Luego de pasar por lo que antes solía ser un pueblo lleno de vida que ahora se había convertido en un cementerio lleno de recuerdos dolorosos y sufrimiento, finalmente llegaron al santuario de Ise.
Al ver la fachada de aquel enorme lugar, el doctor no pudo evitar sentir cierto temor. El aura que lo rodeaba era bastante abrumadora, tanto que te causaba malestar con solo acercarse.
Luego de subir con cierta dificultad los casi 200 escalones que llevaban a la cima de la montaña donde yacía el templo, ya estaba sudoroso y tenía un aspecto bastante preocupante.
Al notarlo Ise, la cual lucía totalmente imperturbable como si el ejercicio no fuera nada para ella, se acercó al doctor para intentar ayudarlo a caminar pero sus manos se detuvieron a escasos centímetros de la piel del hombre al recordar que no debía tocarlo.
Con tristeza apartó sus manos del anciano y se alejó de él unos pasos más.
—¿Está bien? —preguntó a una distancia prudente.
El cansado hombre sonrió para tranquilizarla y se levantó del suelo por si mismo, aunque con la respiración agitada y su pecho subiendo y bajando con rapidez.
—Si... no te preocupes, estoy bien —respondió rápidamente y procedió a entrar al templo junto con la joven.
Al llegar a la habitación de su padre, Ise se apresuró a encender una vela para iluminar el oscuro lugar. El doctor, el cual se encontraba aún parado en el umbral de la puerta corrediza, se había quedado totalmente anonado y paralizado por lo que sus ojos veían. El hombre que yacía acostado frente a sus ojos, un hombre que solía ser tan enérgico y lleno de vida, ahora parecía un anciano de setenta u ochenta años. La piel enferma y pálida traslucía las venas casi ennegrecidas. Se veía extremadamente delgado hasta el punto de la desnutrición. Con solo verlo una vez comprendió que al pobre hombre no le quedaba mucho tiempo de vida. Reconocía perfectamente los síntomas de la misteriosa plaga que años atrás acabó con los alrededores.
Y sin poder evitarlo miró a la niña que preocupada se encontraba arrodillada frente a su padre con los puños apretados sobre sus muslos. Se veía tan hermosa y llena de vida y salud, que le era difícil creer que la causante de todo esto era aquella chica de 16 años. Bien sabía que Ise tenía un gran corazón. Más amable y humanitaria que cualquier otro ser humano que hubiera conocido.
¿Por qué una chica tan pura como ella cargaba con una maldición tan cruel como esta?
—Papá, te he traído al doctor Miyamoto para que te atienda —le explicó ella sin mucho ánimo en su voz.
El padre abrió los ojos ojerosos y sin vida. Un intento de sonrisa se formó en sus pálidos labios al ver al médico.
—Oh, doctor. Ha pasado mucho tiempo.
—Lo mismo digo, sacerdote Sotto —respondió Miyamoto con una sonrisa amistosa, aunque algo triste y carente de emoción. Dió un paso hacia el interior de la habitación y sin poder evitarlo cubrió su boca y nariz con un pañuelo al no ser capaz de resistir el olor nauseabundo a rancio y podrido que envolvía el lugar. Quizo preguntar que era ese olor pero se detuvo al entender que el olor venía de el sacerdote.
Era un verdadero milagro que aún siguiera vivo. Luego de la muerte de la madre, cuidó de su hija con amor y cariño sin importarle que estuviera maldita, pero cuidar de ella realmente tomó lo mejor de él.
Aguantando las ganas de vomitar, se acercó más al padre y lo examinó sin tocarlo.
—Voy a preparar un líquido de hierbas que lo ayudará a calmar el dolor y el malestar… pero me temo que no sobrevivirá esta noche, Ise.
Impactada por las palabras del médico, Ise lo miró asustada y agarró la mano de su padre con fuerza, como si esa sencilla acción impidiera que se fuera de este mundo. Miyamoto no dejó pasar los guantes oscuros que cubrían las manos finas y largas de la joven.
El olor a te de hierbas medicinales y a incienso inundó la habitación dándole cierto consuelo al olfato del médico. La tetera en el hogar comenzó a hervir a un lado de la habitación y Miyamoto procedió a vertir su líquido caliente en una vasija de barro.
—Papá, no te preocupes. El té de hierba ya está listo —dijo Ise sin mucha energía en su voz. Aún sostenía la mano huesuda de su padre.
—Oh Ise, se que no me queda mucho tiempo —bramó su padre con voz calma.
—¿No tienes miedo? —preguntó ella al borde del llanto.
El sacerdote negó con la cabeza lentamente y miró al techo.
—¿Por qué debería? Por fin me reencontraré con tu madre —respondió él con una sonrisa soñadora en su rostro— La muerte no es más que un proceso natural por el que todos, tarde o temprano, terminan pasando. Mi mayor consuelo es que tal vez, en mi próxima vida, pueda volver a encontrarme con tu madre.
—No hables tonterías… —espetó ella y comenzó a llorar como nunca lo había hecho en su vida— Siempre dices estupideces como esas. ¿Es qué no te preocupa que me quede sola? ¿Qué se supone que voy a hacer sin ti?
—Vivir tu vida, por supuesto. Enamorarte y tener una vida con tu amado.
