Inspección

Jaén se presentó en su oficina a la hora exacta.

—Está listo, señor—le informó el hombrecito de ojos saltones y baja estatura.

Heinrich asintió con una leve cabezada. Había hecho uso de sus influencias para que su insulsa esposa desapareciera por una semana. Para él no era difícil hacer un par de llamadas y ostentar de su flamante apellido. A los Müller no les estaba permitido negarse nada. O al menos, eso había aprendido a lo largo de toda su vida.

Sí, siempre había sido un joven caprichoso. Acostumbrado a obtener todo lo que quería.

Ahora gracias a la ausencia de su esposa, podría llevar a cabo un par de planes que tenía en mente desde hacía unas semanas. Planes que incluían a cierta jovencita risueña que se la pasaba merodeando por las instalaciones de su casa.

Isa era muy irritante.

En cuanto le notificaron de la partida de su mujer, Heinrich regresó a su mansión con un simple objetivo en mente. No podía evitarlo, aquella parte retorcida de su ser no dejaba de exigir que la hiciera suya. Necesitaba tomarla para acabar con aquel constante dolor en su cabeza, apagar aquella vocecita que no lo dejaba en paz.

«Tómala» demandaba aquella voz cada vez con mayor insistencia.

El hombre se dirigió a la habitación de la muchacha a altas horas de la madrugada. La ilusa ni siquiera había puesto el seguro, era una presa demasiado fácil de atrapar, pero aun así le parecía entretenido.

Al entrar, simplemente se quedó observándola atentamente por varios minutos que se sintieron como si hubiesen sido horas.

El ritmo de la respiración de la joven era tan pausado, que de cierta manera lo hipnotizaba. Suavemente se movía su pecho en cada tenue inhalación. Había entrado en la habitación con un propósito no muy agradable, pero, por un momento, su mente lo olvidó.

Todo había sido de una manera fríamente calculada. Tenía frente a él a la mujer que se encargaría de traer al mundo a su hijo, aunque ella aún no lo aceptará. Era solo cuestión de tiempo, y en este caso el mismo era muy limitado.

¿Por qué tenía que ser precisamente ella?

La idea se la había vendido Erika con mucho esmero. Luego de tanto pensarlo y que el idiota de su medio hermano le otorgase el último empujón que necesitaba, lo decidió.

Era insultante el hecho de que la muchachita se estuviera negando. ¿Cómo se atrevía? Se sentía fuertemente tentado ante la idea de jalar bruscamente las cobijas que la cubrían y exigirle que se levantara.

—Lo quieras o no, vas a tener a mi hijo—era ridículo imaginarse a sí mismo diciendo algo como eso.

¿Hijos?

¿Quién los necesitaba?

Todo era culpa del infeliz de su padre y de la patética insistencia de Erika. De lo contrario no tendría por qué estar visitando la habitación de una jovencita en medio de la madrugada.

Isa era una completa insolente, a la cual no tardaría en poner en su sitio. Necesitaba hacerle saber cuánto antes, que la última palabra la tenía únicamente él.

La muchacha se removió entre las sábanas, dejando al descubierto una parte de su pierna derecha. Su pie, tobillo y pantorrilla estaban al alcance de su vista. Su piel tersa y blanquecina llamó su atención de inmediato.

No había pasado por alto en ningún momento, el hecho de que la jovencita tenía un inusual atractivo. Absurdo. Había estado con una gran cantidad de mujeres, mucho más voluptuosas que esa niña, pero aun así, sentía el deseo de tocar a aquel ser inmaculado y corromperlo con todas las ganas que poseía.

Sin permitirse perder más tiempo pensando en cosas que no podría cumplir por el momento, se dispuso a abandonar la habitación. Ya tendría oportunidad suficiente para saciar su incontenible apetito...

Poco tiempo después de que el hombre de larga cabellera plateada se marchará, la joven despertó. El corazón de Isa latía desesperado. Sus ojos se abrieron de imprevisto, buscando mantenerse a salvo de la pesadilla que visualizo.

Se había visto a sí misma caminando por un largo sendero. Aquel camino parecía no tener un final, lo único que podía percibir a su alrededor era oscuridad.

El negro era un color constante, pero no exclusivo. Adicionado a aquella opacidad, el rojo que resbala de su entrepierna detuvo su andar. Su abdomen abultado, parecía irse vaciando poco a poco, a medida que aquel líquido escarlata bañaba el suelo.

—¡NO!—gritó la muchacha en medio de aquel sueño.

Inmediatamente, aquel escenario había sido cambiado, siendo reemplazado por uno que considero después más desalentador. El camino se transformó en una sala, vacía y espeluznante. Altas sillas de madera la rodeaban y al final había alguien ocupando un estrado.

—Entrega al niño—ordenó una voz aguda y autoritaria.

¿Niño?

No comprendió al instante la solicitud, pero a los pocos segundos algo en sus brazos se removió. Era un pequeño recién nacido, cubierto de sangre. El cordón umbilical aún colgaba de su cuerpo, y era evidente que apenas acababa de venir a este mundo.

Un par de hombres se le acercaron y arrebataron la criatura de sus brazos. ¿Ese era su hijo?

—¡Esperé! ¡Por favor, no se lo lleven!—clamó con dolor. Absolutamente, nadie la escuchó, había quedado sola en medio de aquel juicio que ni siquiera había iniciado...

—S-solamente fue un sueño...—se consolaba a sí misma la muchacha luego de aquella terrible pesadilla.

Sus manos temblaban y un sudor frío bajaba por su cara. Nada más había sido una pesadilla, pero había logrado asustarla completamente. Sabía perfectamente cuál era la razón de aquella situación, ya que no era la primera pesadilla que padecía.

Desde que su prima le hizo aquella petición, los sueños con bebés, y su posterior separación, habían sido constantes. Era extraño. Aunque comprendía que no era real, aquello lograba causarle una profunda aflicción.

Isa no logró conciliar el sueño nuevamente. Paso las siguientes horas en vela, dando vueltas en la cama. Hasta que finalmente el sol mostró su cara, dándole origen a un nuevo día. Uno en el cual, la joven se prometió que todo sería mejor…

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