Prohibido

Apago la estufa y lo giro hacía mi dirección. Lo miro fijamente.

—¿Qué tienes? —Pregunta al ver que no hago nada. Me acerco más y beso sus labios. Él se apoya en la meseta y se deja besar por mí. Sonrió mientras lo beso, es demasiado sumiso. No quiero que nadie conozca esa parte de él.

Mi teléfono suena e interrumpe el momento. Debí ponerlo en silencio. ¿Por qué lo quite del silencio?

Me alejo y atiendo.

—¿Sí?

—¿Dónde estás Al? —Es Cristal.

—Estoy bien. No te preocupes, voy a regresar en un momento. —Miro al señor Marcos que se encuentra acariciando sus labios y cuando se da cuenta de mi mirada, voltea todo sonrojado.

—¿Por qué suenas diferente?

—Creo que a fin de cuentas, necesitaba un descanso. Me hizo bien escapar del hospital. —Contesté y la escuché reír feliz a través de la línea.

—Regresa rápido, hablamos horita.

Cuelgo y me acerco al señor Marcos. Me miró con algo de nerviosismo.

—Tengo que irme. —Asintió con tristeza. Que lindo se ve. —Regreso por la tarde. Después de la consulta.

—¿Te vas a escapar de nuevo?

—Síp. –Sonreí y le di un beso en los labios y luego me fui no sin antes decir un nos vemos.

—«Era mejor idea secuestrarlo. Odio las cosas románticas».

—«Lo admito, él tiene razón». –Señala a Cero.

Esos malditos locos.

Cuando llego a mi casa, estaban todos esperando en la sala. Casi la familia completa solo faltaba mi padre.

—Voy a dejar pasar tu escapadita y el hecho de que hayas regresado con ropa desconocida. —Ni siquiera me miraba mientras decía esto. —Hoy irás a conocer a tu prometida, ve a prepararte.

—No quiero… —¿Y la fiesta qué?

—Hermanito lo mejor es que lo hagas calladito. Si tienes conciencia clara. —Mire su hombro y el cuello de mi madre, tatuadas con la forma de mi mano en ellas. Bajo la cabeza avergonzado y tragué con fuerza mis quejas.

Subo y me cambio lo más rápido que pude.

—Qué bueno que estés bien. —Miro sus manos temblorosas.

—«Hasta yo tendría miedo si me hicieras eso». –Miro a Cero incrédulo. Él también intenta estrangularme y mira lo que dice.

—No te fuerces. —Le respondí con una mirada desafiante. Intentó tomar mi mano, pero me aparte.

Mi madre y mi hermano entraron a la parte de adelante y yo subo a la parte de atrás. Ellos conversaban de la misma típica conversación, sobre los logros de mi hermano y sus múltiples planes exitosos. Me mantuve en silencio mientras recordaba los momentos con el Señor Marcos.

Bajamos frente a una casa que se podía llamar así misma mansión. No es casualidad que me hayan emparejado con la segunda hija de esa familia. Me dijeron que los Dathus tenían dinero, pero no sabía hasta que punto.

Sigo a esos dos que parecen conocer perfectamente el lugar. Bueno también ese señor con traje que no importa tanto.

Cuando conocí a Rose lo único que llamó mi atención fue su brillante sonrisa, era hermoso y sus dientes tan blancos eran perfectos. Esa casa mansión era más grande adentro que por fuera. Y después de las presentaciones los adultos salieron de la habitación y me dejaron solo con ella. Aunque todo lo demás me pareció aburrido, no puedo negar que ella era bella y tenía unos orbes azules hermosos.

El ambiente se siente incómodo. Cada gota de saliva que trago raspa mi garganta y es doloroso. Han pasado más de treinta minutos desde que me dejaron con ella. Su vista observando cada parte de mi cuerpo es más incómodo y su silencio agravia más las cosas.

—Me dijeron que eras callado, sin embargo, no pensé que fuese tanto. —Al fin habló. Está sentada con las piernas cruzadas y viste un vestido floral que resalta su rostro y piel pálida. Sin embargo, su forma de mirar la hace lucir madura y como una dama de bastante clase. —Veamos Alex, me pareces alguien poco social y de carácter débil ¿No has salido de casa nunca? —Su dedo me apunta y sonríe de una forma extraña. No sé cómo definirlo.

—No salgo mucho. —Ella me mira y al parecer está insatisfecha con mi respuesta.

—Eres poco interesante. Además ¿Por qué estás teñido de ese horrible color? —Ah, es cierto hace mucho olvidé la razón de porque me pinté el pelo de rojo, pero ahora lo recuerdo bastante bien. Muchos me decían que parecía la copia o el gemelo de mi hermano, tal vez solamente quise hacer una diferencia y odiaba que me dijeran que tenía un parecido con él. —El pelo rubio de tu madre y hermano es hermoso. Ella dijo que también eras rubio.

—Odio el color rubio. —Respondí y ella miró su pelo con asombro.

—¿Debería teñírmelo? —¿Por qué me pregunta eso? Me levanté de mi asiento dispuesto a irme. —¿Te vas?

—No te parezco interesante y tú tampoco llamas mi atención. ¿Hay más que decir? —Meto mis manos en los bolsillos de la chaqueta.

—Tienes razón en eso. Pero olvidas algo, no importa si queremos o no queremos, igualmente vamos a casarnos.

—«Ella tiene razón, tu madre ya lo decidió».

—Ya sé. —Respondo y camino hacia la puerta. —Voy a tomar aire. Aquí es asfixiante. —No espero su respuesta y abro la puerta y salgo de esa habitación. —Estoy harto de esto. ¿Alguna idea? —Cero se sorprende y luego sonríe.

—«Por fin. La idea es matarla y tengas tu final feliz con el psicólogo». –Parpadeo un par de veces. —«Si no puedes hacerlo, déjamelo a mí».

—No, lo haré. —Dije mientras caminaba por los pasillos de la gran mansión. —Hay algo que me interesa de ella y lo quiero conservar como un tesoro.

—«Cada día más loco». —La miro y solamente sonreí.

—¿Cero soy loco? —Él niega.

—«Así eres genial». —Es la respuesta que quería para no echarme atrás.

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