13

Ise desenvainó su katana lentamente y contempló la hoja plateada con aire distraído, intentando recordar aquello que supuestamente había sucedido, pero que su mente no le permitía acceder. ¿Qué demonios había sucedido con ella en ese entonces? ¿Por qué sus heridas se habían curado?

Y lo más importante… ¿Cómo es que aún seguía viva?

Por mucho que su cerebro formulara preguntas, las respuestas no le llegaban por si sola, pero de algo estaba segura. Ise no era una simple humana después de todo.

Ese pensamiento en cierta forma la entristeció. Si no era humana, eso significaba que literalmente ella había asesinado a su propio padre.

—Tengo que hablar contigo —bramó Kai adentrándose a la cueva. En el exterior la tormenta había menguado, pero la temperatura seguía siendo tan gélida como en la primera nevada del año.

Ise desde su posición lo observó, estaba sentada con la espalda recostada en las paredes rocosas. Una lona de cuero cubría sus hombros y espalda, como un protector del frío invernal.

—¿Qué pasa? —preguntó ella.

Kai se acomodó al otro lado de la fogata, alzando sus manos para que obtuvieran algo de calor. Ya estaba anocheciendo, por lo que la única fuente de luz en el lugar era aquel fuego que aislaba las bajas temperaturas.

—No te ayudé porque fuera demasiado compasivo ni nada por el estilo —admitió él para sorpresa de Ise— Te debo mi vida ya que me ayudaste en un principio, pero ahora que te salvé creo que estamos a mano ¿no crees?

Una de las pobladas cejas de Ise se arquearon con cierta duda.

—Tienes una definición de deuda muy rara. Según tus palabras, yo solita me ayudé a mi misma.

El entrecejo de Kai se hundió profundamente haciendo una mueca de molestia.

—Igualmente, si te hubiese dejado en la interperie, habrías muerto congelada, por lo que igual me debes tú vida —replicó sin intenciones de ceder.

Ise rió ante su comentario. En apariencia parecía ser un chico serio y maduro, pero en el fondo era más inmaduro de lo que ella creía. Actuaba como un niño malcriado que no admitía errores.

—Como sea, ¿de que quieres hablar?

Kai se puso más serio, recordando la razón de su estadía en aquella zona. Tenía un objetivo en su vida que debía cumplir sin importar qué.

—Eres una sacerdotisa, por lo que debes conocer mucho sobre los Yōkais —inquirió él.

Ise frunció el ceño ante sus palabras.

—Si conozco sobre los Yōkais, mi padre me enseñó algo sobre ellos, pero realmente nunca he visto uno ¿Tienes algún tipo de problema con ellos?

Kai tragó en seco. Los recuerdos de sus padres, descuartizados y ensangrentados, con sus cuerpos completamente drenados de sangre. Sin duda alguna, debía tratarse de un Yōkai ya que definitivamente una persona normal no podría hacer algo como eso.

—Creo que mis padres fueron asesinados por una de esas cosas —admitió él.

Ise abrió los ojos impresionada, después de todo nunca antes había escuchado de muertes provocadas por Yōkais. Históricamente estas criaturas han convivido con la humanidad desde tiempos remotos, pero normalmente no provocaban muertes. Según su padre, la gran mayoría eran inofensivos y los más fuertes habían sido exorcizados hace mucho tiempo o simplemente vivían aislados de todo el mundo. Eran tan escasos que en algún punto, la gente simplemente terminó olvidándolos. Ella en lo personal, nunca antes había visto alguna de esas criaturas, pero su padre insistía que eran muy reales. Incluso hasta llegó a sospechar que tal vez, Ise también era un Yōkai.

—La he estado rastreando desde entonces —continuó Kai con la mirada algo perdida— Sospecho que se ocultó en el shogunato Ashikaga en el castillo Ichijodari. Me infiltré en el castillo pero no pude ahondar más ya que los sirvientes del shogun me descubrieron…

—Espera un segundo… —le interrumpió Ise— ¿Te infiltraste en el castillo de un shogun? ¿Por qué hiciste esa locura?

Kai la miró como si fuera una retrasada.

—Ya te lo dije, rastree esa cosa hasta el shogunato. Me infiltré en el castillo porque al parecer se estaba hospedando ahí…

—¿Y cómo es que estás tan seguro de ello? ¿Estamos hablando de un Yōkai en primer lugar? Según las antiguas escrituras son criaturas horribles. Es imposible que se infiltrara en un castillo sin ser notado por la servidumbre…

—¿Estás dudando de mi palabra? —Kai la fulminó con la mirada, notablemte enojado— Te dije que mis padres fueron asesinados… —se puso en pie con los puños apretados— Nunca debí contarte nada, eres igual que todos los demás.

Ise se puso en pie rápidamente y lo agarró de la piel de oso para evitar que se fuera, teniendo cuidado de no tocar su piel.

—No me puedes culpar —replicó ella— Tu historia es bastante difícil de creer.

Kai se apartó de ella notablemente molesto y la encaró.

—Soy un rastreador de primera, jamas me equivoco en lo que digo. Sea lo que sea esa cosa, definitivamente no es humana, y encima hasta debe tener aspecto de mujer por la forma de sus pies…

Sus palabras son interrumpidas repentinamente por un sonido proveniente del exterior que provocó que ambos se tensaran de pies a cabeza. Ise le siseó para que se mantuviera callado y se dispuso a salir de la cueva con espada en mano, pero el brazo de Kai se interpuso en su camino.

—Son ellos… —susurró entre dientes a la vez que apagaba la fogata con una manta de cuero y le daba patadas a los restos de brazas.

—¿Quienes? —preguntó ella utilizando su mismo tono de voz.

—Los mismos samurais que me estaban buscando en el templo —respondió.

—¿Todavía te están buscando?

—Mierda… —maldijo Kai entre dientes ignorando su pregunta anterior, agarrando su arco y colgando su carcaj lleno de flechas en su espalda— ¿Cómo demonios me encontraron? Me aseguré de borrar mi rastro…

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Ise al ver que él se dirigía a la salida con paso determinado.

—¿No es obvio? —inquirió hastiado y cansado de ser perseguido— Voy a luchar… ya no huiré más.

Esas sencillas palabras, a pesar de que no estaban dirigidas a ella misma, ahondaron en su corazón como una flecha. Ella, que había sido perseguida y juzgada prácticamente toda su vida, también estaba más que cansada de huir. Pero aún no tenía la suficiente determinación de afrontar los problemas cara a cara. Por alguna razón, algo en su interior le decía que si blandía la espada, un monstruo volvería a emerger hacia la superficie.

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