Había llegado la hora más temible del día para la joven. Isa se recostó en su cama recordando las palabras de su tutor, las cuales de alguna manera habían logrado que se renovarán sus esperanzas.
"Para todo existe una solución, Isa. No sé que te esté haciendo llorar de esa manera, pero puedo asegurarte que existe una luz al final del túnel. Puedes contar conmigo…"
Su consejo había sido de mucha ayuda, pero no quería involucrarlo en esta pesadilla en la que se había metido. Pero tal y como él dijo, a lo mejor si existía una solución a todo esto.
Mientras pensaba en una manera de escapar y salir bien librada de ese infierno. La puerta de su habitación se abrió repentinamente. Ya no importaba ponerle seguro, ni mucho menos algún mueble que impidiera el acceso. No solamente el hombre tenía la llave, sino que tampoco le importaba romper alguna cosa intentando entrar.
Isa cerró los ojos y los puños al mismo tiempo.
«Que crea que estoy dormida, por favor» suplicaba en silencio, ante la indeseable presencia de aquel hombre. Pero de nuevo sus deseos no fueron cumplidos.
—Por favor, ya es suficiente...—dijo ella, al sentir el contacto de la mano helada del hombre sobre su rostro.
¿Acaso estaba intentando acariciarla?
—Yo soy quien decide cuándo será suficiente—contestó él, continuando con el recorrido de sus largos dedos por su cara.
—¡Basta!—gritó Isa enderezándose—. Ya obtuvo lo que quería... No tiene nada más que hacer aquí. ¡Váyase!
—Es mi casa, recuérdalo.
Isa lo miró rabiosa. Sin duda era un tipo despreciable.
—Gustosa me iría de aquí...—susurro en voz baja sintiéndose una vez más impotente y con ganas de llorar.
—Pero no te irás—contradijo Heinrich en un tono amenazante.
Isa desvió la mirada de sus orbes grises, sintiendo repulsión hacia su persona.
—Recuerda, que tienes una tarea que cumplir... Y no estoy de humor para tus negativas—habló nuevamente el hombre.
Claro, "la tarea"... Aquella que también había dejado por escrito y especificada en un contrato. Isa se tragó sus deseos de insultarlo y luchar con todas sus fuerzas para que la dejara en paz. No valía la pena, simplemente no tenía escapatoria...
La joven se desabotonó su pijama con un temblor insistente en sus manos.
—¿Hasta cuándo...?—preguntó queriendo saber si aquella situación tendría en un algún momento un final.
Necesitaba saber que al menos todo pronto acabaría. Era lo único que quería escuchar, que aquello se convertiría en un espantoso recuerdo en su vida.
—Sabes perfectamente cuando terminará todo.
Sí, lo sabía. Todo acabaría cuando finalmente quedará embarazada. No sabía cómo sentirse al respecto, tal vez el bebé fuese su única salida, pero eso no la hacía sentir mejor. Cada vez que pensaba en que si aquello realmente se cumplía, se sentía más desdichada.
Isa suspiró una vez más en ése día. Un sentimiento de resignación era la razón de todos sus suspiros.
«Tal vez no todo sea tan malo, Erika estará feliz...» pensó la muchacha antes de cerrar sus ojos y dejar que aquel hombre hiciera lo que quisiera con ella.
—Así me gusta—apuntó Heinrich ante el comportamiento dócil de Isa.
Y así, una vez más aquel hombre había ultrajado su cuerpo. Corrompiéndolo y ensuciándolo con sus manos ansiosas, y demandantes.
Isa prefería que todo eso ocurriera rápido. Pero, por el contrario, de lo que quería, el hombre se tomaba su tiempo. Le besaba lentamente el cuello y tenía una manía por aspirar el olor de su pelo.
La muchacha le arrebató un mechón de cabello, que el hombre olisqueaba como si se tratase de algo fascinante. Ya había hecho lo que quería, ahora que se largara...
Su actitud rebelde no pareció agradarle, porque la miró de forma amenazante. No lograba comprender por qué quería seguir ahí, encima de ella y examinándola de esa manera tan extraña.
Esperaba que éste no fuese uno de esos días en los que intentaba repetir el acto. No estaba dispuesta a soportar una vez más, toda aquella intensidad. Le dolía todo su cuerpo.
Pero como si aquel acto de rebeldía le hubiese renovado las ganas, él había empezado una vez más a deslizar sus manos por todo su cuerpo.
—Ya fue suficiente...—dijo ella empujándolo y viendo hacía otro lado.
Sorprendentemente no insistió más. Solo se levantó de manera brusca de la cama, como si aquello que le había dicho, lo hubiese hecho molestar.
La miró de forma fiera antes de salir, como si sintiera algún tipo de repudio hacia ella. Isa estuvo tentada ante la idea de sacarle la lengua al verlo cruzar la puerta.
Al saberse finalmente sola se permitió soltar todo aquello que había estado conteniendo durante ese tiempo. Estaba actuando como cualquier prostituta a la cual le pagan por dar su cuerpo.
¿Pero qué otra cosa podía hacer? La resignación la dejaba sin fuerzas para luchar.
La imagen de su abuela le llegó de inmediato a su mente. Recordó aquel día y la conversación que habían mantenido bajo la sombra de aquel cerezo. Cerezo en el que solían pasar juntas gran parte de sus tardes.
En ese día más que en cualquier otro día extrañaba a su abuela fallecida, y extrañaba a aquel lugar en el que vivió durante tantos años. Aquellos fueron los años más felices de su vida, momentos que no volverían por más que quisiera echar el tiempo atrás. Porque eso era lo que quería, retroceder en el tiempo y refugiarse una vez más en los brazos de su abuelita. Aquellos brazos tan reconfortantes que siempre la hicieron sentir segura.
«Brazos que ya no estaban ni volverían» pensó la joven, con una lágrima deslizando de su mejilla.
—Discúlpame, abuelita...—sollozó Isa contra la almohada—. No creo... No creo que algún día me pueda casar. Ni hacer nada de lo que prometí aquel día...—expresó ella con dolor como si realmente la persona la estuviese escuchando.
En ese momento, solamente sentía que su vida había sido por completo arruinada y no existía ninguna manera en la que lo pudiese remediar. Ya no había marcha atrás...
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