—No seas tonto. Como voy a enamorarme si todo lo que toco termina muriendo.
—Pero estoy preocupado… —refutó ignorando el pesimismo de Ise— Eres demasiado joven. ¿Cómo vivirás por ti misma?
—Ya me las arreglaré —respondió ella sin mucha convicción, la verdad es que no sabía que iba a ser de su vida.
El doctor le ofreció al pobre hombre algo del líquido medicinal, e Ise ayudó a incorporar a su padre para que bebiera de la vasija sin problemas.
Cuando terminó, lo volvió a acostar con cuidado.
Su padre tragó en seco con dificultad, aguantando las ganas de toser, y miró a su hija nuevamente.
—Oh, mi pequeña niña —bramó él con nostalgia, levantando su mano derecha para acariciar su rostro pero Ise lo detuvo agarrando su muñeca con suavidad y colocando su mano nuevamente en su pecho— Te pareces tanto a tu madre. Estaría muy orgullosa de ti.
Ise agarró la mano de su padre y se acurrucó a ella buscando consuelo a su corazón.
—No es cierto. De seguro debe odiarse, después de todo fuí yo quien la mató.
El sacerdote arrugó las cejas con molestia y refutó.
—No digas esas cosas. Fué decisión de ella tenerte a pesar de las consecuencias que traería esa decisión. No es culpa tuya.
Ise arrugó el cejo confundida con las palabras de su padre.
—¿Qué? ¿Qué quieres decir?
—No soy realmente tu padre, Ise. Soy tu tío —Ise abrió los ojos como platos, sorprendida por la confesión de su padre— Hace 16 años, tu madre… mi hermana… apareció en mi puerta embarazada. No la había visto desde que huyó de casa hace muchos años atrás. Le pregunté quién era el padre pero ella solo se quedó en silencio con una expresión de horror adornando su rostro. Más adelante, antes de morir, me dijo que tu no tenías padre. Algo que sigo sin entender incluso ahora.
—¿Por qué nunca me hablaste de eso?—preguntó enojada y triste a la vez.
—Eras demasiado pequeña. Quería esperar a que fueras lo suficientemente grande para comprenderlo. Lo siento mucho por haberte ocultado la verdad por tanto tiempo.
Ise suspiró, intentando calmar su fuerte temperamento. De nada servía enfadarse con él en un momento como este.
—No te preocupes, te agradezco que me hayas dicho la verdad —dijo con calma— Te quiero... padre.
Al escuchar eso, los ojos del hombre se humedecieron y una sonrisa se formó en sus labios.
—Yo también te quiero, mi niña bella. Pero eso no es todo lo que tengo que decirte… —un ataque de tos detuvo su frase a la mitad e Ise preocupada le ofreció nuevamente el mismo líquido medicinal— Tu madre no solo te tuvo a ti… —hizo una pausa para tomar aire antes de continuar. Ise tragó en seco ante tanta información inesperada— Tienes… tienes un hermano mellizo, pequeña…
Ise por un segundo dejó de respirar. No daba crédito a lo que escuchaba. No podía creer que tenía un hermano. Alguien que posiblemente era igual que ella.
—¿Y qué… qué pasó con él? —temía mucho a la respuesta— ¿Murió?
El sacerdote se quedó mirando a la nada por varios segundos. La memoria comenzaba a fallarle y cada vez le era más difícil unir las palabras en su cabeza.
—Está vivo… —respondió luego de un silencio que parecía ser eterno—. Se lo di a una familia que no podía tener hijos. Tu hermano estaba saludable, y no tenía tus ojos azules, por lo que pensé que estaría más seguro en un lugar sin tanta muerte…
Ise frunció el entrecejo ante las últimas palabras de su padre.
—Querrás decir… lejos de mi ¿no?
El aspecto del sacerdote había empeorado notablemente, la piel se veía más grisácea y muerta que antes y de buenas a primera empezó a vomitar en el suelo.
Ise se apartó rápidamente antes de que el vómito la tocara al igual que el doctor, el cual se encontraba parado en silencio sin intervenir entre ellos dos.
El vómito tenía un color nauseabundo y rojizo.
—¡Padre! —gritó ella con el corazón en la garganta agarrando entre sus brazos a su padre— Oh, dioses...
—Los dioses no pueden ayudarme, Ise… —admitió él con dificultad— Debes depender de ti y solamente de ti. No puedes confiar en nadie... Tienes que ser fuerte... e independiente.
El pecho del sacerdote dejó de subir y bajar y la vida desapareció completamente de sus ojos moribundos. En ese momento Ise comprendió que su vida ya había llegado a su fin.
—Papá... no... —siseó entre dientes a la vez que las lágrimas volvían a derramarse silenciosamente. Sin soltar su mano fría, se acurrucó al lado del cuerpo de su padre y cerró los ojos con pesar, sin importarle el mal olor que el cadáver exudaba— Me he quedado totalmente sola. Padre... ¿qué se supone que debo hacer ahora?
El doctor cerró los ojos con lamento y unió las palmas de su mano en un rezo silencioso para que el alma del sacerdote pudiera llegar al más allá sin ningún problema.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Comments
~joshi💋
No puedo creer que este leyendo tan rápido, esta muy buena me encanta
2023-04-23
1