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—¿Dónde está el encargado del templo? —gritó una voz masculina grave y autoritaria desde el exterior—. Estamos buscando a un joven vestido con pieles de animales, solo queremos hacer algunas preguntas…

Al escuchar aquello, Ise miró extrañada al joven el cual parecía estar bastante nervioso y observaba su alrededor seguramente en busca de algún lugar donde se pudiera esconder.

No tardó en sentirse molesta y enojada.

—¿Qué demonios hiciste para que te estén buscando? —espetó en voz lo suficientemente baja para evitar ser escuchada. Afuera, el hombre desconocido continuaba gritando a viva voz.

—Yo no hice nada, esos samurais me quieren reclutar para el ejército del Shogun Yagai. —se defendió el muchacho— Pero yo no quiero… no soy un guerrero y esa ni siquiera es mi intención.

El entrecejo de Ise se hundió notablemente hasta el punto de achicar sus ojos con una mueca de molestia.

Sus manos se tensaron aún más alrededor de la empuñadura de la katana.

—Ese no es mi problema, lárgate de mi templo ahora mismo.

El chico rápidamente se arrodilló en el suelo y unió las palmas de sus manos en una expresión de súplica que definitivamente ella no esperaba.

—Por favor, eres una sacerdotisa ¿verdad? Solo te pido que me ayudes esta vez y luego la dejaré en paz.

La sacerdotisa chasqueó los dientes con clara molestia y terminó por bajar la espada. Suspiró pesadamente y al cabo de un tiempo aceptó. Ante la respuesta de la mujer, el chico con aspecto de salvaje sonrió abiertamente mostrando una gran hilera de dientes.

Al cabo de un tiempo, Ise salió de la seguridad del templo envuelta en su vestimenta de sacerdotisa por encima de los hombros para al menos protegerse del frío invernal. Contempló que efectivamente habían tres samurais a caballo. El del centro al notar la presencia de la joven, enseguida se bajó de su corcel e hizo una reverencia ante la chica en señal de respeto.

—¿En qué puedo ayudarles a estas horas, señores? —preguntó ella con voz pausada y aparentemente calma, a una distancia prudente de los hombres se mantuvo para evitar que notaran el color de sus llamativos ojos.

—¿Está usted sola en el templo? —preguntó el joven samurai que parecía ser el lider de la comitiva. Su aspecto no era muy distinto al de cualquier otro. Llevaba el cabello largo por los hombros, recogido en un estirado moño alto y en la zona encima de las orejas, al costado de la cabeza, estaba perfectamente rasurado.

Su uniforme era totalmente azul y negro en algunas zonas como los antebrazos y las piernas. El color típico que representa al shogun de estas tierras.

—Me temo que si… —contestó Ise—. El anterior sacerdote murió no hace mucho. Soy la única sacerdotisa aquí ahora.

—Es muy lamentable —contestó el muchacho dando un paso hacia ella pero sin dejar de observar sus alrededores— Estamos buscando a un chico vestido con pieles de oso. ¿Lo ha visto de casualidad?

—Lo siento, no he visto a ningún chico con esas características —espetó Ise con aparente tranquilidad, en apariencia parecía estar tranquila pero en el fondo estaba más que nerviosa—. ¿Se puede saber que hizo para que tres samurais lo estén buscando con tanto ahínco? Así estaré preparada en caso de que lo vea.

Ise notó que los otros dos samurais que se mantenían sobre sus caballos, se miraban entre sí sospechosamente provocando que la sacerdotisa frunciera el ceño extrañada.

—El muchacho le está huyendo al enlistamiemto oficial al ejército de nuestro Shogun. —respondió el joven samurai con un suspiro de cansancio— Como verá, es el deber de todo hombre cumplir con las órdenes del terrateniente. Incumplir puede conllevar a una muerte inmediata y es lo que intento evitar.

—¿Estás diciendo que quieres ayudar al muchacho a tu manera?

El samurai sonrió y asintió con la cabeza.

—Se podría decir que si. El chico tiene mucho talento, pienso que sería una gran inversión en la guerra.

—Entiendo… Pero lamentablemente no lo he visto.

—Está bien, solo… necesitamos revisar el templo para asegurarnos. Será algo rápido…

Enseguida la amabilidad en la voz de Ise desapareció al responder.

