—¿Tu que harás? —le preguntó Kai mirándola por encima de su hombro.
Ise retrocedió por inercia, todo su cuerpo comenzó a temblar con solo pensar en la idea tener que luchar. Sus ojos se envolvieron en el temor y en el pánico, no porque le temiera a la muerte, si no porque en su mente lentamente como una marea, los recuerdos comenzaron a resurgir de las profundidades.
Flashes contemplaron su mente en breves iluminaciones de imágenes y sonidos. La sangre salpicando por todas partes y los gritos de sus victimas al ser atravesadas por su imponente espada. Eran tan fuertes que por inercia dejó caer la katana de su padre y se cubrió los oídos para intentar mitigar su tormento.
Kai frunció el ceño por su comportamiento y asumió que seguramente debía estar asustada por lo que asintió con la cabeza y encaró la situación.
—De acuerdo, tú quédate atrás —espetó— Yo lucharé solo…
Ise entre temblores no fue capaz de moverse o efectuar algún tipo de palabra. Aún estaba traumatizada, las imágenes de Miku y los hombres que había asesinado no dejaban de repetirse una y otra vez a sus ojos.
En cambio, Kai avanzó hacia el exterior oscurecido de la noche. No dejaba de tener un terrible mal presentimiento.
No tuvo la necesidad de avanzar demasiado ya que apenas llegó al riachuelo afuera de la cueva, los corceles atravesaron el umbral del bosque al unísono. En el centro de los tres se encontraba el tal Ichigo, un samurai bajo las órdenes directas del shogun. Con solo verlo, con esa ridicula sonrisa plasmada en su rostro, no pudo evitar sentir un terrible temor. Como si estuviera en presencia de un poderoso depredador.
Por primera vez se sintió como seguramente debían sentirse los venados que a menudo cazaba en las montañas.
—Pero que tenemos aquí —espetó el samurai con aire victorioso, su aspecto joven difería mucho de cómo lucia un samurai normal. Parecía más joven de lo que seguramente era. Más que un samurai parecía más bien un wakashü (un joven aprendiz de samurai)—. Realmente te haz convertido en un verdadero incordio, mocoso.
Kai observó atentamente el armamento de los tres samurais. El del centro tenía dos katanas en ambos lados de su cadera, una más grande que la otra. Algo que le llamó mucho su atención. Su armadura era bastante sencilla, consistía en una lámina de cuero plegada de interrupciones que cubrían su pecho, hombro, antebrazos y muslos.
Los otros dos no eran muy diferentes, pero claramente su armadura era más sencilla y con menos calidad. Lo cual identificaba de inmediato que el más joven definitivamente era el lider.
Se bajaron de sus caballos seguidamente de su líder.
Ichigo desenvainó dos de sus espadas listo para encarar si era necesario.
—No tenemos porqué hacer esto niño… —espetó Ichigo con un tono de voz tranquilizador— No eres digno de…
Sus palabras fueron interrumpidas ya que a una velocidad más que impresionante, Kai estiró la cuerda de su arco y sin siquiera apuntar, disparó y la flecha atravesó el ojo de Ichigo.
Por inercia, el samurai se dejó caer sobre sus rodillas y cayó de cara al suelo. Los otros dos que lo acompañaban brasmaron sorprendidos y enojados. Desenvainaron sus espadas y corrieron hacia el joven cazador.
Kai disparó dos flechas seguidas. Una de ellas atravesó el cuello de uno de los samurai, pero el otro logró cortarla en el aire con su katana, mientras se dirigía a Kai dispuesto a cortarle la cabeza.
El cazador esquivó su ataque dando una voltereta en el suelo tirando su arco hacia alguna parte. Sacó el cuchillo escondido en su cinturón y sin darle oportunidad al samurai de recuperarse, desde su espalda blandió el cuchillo y atravesó todo el cuello. El samurai ni siquiera tuvo tiempo para gritar cuando cruelmente impulsó el cuchillo hacia adelante y desgarró por completo todo el cuello del hombre, provocando que una gran cantidad de sangre saliera volando por todas partes.
El cadaver sin vida del samurai se dejó caer en la nieve como peso muerto.
Kai suspiró y exhaló aliviado pensando que todo había acabado, pero jamas esperó que el samurai Ichigo se pusiera en pie y sin que el joven lo esperara, lo atraparía por detrás. Kai intentó moverse, pero los brazos del samurai parecían estar hechos del acero más fuerte.
—Te atrapé… —espetó el samurai con una voz tan siniestra que erizó los vellos de su piel. Kai forcejeó con todas sus fuerzas pero fue inútil.
El samurai abrió la boca de par en par mostrando dos enormes colmillos puntiagudos como cuchillos, los cuales enterró en la vena del cazador con tanta fuerza que no pudo evitar soltar un grito tan desgarrador, que espantó algunos cuervos que observaban lo sucedido desde las copas de los árboles. Envolvió sus dedos en el cabello del samurai, intentando apartar su rostro de su cuello pero fue un acto inútil. Podía sentir como aquella bestia gruñía y gemía de placer mientras bebía hasta la última gota de su sangre.
Poco a poco, los bordes de la visión de Kai se ensombrecieron amenazando con perder la consciencia en cualquier momento.
«No puedo… no puedo morir así» Pensó con gran fuerza de voluntad.
Agarró el cuchillo que siempre llevaba oculto en su muslo y lo enterró en la pierna del samurai, pero fué inútil ya que apenas el susodicho se inmutó.
Definitivamente no era un ser humano, probablemente hasta podría ser la bestia responsable de la muerte de sus padres. Pero algo era diferente. No olía igual que el rastro que siguió hasta el shogunato, además de que la forma de sus pies eran obviamente diferente. El asesino de sus padres, o era algo con la forma de un niño o una mujer. Definitivamente no se equivocaba, además de que ella tenía un extraño y persistente olor a lirios.
El samurai a sus espaldas apestaba a opio y a licor de arroz.
—¡Kai! —escuchó la voz de Ise como un rayo de esperanza. La sacerdotisa corría hacia ellos y blandió su espada provocando que el samurai soltara a Kai con demasiada brusquedad.
El cuerpo del cazador cayó sin fuerzas al suelo intentando cubrir la sangre que no dejaba de salir de su vena.
Ichigo retrocedió varios saltos al descubrir la presencia de la sacerdotisa.
—Tú, maldita perra. Así que estabas de su lado.
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