por la misma piedra. La niña al sentir el toquecito en su pie, se giró lentamente y Riku asustada, rápidamente corrió y se escondió detrás de un árbol.

La niña vestida con túnicas de sacerdotisa, se giró confundida. Pero al notar que a su espalda no había nadie, su ceño se estrujó.

—¿Hola? ¿Hay alguien?

Riku se ocultó lo más que pudo detrás de aquel árbol, cubriéndose la boca con ambas manos para evitar hacer algún sonido que la delatara. Tenía mucho miedo, ya que a menudo había escuchado muchas cosas en el pueblo sobre la niña maldita del templo de la montaña. No podía creer que había caminado tanto tiempo sin darse cuenta. Su madre se enfadaría mucho si se enteraba de donde se encontraba.

Al cabo de un tiempo, decidió asomar su cabeza para ver si la niña sacerdotisa se había ido, pero para su mayor sorpresa se encontraba parada justo delante del árbol donde se encontraba oculta Riku. La susodicha gritó de sorpresa al tenerla tan cerca y sus pies trastabillaron provocando que cayera sobre su propio trasero.

Ise la miró con cierta curiosidad inclinando levemente su cabeza a un lado.

—Eres una niña —inquirió sorprendida ya que nunca antes había visto a otra niña de su edad tan cerca. Una hermosa sonrisa se asomó en sus finos y rojizos labios, provocando que Miku jadeara sorprendida. ¿Si era una niña maldita, cómo podía sonreír de esa manera tan inocente?

Miku tragó en seco, no sabía que hacer en esa situación. Al notar su nerviosismo, Ise le mostró su pelota de Temari y los ojos de Riku se abrieron impresionados ya que era un juguete muy bonito que se suponía que solo lo podían tener los niños ricos.

Los niños de familia humilde como ella solo podían jugar con lo que tenían en mano. Por lo general, juguetes como ese eran un lujo.

—¿Quieres jugar? —le preguntó Ise con una sonrisa amable.

Riku se puso en pie lentamente y sin atreverse a decir una palabra, simplemente asintió con la cabeza. Tenía las mejillas ligeramente sonrojadas ya que nunca antes había visto una niña tan linda como ella.

Al poco tiempo, ambas niñas no tardaron en jugar a lanzarse la pelota. Al tenerla en sus manos, Riku contempló que la superficie de la Temari estaba llena de patrones hermosos y coloridos, y que al moverlo un sonido parecido al de los cascabeles se liberaba de su interior.

Pero no se comparaba con los hermosos ojos azules como diamantes de Ise. No podía dejar de verla como un ser de otro mundo.

Cuando fué su turno de lanzar la pelota, Ise la agarró en el aire de un salto y le volvió a sonreír.

Las mejillas de Riku se sonrojaron aún más, pero esta vez si le devolvió la sonrisa, un tanto avergonzada.

Y así fue su primer amor no comprendido. En ese momento no lo sabía, pero se había enamorado a primera vista de aquella niña de ojos azules.

Ese fue el único encuentro que compartieron, pero Riku jamas pudo olvidarla, incluso después de que sus padres la obligaran a casarse. A pesar de todo, nunca la olvidó, mucho menos dejó de amarla. Aunque sabía perfectamente que nunca podría mostrarle sus sentimientos, aún así era feliz mientras ella estuviera viva y saludable.

Por esa razón, su cuerpo reaccionó por si solo al ver esa espada que se dirigía a ella. En ese instante, solo pudo pensar en una cosa.

«Espero que nos volvamos a encontrar en la próxima vida»

(…)

Al abrir los ojos de aquel recuerdo, algo había cambiado en Ise. La ira terminó por devorarla por completo y sin poder controlarlo, algo se rompió en su interior. A una velocidad más que impresionante e inhumana, corrió hacia Raito el cual estaba distraído hablando con el viejo herrero.

Sin mucha dificultad, Ise le quitó su espada de las manos y con un corte lateral desgarró por completo su estómago liberando una gran cantidad de sangre por todas partes.

Por inercia, Raito gritó y cayó de rodillas al suelo junto con sus intestinos y órganos internos. El anciano herrero intentó alejarse pero la velocidad de Ise terminó por superarlo. La sacerdotisa blandió la espalda y sin mucha dificultad, separó su cabeza de su cuello como si no fuera nada.

El cuerpo se desplomó y la cabeza rebotó por todo el suelo hasta golpear el cuerpo descuartizado de Raito, el cual intentaba en vano volver a guardar sus intestinos y órganos dentro de su vientre mientras la sangre borboteaba de su boca.

La sombra de la sacerdotisa lo cubrió por completo y al levantar la cabeza entre gemidos de dolor, el miedo no tardó en iluminar cada uno de sus rasgos. La esclerotida del ojo derecho de Ise se había ennegrecido por completo y su pupila brillaba en un intenso azul, como un diamante en medio de una cueva oscura.

No parecía humana en absoluto.

—Mons… truo… —gimió Raito con mucha dificultad antes de que con un solo movimiento lateral, Ise lo atravesara con su filosa katana.

Cuando por fin dejó de moverse, los ojos de Ise volvieron a la normalidad. Su expresión imperturbable y fría se oscureció y terminó por perder la consciencia. Su cuerpo se derrumbó por la pérdida de sangre y su mente volvió a sumirse en las sombras.

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