18

Luego de escuchar la historia del monje, Ise no pudo evitar sorprenderse. En resumen, le había contado que era un viejo amigo de su padre, con el cual se comunicaba a través de cartas. De ahí conocía su nombre, ya que Sotto solía hablar mucho de ella.

Eso le alegró un poco, ya que al menos no estaría sola, pero también la entristeció ya que una vez más le recordó que ella era la culpable de su muerte.

Suspiró con tristeza mientras enjuagaba en el riachuelo fuera de la cueva algunos trapos ensangrentados de su misma túnica de sacerdotisa. Anteriormente los había utilizado para limpiar las heridas de Kai, por lo que estaban totalmente manchados de sangre. Por supuesto, se había asegurado de lavar bien la tela antes de ser usada. No sabía si sus fluidos corporales también podían ser dañinos al igual que su sangre.

Ya se había cambiado de ropa y se había puesto la parte superior que Hiiro le había prestado para que no anduviera toda sucia y ensangrentada. Eso le causó un gran alivio, ya tenía un aspecto un poco más decente y pulcro.

Se puso en pie, dispuesta a llevar los paños limpios pero se encontró con Hiiro saliendo de la cueva.

—¿Kai está bien? —le preguntó.

El monje sonrió restándole importancia al asunto y respondió:

—He curado heridas peores así que no te preocupes, estará bien.

Ise suspiró aliviada, no deseaba tener otro cargo de consciencia en su mente. Tal vez, nada de esto hubiera sucedido si hubiese luchado desde el principio. No sabía que le había ocurrido en aquel momento cuando se paralizó y empezó a tener esos flashes de recuerdos extraños. ¿En verdad había asesinado a esos aldeanos? ¿Por qué sus recuerdos eran tan caóticos y confusos?

En cambio, mientras Ise estaba enterrada en sus pensamientos, Hiiro aprovechó el momento y la contempló un poco más como un idiota enamorado. Ise se dió cuenta de algo y le preguntó.

—¿No dijiste que debías irte? Hace un rato lo dijiste…

Hiiro retiró avergonzado la mirada de la sacerdotisa. Al parecer, Ise no notó los sentimientos que revoloteaban en los ojos de Hiiro, pero eso no evitó que se sonrojara. A pesar de ser un hombre tan adulto, nunca antes había estado tan cerca de una mujer, mucho menos había mantenido una conversación tan normal con alguna de ellas. Debido a sus deberes y entrenamientos como monje guerrero, debía mantenerse alejado del sexo opuesto.

—Cambié de opinión… —respondió mientras se arrascaba la leve barba que comenzaba a salir de su mentón— Le debo la vida a tu padre, creo que lo mejor que puedo hacer ahora mismo para honrar su memoria es cuidándote, ya que ni siquiera pude devolverle el favor.

—Creo que deberías alejarte de mi —admitió ella y el monje no pudo evitar fruncir el ceño ante su comentario— Debido a mis ojos azules, la gente se aleja de mi. Además, desde pequeña tengo una extraña maldición. Todo lo que toco muere de inmediato, así que…

—No me importa nada de eso —confesó el monje, interrumpiendo sus palabras. Ise jadeó totalmente pasmada e incrédula—. Me quedaré a tu lado y te cuidaré lo mejor que pueda. Considérame un hermano mayor si quieres, pero no te dejaré sola.

—¿Por qué? —refutó Ise dando un paso hacia él. Del tiro dejó caer lo paños de sus manos temblorosas— Ni siquiera me conoces… ¿No me tienes miedo?

—Para nada, he visto cosas que verdaderamente dan miedo y tú no eres una de ellas…

—¡¿No sabes de lo que estás hablando?! —gritó Ise repentinamente. Su rostro se mostraba aterrorizado y triste a la misma vez. Su mano se apoyó en su propio pecho, señalándose a sí misma— No tienes ni idea de lo que hice… yo… —el recuerdo de su padre vomitando sangre antes de morir impactó en ella con fuerza, provocando que las lágrimas se derramaran de sus ojos— Yo… por culpa de esta maldición… terminé matando a mi propio padre…

Al escuchar aquello, los hombros de Hiiro se tensaron notablemente. El dolor era más que plausible en cada rasgo de su rostro. Sin embargo, Ise estaba peor que él. Todo su cuerpo temblaba, parecía estar a punto de desfallecer. Hiiro cerró los ojos, inspiró y exhaló profundamente y cuando los volvió a abrir, la sonrisa volvió a cubrir sus labios.

—¿Sabes por qué me llamo Hiiro? —preguntó. Ise lo miró ciertamente confundida y ante su silencio, el monje continuó— Gracias a tu padre… debido a que él me salvó y me sacó del agujero en el que me encontraba, gracias a él es que estoy aquí ahora. Por eso me llamé a mi mismo de esa manera… en honor a la única persona que me demostró amabilidad…

Ante sus palabras, Ise no pudo evitar romper en llanto. Tuvo que cubrirse la boca con ambas manos para evitar hacer demasiado ruido.

Hiiro se acercó un poco más a ella, hasta casi rozar su mandíbula con la cabeza de la joven. Por inercia Ise se apartó temiendo tocarlo, pero el monje la agarró por los hombros, justo por encima de su vestimenta y sin temer a la muerte la acercó a sí mismo. Ise se tensó cuando los anchos brazos de Hiiro la envolvieron en un abrazo que nunca antes en toda su vida había recibido.

—Ahora, ya que tu padre no está, seguiré dándote esa amabilidad en su lugar —continuó.

—¿Aunque sea un monstruo? —preguntó ella hundiendo aún más su rostro en su pecho.

—Los monstruos se crean, no nacen así —refutó él, apartándose lentamente de ella pero sin soltar sus hombros.

Ise no pudo evitar reír mientras se limpiaba una lágrima solitaria que caía de su ojo.

—Estás loco —admitió ella— Sabes que literalmente pudiste haber muerto ¿verdad?

—Puede que esté loco, pero al menos morire feliz —Ise volvió a reír ante su comentario. No lo conocía de nada, pero por alguna razón se sentía como si lo conociera de toda la vida.

Ciertamente, había algo en su carácter que le recordaba mucho a su padre y eso la hizo sentir segura.

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