—¿Estás insinuando entrar a un templo sagrado sin el debido permiso o respeto hacia los dioses que transitan por estos pasillos? —inquirió Ise con gravedad, actuando como toda una sacerdotisa orgullosa y digna de si— ¿Es que acaso está buscando ser maldecido de por vida, joven samurai?

Al escuchar sus palabras, los dos samurais sobre los caballos se miraron algo nerviosos por las palabras de Ise. Menos el más joven, que ni un momento retiró sus intensos ojos de la sacerdotisa. Parecía bastante determinado a seguir insistiendo pero otro de los samurais habló.

—Ichigo-San, creo que será mejor retirarnos por ahora. Tal vez el muchacho huyó por otra parte.

El tal Ichigo lo fulminó con la mirada. Prácticamente le ordenó silenciosamente que se callara, algo que el pobre hombre no tardó en hacer de inmediato. Ise no dejó pasar la actitud sospechosa de esos tres nombres. Algo que ciertamente le causó muy mala espina. Algo le decía que no solamente lo buscaban para el reclutamiento.

—De acuerdo, nos iremos… —bramó para la sorpresa de la sacerdotisa, pero justo cuando creía que no diría nada más, agregó en un tono más bajo— por ahora…

Se subió a su caballo y el trío de samurai entre trotes bajaron las extensas escaleras atravesando el enorme Torii (una entrada en forma de arco que tradicionalmente se conoce como la entrada a un recinto sagrado) en la entrada del templo, cerca de los escalones.

Ante su retirada, Ise no pudo evitar suspirar aliviada y enseguida se adentró a la seguridad del santuario, prácticamente corriendo.

Se dirigió a la cocina pero notó que aquel muchacho ya no estaba ni por todo el lugar por lo que por un momento pensó que ya se había ido. Un alivio que no duró mucho cuando lo encontró en una de las habitaciones vacías del templo, acomodando un edredón para dormir.

Ise frunció el ceño y molesta se dirigió a él.

—¿Qué haces? Tienes que irte ahora mismo, esos samurais no se rendirán tan fácilmente…

El joven acomodó su arco y su carcaj en un rincón de la habitación y se giró para enfrentar a la sacerdotisa, mostrando por fin el rostro que anteriormente ella no había podido ver por la oscuridad de la cocina. Su rostro era sorprendentemente fino, lo cual hacía un extraño contraste con su físico ancho y robusto. Sus ojos tenían una forma muy bonita, como almendras secas, y sus labios eran sorprendentemente mullidos y rosados. Incluso más bonitos que los suyos propios.

Un brillante cabello negro con iluminaciones azuladas caía libre por encima de sus hombros y cubriendo una parte de su nada desagradable cara, lo cual fue una verdadera sorpresa para ella.

Ise tragó en seco, repentinamente nerviosa ante lo que veían sus ojos, por un momento no supo que decir.

Su boca se había quedado entreabierta debido a la impresión.

Las tupidas y oscuras cejas del muchacho se hundieron con extrañeza ante la actitud de la sacerdotisa. Ise rápidamente negó bruscamente con la cabeza para obligarse a reaccionar de su ensimismamiento.

—Yo… —se aclaró la garganta para prevenir que su voz se quebrara— Como te decía… será mejor que…

Sus palabras fueron interrumpidas cuando súbitamente el joven se acercó a ella provocando que la sacerdotisa tuviera que levantar la cabeza para poder seguir mirándolo a los ojos. Una suave ventisca entró por la puerta corrediza de la habitación, provocando que sus cabellos se balanceara levemente.

Por un momento creyó que el joven la besaría o alguna tontería como esa, y todo su cuerpo se paralizó de pies a cabeza ante la expectación, pero para su alivio y decepción, el muchacho se encorvó a un lado y agarró el saco que anteriormente había dejado justamente en la entrada de la habitación.

Ise tragó en seco ante tanto nerviosismo.

—Solo déjeme quedarme hasta la mañana —agregó el muchacho con voz bastante monótona y agotada. Tenía la frente surcada en sudor y su ancho pecho no dejaba de subir y bajar con pesadez— Le prometo que desapareceré y usted ni siquiera lo notará.

Ise abrió la boca dispuesta a negarse y a defender su posición con ahincó, pero el sonido de un gorgoteo llamó su atención. Al bajar la mirada a sus pies, notó que pequeñas gotas de líquido rojizo salpicaba en el suelo de madera y justo cuando comprendió lo que era, repentinamente el joven cazador perdió la consciencia y su enorme cuerpo se dejó caer.

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