Erika había pensado que la felicidad del reencuentro con su prima le duraría lo suficientemente, pero se había equivocado miserablemente.
Se había esmerado tanto en hacerle una cena de bienvenida a la joven con la finalidad de hacerla sentir especial, pero lo único que había conseguido era sentirse miserable. Sí, más miserable de lo que ya se sentía.
Los mensajes escritos en su teléfono seguían sin ser leídos por el receptor de los mismos. Cada uno de ellos contenía la palabra "por favor", y habían sido enviados con la finalidad de que su esposo se presentará en la cena que realizaría. Después de todo, tenía algo importante que informarle al hombre.
La noche había traído consigo la tan normal oscuridad, y él ni había respondido a sus mensajes ni mucho menos se había presentado. Y aunque nunca le había importado la opinión popular, no pudo evitar sentirse incómoda, cuando su prima le preguntó por el paradero de su esposo.
¿Qué le diría?
«¿Te cuento algo, Isa? Pues, resulta que mi esposo prefiere quedarse en su oficina hasta altas horas de la noche, antes de compartir tiempo conmigo. Y eso es solo una parte de la historia, mejor ni hablemos de sus amantes.»
Aquello se oía terrible, la sola idea de decirle algo como eso a su primita le enfermaba. Isa era una jovencita noble que no debía tener como ejemplo de relaciones de pareja, algo tan disfuncional y enfermo como lo que tenía ella con Heinrich.
Ellos no podían ni siquiera calificarse como una pareja—al menos no como una normal—puesto que la única cosa que hacían juntos era tener sexo.
Luego de aquellos interminables segundos dónde se había encontrado a sí misma sin palabras para responderle; y dónde además, sintió una opresión en su pecho que le hizo comprender que la ausencia de Heinrich le causaba más dolor del que pretendía admitir. Erika suspiró consciente de que su matrimonio era un completo desastre. No era como si aquello no lo supiese ya, pero empezaba a confirmarlo más con cada día que transcurría en su vida de casada.
La luna se veía especialmente radiante en aquella noche en vela, Erika podía contemplarla perfectamente desde el balcón de su habitación. Y gracias a su constante insomnio, aquel se había convertido en uno más de sus pasatiempos. Mirar la luna, mientras trataba de no pensar en nada.
Pero a la vez aquella parecía ser una misión imposible, puesto que no podía dejar de pensar en lo fácil que sería matarlo y acabar con todo de una vez por todas. Y aparentemente sus deseos podrían ser cumplidos en esa misma noche.
El hombre que despertaba todo su odio, acababa de cruzar la puerta de la habitación. Se dirigió rápidamente al interior de la misma para finalmente encararlo.
—Son las dos de la mañana, Heinrich, ¿dónde diablos estabas?—y así una nueva disputa había iniciado.
A veces se preguntaba si ella era invisible. Realmente no podía creer la capacidad que tenía aquel hombre, para pasarle por el lado sin siquiera mirarla.
—Maldita sea, te estoy hablando—exclamó ofuscada. Su tono de voz empezaba a ser demasiado alto.
Desajustando su corbata, Heinrich se había dignado a decirle:
—Guarda silencio—su voz estaba cargada de hastío.
—Tú no me das órdenes—replicó ella al instante.
—Te equivocas—pronunció lentamente el hombre, mientras le dedicaba una mirada bastante amenazante.
Erika conocía a la perfección sus técnicas de intimidación, pero en esta oportunidad no le daría el gusto de amedrentarla.
—Te sientes con el poder de decidir y hacer lo que te venga en gana—sonrió con sorna—. Permíteme decirte Heinrich, que yo también sé jugar muy bien mis cartas.
El hombre finalmente posó su mirada grisácea sobre su persona.
—¿Es una amenaza?
—Tómalo como quieras.
Los dos se miraron fijamente. Eran como dos fieras enjauladas a punto de matarse de una manera despiadada. Ninguno de los dos estaba dispuesto a dejarse vencer de su oponente.
—Puedo deshacerme de ti fácilmente.
—No puedes.
—¿Qué te hace creer que no puedo?
—Te casaste conmigo, porque me necesitabas. ¿O acaso lo has olvidado?—cuestionaba la mujer, mirándolo con superioridad. Aunque sabía que tenía desventaja ante él, no iba a dejarse doblegar.
—Un divorcio no va a hacerme daño.
—Pero tampoco te conviene—Erika no dejaba de verlo de manera desafiante.
—Gracias a nuestro matrimonio tu padre va a otorgarte la presidencia—le recordaba—. Sabes muy bien que es mejor para ti, mantener la farsa del matrimonio.
