Ise se encontraba en su habitación, recogiendo con rapidez las pocas pertenencias que tenía. Todo lo guardaba en un pequeño bolso de tela que se colgaba en su hombre y se entrelazaba en su pecho. En su interior había otra vestimenta de sacerdotisa y algunas provisiones para el camino.
Estaba determinada a dejar este lugar atrás, de lo contrario, terminaría perdiendo la cabeza. Ya no podía seguir aquí, debía ir en busca de su hermano.
La emoción era más que notable en su rostro. Su padre le había contado antes, pero estaba aún tan dolida por su muerte que no había sido capaz de ver más allá.
Su padre tenía razón, este santuario ya no era un lugar sagrado, era un cementerio.
Se dió cuenta de eso al salir de la edificación y al notar que a su alrededor no crecía ni este árbol o planta. Todo allí estaba muerto y la tierra era más que infertil.
Era ciertamente un lugar horrible. Con razón la gente le temía tanto. Si vivía en un lugar horrible, la gente la seguiría tratando de la misma manera horrible. Debía buscar respuestas, y por ahora, la única pista que tenía era su hermano, del cual su posición aún desconocía.
Pero estaba más que dispuesta a llegar a su encuentro.
Dándole un último vistazo a lo que había sido su hogar por tanto tiempo, no pudo evitar sonreír con las esperanzas renovadas. Sostuvo con fuerza la cuerda que sostenía la katana de su padre en su hombro y se giró para emprender un nuevo camino, pero todo el color que había iluminado sus expectativas desapareció al ver a aquel desigual grupo de hombres, no muy lejos de ella.
Todos la miraban de la misma manera. El odio era más que notables en cada una de sus facciones .Muchos estaban armados con picas e incluso palas. Otros llevaban en sus manos pedazos de madera y antorchas.
La sonrisa lentamente desapareció de los labios de Ise al ver aquel nuevo panorama.
—¿Qué… están haciendo aquí? —preguntó repentinamente asustada. No pudo evitar temblar de miedo.
Ninguno de ellos dijo ni una palabra. No era necesario responder a esa pregunta, era más que obvia la respuesta.
Cuando todos al unísono avanzaron lentamente hacia ella, Ise retrocedió varios pasos.
—Esperen… yo ya me ib…
Sus palabras se interrumpieron cuando a su espalda una fuerte e intensa luz iluminó la oscuridad de la noche. Por inercia su cuerpo se giró y lo que vio la dejó taciturna. El fuego devoraba por completo el santuario que había sido su hogar. Lentamente era engullido por las cálidas llamas escarlatas.
Alguien le había prendido fuego a todo y no tuvo tiempo de ver al responsable porque de improvisto algo la golpeó con fuerza desde la parte trasera de su cabeza.
Repentinamente todo se volvió oscuro y por un buen tiempo no vió nada más que sombras. La katana que sostenía cayó de su hombro y se deslizó por todo el suelo polvoriento hasta golpear las raíces de un árbol seco.
Cuando logró entrar en si, el mundo daba vueltas y veía todo muy borroso. Podía escuchar todo tipo de voces a su alrededor, pero no era capaz de entender lo que decían.
Alguien estaba parado justo delante de ella. Podía ver sus pies algo borrosos y por la forma asumió que se trataba de una mujer. Intentó levantar la cabeza un poco para poder verla mejor. La chica parecía protegerla, con los brazos extendidos de par en par a ambos lados de su cuerpo.
—¡Esto es una locura! —gritó la mujer desconocida con fuerza— ¿Por qué hacen algo tan cruel basado en rumores sin fundamentos?
Del grupo de hombres enfurecidos y llenos de odio, una voz se alzó.
—¡Aparte de ella ahora mismo, Saku! —la susodicha miró al responsable de la voz. Era un hombre que conocía por ser el único herrero de la zona— Ese monstruo merece morir, hace 16 años a mucha buena gente…
—¡¿Pero a caso te estás oyendo, Tatsu?! —bramó la joven que ya se veía bastante enojada, sin intenciones de amilanarse ante los hombres que la superaban de tamaño— Es solo una niña… esto está mal.
—Mi hermana también era una niña cuando la maldicion de la plaga acabó con ella… —bramó alguien más. Riku lo reconoció como el joven que constantemente hablaba pestes en la plaza e incitaba a las personas a matar a la sacerdotisa maldita.
Riku lo fulminó con la mirada llena de rabia. De no ser por ese maldito, nada de esto hubiera pasado.
—Solo eres un maldito cobarde, si solo querías vengarte… ¿entonces porqué no viniste tu solo sin involuncrar a tanta gente?
Al escuchar el insulto de aquella mujer, el rostro del joven se crispó de pura rabia. Avanzó varios pasos hacia ella y sin esperarlo le dio una bofetada tan fuerte que la derribó de una sola vez. Riku soltó un pequeño grito cuando la mano impactó con fuerza en su mejilla y parte de su mentón. Todos los presentes quedaron impactados sin ser capaces de intervenir o hacer algo al respecto.
—¡Qué sabe una maldita zorra como tú! —gritó totalmente encolerizado mientras levantaba sobre su cabeza el pedazo de madera que sostenía como arma, dispuesto a golpearla— Parece que tu marido no te ha enseñado, que las mujeres tienen que cerrar la boca cuando los hombres hablan…
Al ver que la madera se acercaba a su rostro a gran velocidad, lo único que pudo hacer Riku desde su posición, fué cerrar los ojos y esperar el golpe que nunca llegó. Repentinamente Ise se puso en pie y con un encolerizado grito empujó con todas sus fuerzas a aquel malnacido.
