Lentamente el sol se ocultaba entre las montañas. Ise lo podía observar perfectamente desde aquella altura, sentada en el escalón final, justo debajo del Torii rojo.
Técnicamente era una falta de respeto a los dioses estar sentada de esa manera en lo que se supone que era una entrada sagrada, pero en ese instante no podría importarle menos.
Ya la temperatura comenzaba a disminuir drásticamente a medida que el sol desaparecía por el horizonte. Las extremidades de Ise ya empezaban a temblar, pero ni siquiera eso la hizo levantarse de ese lugar. Ya comenzaba a ver borroso por las lágrimas que cayeron por sus mejillas. Lágrimas cálidas que dejaban un rastro de humedad en sus mejillas casi congeladas. La nieve caía lentamente en un suave vaivén y poco a poco cubría su cabello y hombros.
Pero ni siquiera eso la hizo ponerse en pie.
Algo a su espalda sintió que se movía. Instintivamente su cuerpo actuó por su propia voluntad y giró la cabeza. Lo que vió, la dejó totalmente paralizada e incrédula. Su padre se encontraba parado justo detrás de ella. Era como una imagen exacta de lo que antes solía ser, mucho antes de enfermar. Un hombre alto y robusto, de espesa y larga cabellera negra recogida en una coleta baja, su kimono blanco y entrecruzado en la parte superior, y su pantalón azul de siete pliegues.
Algo que hace mucho se vió obligado a dejar de usar debido a la desnutrición.
Las lágrimas surcaron aún más en los ojos de Ise al ver esa imagen tan extrañable. De inmediato se puso en pie provocando que la nieve en su cabeza y en sus hombros se desparramara hasta caer a sus pies.
—Papá… —bramó con voz trémula y quebradiza. Sus piernas temblorosas intentaron dar un paso hacia él pero debido a estar tanto tiempo sentada en el frío, perdió la fuerza necesaria y terminó cayendo en cuatro patas, sosteniéndose apenas de las rodillas y de sus manos.
Cuando volvió a levantar la cabeza, la decepción no tardó en inundarla. La figura de su padre había desaparecido.
Movió su cabeza de un lado a otro, intentado avistarlo de nuevo. Sus ojos desesperados y algo desquiciados, se movieron como locos por sus respectivas cuencas.
Deseaba tanto volver a verlo, que cuando por fin lograron captarlo de nuevo, prácticamente se arrastró por la nieve y la tierra.
Su padre caminaba tranquilamente, adentrándose al templo. Su amplia espalda no tardó en desaparecer a través de la oscura entrada.
Rápidamente se puso en pie gritando con una amplia sonrisa en sus labios quebradizos.
—¡Papá… papá… papá… —repetía una y otra vez. Su mente ya había perdido la poca cordura que le quedaba, ella lo sabía, pero no le importó. Quería volver a estar con su padre.
Apoyándose de la pared, logró seguir el camino por el que iba su padre hasta el sótano del templo. El lugar olía a moho y se veía bastante sombrío. Habían múltiples cajas de madera llena de reliquias antiguas y documentos que Ise nunca tuvo la oportunidad de leer. Las estanterías llenas de objetos antiguos se elevaban prácticamente hasta el techo. Apenas había espacio para caminar, e Ise debía hacer auténticos marabales para poder avanzar.
La espalda de su padre se alejaba tranquilamente. Todo su cuerpo parecía tener su propia iluminación, como un auténtico ser celestial.
Al ver que su padre se desviaba por una intersección, Ise no tardó en seguirlo. Sin embargo, al desviarse por la misma dirección, se encontró con la pared dura y fría.
La sonrisa que hasta ahora llevaba en sus labios despareció bruscamente, y su rostro se descompuso por completo. Sus ojos desbocados perdieron ese brillo característico y todo su cuerpo perdió fuerzas. Cayó sobre sus propias rodillas y entre lágrimas, comenzó a reír desquisiadamente.
Pero no era una risa de felicidad. Era una risa quebradiza y seca.
No supo cuánto tiempo pasó exactamente en ese estado, pero algo captó su atención de inmediato. A los pies de la pared, se encontró con una especie de caja rectangular. Realmente no es como si le interesara mucho, pero aún así sus manos se movieron y abrió la caja sin siquiera pensarlo.
Lo que se encontró en el interior, le devolvió el brillo en sus ojos azules.
Dentro de la caja, había una pelota de Temari. Algo que siempre había tenido en sus manos desde que tenía memoria. Sin embargo, esta vez fue diferente, porque al tocar la Temari, cuando los cascabeles vibraron en su interior, un nuevo recuerdo se iluminó en su mente.
Se veía a si misma, en el medio de la noche. Por su aspecto, asumió que tendría alrededor de dos años. Pero no estaba sola. A su lado había alguien más.
Un niño agarraba su mano con fuerza mientras ambos miraban hacia el amanecer, sentados debajo del Torii. Ise sostenía con fuerza su Temari con su otra mano mientras lo agitaba y disfrutaba del sonido de los cascabeles.
El tacto de aquel niño era realmente agradable. Debido a su poder, nunca supo cómo se sentía tocar a alguien más, pero en ese momento, estar junto a él es como si él fuera todo su mundo. Lo más importante.
En sus recuerdos, su cara se veía borrosa, pero sí que recordaba perfectamente el momento en que unas manos desconocidas lo tomaron y lo alejaron de ella.
Ise gritó y pataleó intentando llegar a su hermano, pero sus piernas eran muy cortas y regordetas. Al final siempre terminaba cayendo.
La persona desconocida alejaba a su “mundo” de ella. Y cuando se vió sola, el llanto incrementó aún más.
Su otra mitad se había ido, y ella estaba sola… como siempre.
Al volver a la realidad, las lágrimas dejaron de caer.
Se limpió los restos con el dorso de la mano. Una pequeña sonrisa iluminaba su rostro.
—Con que al final… esta es la respuesta, papá…
Sosteniendo la pelota de Temari en sus manos, se puso en pie recuperando por fin las fuerzas que había perdido hace un momento.
—Mi hermanito…
No sabía porqué, pero al parecer su mellizo era la única persona en el mundo que podía tócarla sin morir en el intento. La única familia que le quedaba…
Ahora estaba determinada a encontrarlo sin importar qué.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Comments