El hombre bufó.
—La gente se divorcia a diario, Erika—respondió con indiferencia—. Una separación no es algo relevante.
—Entonces, ¿echarás todo por la borda?—la mujer empezaba a perder la calma.
El hecho de que el hombre que desgraciadamente amaba, se expresara de esa manera sobre su matrimonio, la hacía sentirse profundamente lastimada.
Una risa sardónica fue lo único que obtuvo como respuesta. Sus ojos verdes chispearon con furia desmedida.
—En ese caso, me encargaré de que pierdas todo el prestigio que has conseguido—amenazó ella.
Dos segundos habían bastado, para sentir como su cuello era aprisionado con fuerza.
—No me amenaces.
Heinrich no era un hombre que poseyera paciencia.
—S-suéltame—pidió Erika con el poco aliento que le quedaba.
Un sonido proveniente de la entrada, logró interrumpirlos. En el suelo yacía esparcido, un álbum de fotos. Las fotografías contenidas en el mismo, habían salido de sus compartimientos y una muchacha de manos temblorosas se apresuraba en recogerlas.
—Lo siento... lo siento—murmuró la joven.
Durante mucho tiempo se había acostumbrado a dormir acompañada. La casa de su abuela era tan pequeña, que ambas compartían la misma habitación. Ni siquiera una semana había pasado desde la muerte de la misma, y ella aún no lograba adaptarse a pasar sus noches en soledad.
Su prima le había dicho que su esposo se encontraba de viaje. Luego de dar varias vueltas en la cama intentando dormir, Isa pudo percibir la situación como una oportunidad.
Le había parecido buena idea ir a dormir con su prima, tanto que no pudo evitar llevarse consigo el álbum que tanto atesoraba. Si Erika aún estaba despierta, podrían quedarse a revisarlo hasta que el sueño las alcanzará a ambas. Recién se daba cuenta de lo ilusa que había sido. Su manera imprudente de actuar, le había acarreado el odio del esposo de su prima. Elevó su mirada por un segundo y efectivamente aquellos ojos grises la veían con furia. Se sentía tan insignificante ante esa mirada de desprecio, que lo único que deseaba era desaparecer.
—¿Qué significa esto?—preguntó el hombre con un tono gélido.
—Isa, deja eso. Ven aquí—le había dicho su prima. La voz de Erika le había llegado un poco distorsionada por los nervios que sentía en todo el cuerpo.
Debió suponerlo. La puerta entreabierta, no podía ser una buena señal. ¿Por qué no había retrocedido cuándo tuvo oportunidad? ¡Tonta!
Ahora se encontraba de pie frente a dos personas. Una que conocía perfectamente, y otra a la cual le hubiese gustado conocer en unas circunstancias mejores.
—Ella es mi prima, Isa—Erika acababa de presentarla a su esposo.
El hombre de larga cabellera plateada, la escaneó levemente. No pudo evitar sentirse expuesta, porque tampoco se encontraba en las mejores fachas. El bochorno llegó a sus mejillas de una manera marcada. Inmediatamente, apretó el álbum contra su pecho, intentando ocultar lo desgastada que se hallaba su pijama. Una fotografía se le había escapado, y volando llegó justo a los pies del hombre, quien no había dudado ni un segundo en pisarla.
—Isa, él es Heinrich, mi esposo.
Horrorizada miró una vez más al sujeto, que acababa de pisar la foto de su fallecida abuela.
—Un placer—titubeó agachándose para recoger la fotografía.
Una vez que rescató la foto de su abuelita, se reverenció levemente y trató de huir.
—Con permiso—había dicho Isa antes de tropezarse con la esquina de la puerta al salir.
Erika miró atentamente como su prima huía cuál cordero que acababa de ser librado del matadero y sintió pena por ella. De por sí, sabía que Isa estaba muy nerviosa con la idea de conocer a su esposo, y para colmo, aquella presentación no se había dado de la mejor manera.
—¿Te mataría ser más amable?—ironizó ella.
—Aquí la pregunta es, ¿desde cuándo tienes familia?—le reprochó Heinrich a Erika.
La mujer solamente alcanzó a soltar una estruendosa carcajada.
—¿Acaso arruiné tus planes, cariño?—preguntó con burla.
—No, aún puedo matarte—le hizo saber el hombre con una mirada fría.
Y por algún motivo, Erika no dudo de que fuese capaz de desaparecerla del mapa.
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Comments
Adri
solo falta que se meta con la prima
2023-09-03
2
Nadie.🥸
uy no que no se meta con la prima
a ella no se le arrima 🤦🏻♀️🤦🏻♀️
2023-02-17
4