8

Luego de enterrar a su familia, el cazador salió en busca de los seres responsables de tal crueldad. Se consideraba un buen rastreador por lo que no tardó mucho en encontrar el rastro de sangre que había dejado atrás aquel monstruo que se había alimentado de sus padres. Además de que ese ser tenía un olor muy peculiar. Había dejado su presencia prácticamente en todo el bosque

Sea lo que sea que fuera esa cosa, definitivamente no era humano y él lo sabía. En su camino se encontró con otra cabaña al pie de la montaña en las mismas condiciones que la suya. Dentro se encontraban múltiples cadaveres de lo que antes solía ser una familia. Habían niños incluso y el no fue capaz de resistirlo.

Tuvo que salir de inmediato del lugar y terminó vomitando en la tierra los restos de lo poco que había comido en todo el día.

—Mierda… —maldijo entre dientes y se limpió los restos de bilis en sus labios con el dorso de la mano.

El odio no tardó en teñir cada rasgo de su rostro normalmente imperturbable. La sed de venganza lo llenó aún más. Como una enfermedad deseosa de devorar más vida.

(…)

La tranquilidad no tardó en volver a su vida. Bueno, era más soledad que tranquilidad.

En esos momentos, cuando estaba sola, no podía evitar extrañar terriblemente a su padre. Ya había pasado un buen tiempo desde que aquel joven cazador se fué del templo.

No sabía porque, pero por alguna razón tuvo el extraño impulso de acompañarlo. Una opresión en el pecho la había llenado al ver desaparecer su espalda por esa puerta.

Tenía el hombro derecho y su cabeza recostada en la pared, con una expresión perdida en la nada. Sus ojos miraban el muerto jardín fuera de la habitación. Desde que él se fué, no había sido capaz de moverse.

—Odio estar sola… —siseó entre dientes.

Se puso en pie finalmente y salió de la habitación. El exterior del templo estaba igual de desolado como siempre. Cada vez que respiraba, una pequeña humeada blanquecina se liberaba de entre sus labios. Se sentó en el borde de los escalones, donde se podía ver perfectamente la vista de la cuidad destrozada.

Sin embargo, Ise aún no había notado que entre los árboles, unos ojos llenos de odio la espiaban en secreto.

—Esa maldita bruja… —siseó alguien, oculto entre los árboles.

(…)

Mientras tanto en Sachi:

Una mujer limpiaba el exterior de su hogar con un escobillón, mientras en secreto escuchaba la pequeña reunión que varios hombres en la ciudad habían hecho del negocio del herrero. No dejaban de susurrar entre ellos, pero la mujer en la posición en la que se encontraba, podía escucharlos perfectamente.

—He oído que el sacerdote Sotto finalmente murió —espetó uno de ellos.

—Pobre, parece que al final su terquedad terminó por pasarle factura —admitió otro hombre cruzando los brazos frente a su pecho. Su aspecto era ancho y robusto, y su cabeza estaba surcada de canas. La mujer lo reconoció como el herrero—. Nunca debió hacerse cargo de esa criatura en primer lugar.

—¿Qué hacemos? He oído que esa bruja se encuentra sola en el templo —inquirió el hombre más joven del grupo. Era un muchacho muy desagradable, a ella en lo personal no le agradaba en absoluto. Era la tipa alimaña que carecía de valor para hacer las cosas por si misma— Deberíamos terminar lo que hace 16 años comenzó con su nacimiento maldito.

Al escuchar esas palabras, la mujer no pudo evitar detener lo que estaba haciendo. Sus hombros se tensaron terriblemente, no daba crédito a lo que escuchaba. ¿En serio esos hombres estaban planeando matar a una sacerdotisa?

—Mis padres y muchas personas que apreciaba, murieron hace 16 años por culpa de ella —admitió el herrero— Si ella no hubiese nacido, tal vez ellos seguirían vivos ahora mismo.

—Por eso mismo lo digo —exclamó el más joven del grupo moviendo sus manos con exageración— Esa perra de ojos azules estaría mejor muerta. Tal vez incluso, ella sea la responsable de que estén habiendo tantas desapariciones recientemente.

Ante la reclamación del muchacho, los hombres en el grupo callaron de inmediato con expresiones pensativas en sus rostros.

Los labios de la mujer que en secreto escuchaba la conversación, se tensaron con fuerza reprimiendo las ganas de abrir la boca y reclamar. Su kimono era de un color tierra con patrones de cuadros. Llevaban su cabello castaño oscuro recogido en un moño alto, de donde algunas hebras caían en pequeñas ondas por su amplia frente y mejillas.

Enojada, decidió adentrarse a su hogar. Su esposo se encontraba sentado en el pequeño salón frente al fuego de la chimenea, fumando tranquilamente su alargado tabaco oscuro.

—¿Qué diablos pasa con esta gente? —bramó la chica con notable enojo.

Ante la exclamación de su mujer, el marido se sobresaltó. Del tiro, por poco expulsaba el tabaco que seguía en su boca.

—¿Y ahora que demonios te ocurre mujer?

—Esa maldita gente están hablando de la sacerdotisa de la montaña otra vez —replicó la mujer, quitándose sus getas y colocándolas celosamente a un lado de la entrada.

Con los pies descalzos, caminó al interior de la casita y comenzó a picar algunas verduras con un cuchillo para el guiso que planeaba hacer.

—Otra vez hablando de esa mujer ¿Y a ti en que te afecta eso ahora? —el hombre no entendía la actitud de su mujer—. Estoy comenzando a pensar que estás obsesionada con esa sacerdotisa…

La mujer frunció el ceño y molesta fulminó con la mirada a su esposo.

—¡No es nada de eso tonto! —casi de inmediato la molestia desapareció de su rostro al recordar la triste mirada de esa muchacha cuando se dirigía al cementerio, empujando una carrera con el cadaver de su padre. Recordó pensar en ese momento que era muy bonita, pero que el cansancio y el sufrimiento parecían haberla hecho envejecer unos años más.

Desde pequeña siempre tuvo cierta curiosidad hacia esa chica de largo y lacio cabello negro. Sus padres le repetían una y otra vez que nunca debía jugar con la niña del templo maldito. Ella no entendía porqué, ya que a sus ojos, era una niña normal como ella misma.

Sin embargo, las palabras de sus padres no le impidieron acosar a esa chica de vez en cuando en secreto.

Por supuesto, no se atrevía a acercarse o a entablar una conversación con ella, pero definitivamente no podía evitar contemplarla con ojos brillantes. Si no fuera mujer, pensaría que estaba enamorada de ella o algo así, pero el solo pensar en eso, era sumamente absurdo.

La gente en el pueblo la odiaban sin justificación alguna. Muchas veces había escuchado los rumores sobre que a raíz de su nacimiento, la ciudad que rodeaba el templo murió instantáneamente. Tanto las plantas, como los animales y las personas, sufrieron el impacto de una extraña enfermedad que devoraba la vida. Pero ella pensaba que solo era una simple casualidad.

Era imposible que una bebita tuviera esa capacidad de matar a tantas personas de una sola vez.

Una extraña idea iluminó su mente. Ella era la única persona en esa ciudad que no creía en ese rumor de que esa niña estaba maldita. Era absurdo y sumamente cruel matar a una persona simplemente por un maldito rumor.

No iba a permitir que algo así sucediera.

Ella sola iría y se aseguraría de que no cometieran esa locura.

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