El susodicho cayó sobre su propio trasero y cuando se recompuso al notar a la sacerdotisa, rápidamente se alejó de ella entre gritos, arrastrándose por el suelo como una cucaracha hasta donde estaban los demás hombres que la miraban con odio y temor a la vez.
Un hilillo de sangre caía por todo el costado de su frente hasta su barbilla, pero apenas sentía dolor por lo que no le fué muy difícil erguirse. Era tanta la furia que sentía que todas sus extremidades temblaban por la tensión.
—Su problema es conmigo, no con ella —espetó con voz pausada, intentando controlar su mal temperamento lo más que podía—. Golpéenme a mi si quieren… pero a ella no.
—¿Y a ti que diablos te importa, maldito monstruo? —gritó el mismo chico que había golpeado a la tal Riku. Había recuperado su confianza anterior y sus aires de agrandeza al estar cerca de los demás. Como todo un cobarde.
Se dispuso a abrir la boca y a seguir gritando pestes cuando llamó su atención por el rabillo de su ojo. Una maniática sonrisa se extendió por sus labios al notar la espada de la sacerdotisa.
Riku a espaldas de Ise, se puso en pie con la ira tiñendo cada uno de sus rasgos femeninos. Tenía la mejilla derecha algo hinchada por el golpe, pero eso no le impidió abrir la boca.
—¡El único monstruo aquí… eres tú perro asqueroso!
—¡Maldita cerda…
—¡YA CÁLLENSE! —gritó alguien más interrumpiendo la discusión. Era Tatsu, el herrero del pueblo. Su cabello blanquecino sobresalía en la oscuridad de la noche y sus anchos brazos denotaban entre tantos hombres delgados— Riku… —la susodicha se sobresaltó al ser llamada— Aléjate de esa mujer ahora mismo…
—¡No! —se negó ella rotundamente, parándose justo al lado de Ise.
La sacerdotisa la miró impresionada ya que nunca había visto que alguien, excepto su padre, se pusiera de su lado y la apoyara con tanta insistencia. Mucho menos una desconocida. Eso ciertamente era una gran novedad.
Al notar la mirada de Ise, la joven la miró de soslayo y le dedicó una pequeña sonrisa.
De repente, la imagen de una niña de aspecto parecido a Riku se iluminó en la cabeza de Ise. Una niña sonriéndole desde la distancia, escondida entre los árboles, mientras una Ise pequeña jugaba con su Temari.
La sacerdotisa la miró con el reconocimiento en sus ojos y su boca se entreabrió sorprendida.
—Tu eres…
No fué capaz de completar la frase ya que de repente, el mismo chico de antes, se abalanzó sobre Ise sosteniendo la katana de su padre en sus manos y sin darle oportunidad de esquivar. No lo había visto venir ya que al parecer se había movido todo este tiempo que han estado hablando, entre los hombres, tratando de pasar desapercibido, para poder llegar a su posición aprovechando que todos estaban distraídos.
Sin embargo, en ese mismo instante, alguien se interpuso en medio del camino. Riku e Ise fueron atravesadas a la vez por el filo plateado de la katana. Aquel muchacho ni siquiera se detuvo al ver que ella se había interpuesto en su camino. Al contrario, empujó hasta lograr atravesar a ambas con la filosa hoja.
Todos los presentes liberaron alaridos de sorpresa al no esperar que Riku haría algo como esto.
Los ojos de Ise amenazaron con salírsele de sus cuencas al ser atravesada de una sola vez.
—¡Raito! —el viejo herrero gritó y corrió hacia el culpable de lo sucedido. Lo agarró del cuello con tanta fuerza que por un momento todos creyeron que se lo arrancaría, luego lo lanzó al suelo notablemente enfurecido— ¡¿Qué diablos hiciste maldito idiota?!
El tal Raito desde su posición no dejaba de reír como un maniaco. Sus ojos desenfocamos brillaban de locura.
—Lo hice… —siseaba entre risas— No lo puedo creer… en verdad lo hice… jeje, jeje, jeje…
Ise se dejó caer de rodillas al no poder sostenerse más en pie, junto con Riku la cual no dejaba de vomitar sangre roja y brillante, sin dejar de mirar fijamente a Ise como si fuera la estrella más brillante del cielo nocturno.
El pecho de Ise bajaba y subía cada vez que tosía y la sangre se desbordaba por sus labios.
—¿Por… qué?
Sin esperarlo, Riku sonrió a pesar de la sangre que cubría su boca, su mano débil se levantó de su costado y se dirigió lentamente hasta finalmente tocar el rostro de Ise.
La susodicha se sobresaltó ante el tacto de aquel desconocido toque.
—Tan… cálida… —fué lo único que dijo antes de que sus ojos se oscurecieran y su mano cayera al suelo como una muñeca sin vida.
La sangre carmesí las rodeaba a ambas en un extenso charco de líquido oscuro. Ise contempló como la mano que la había tocado se oscurecía totalmente poco a poco hasta ennegrecer toda la piel de la joven. Todos se estremecieron y retrocedieron entre alaridos despavoridos al ver lo sucedido. Algunos hasta se voltearon y corrieron lo más rápido que podían, quedando solamente en el lugar el anciano herrero, Raito y algún que otro valiente.
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