...Capitulo Corregido.....
El trato
El rugido del motor acompañaba el vaivén de los pensamientos que no se decían. Sebastián conducía con el ceño fruncido, las manos aferradas al volante como si este fuera el único punto de anclaje a su autocontrol, mientras Aleida lo observaba de reojo, sentada a su lado con la tranquilidad fingida de quien sabe que cada palabra puede detonar un nuevo conflicto. Habían hecho un trato, un pacto entre dos extraños obligados por un pasado que ninguno eligió. Y aun así, en medio de esa tensión contenida, algo se movía, algo invisible que los empujaba, con o sin su voluntad, a convivir.
—Solo para que quede claro —gruñó Sebastián, rompiendo el silencio como una cuchilla en carne—. No me casaré contigo hasta que ese abogado tenga en sus manos el contrato firmado y cada cláusula revisada.
—Y respeto tu decisión —respondió ella, sin perder la calma—. Haz lo que creas que es necesario.
Él asintió, no del todo convencido de la serenidad con la que la rubia aceptaba cada una de sus condiciones.
—Bien. Te llevaré a casa.
—¿A casa? —repitió Aleida, ladeando el rostro—. Pero yo no tengo casa.
—Lo sé. Y mi abuelo tuvo la genial idea de obligarme a llevarte a la mía. No vivo ahí, pero tú sí tendrás que hacerlo.
—¿Y tú dónde vives?
—En la academia. Ese es mi hogar. La mansión está en el bosque. Apartada. Silenciosa. Segura.
—¿En el bosque? —rió ella, casi sin poder creerlo—. ¿Me mandas a vivir a un bosque? ¿No se supone que debemos vivir juntos para hacer más realista esta farsa?
—No pienso vivir contigo. No lo soportaría ni un solo minuto.
—Sabes… no soy tan mala como piensas.
—Y tú no eres alguien que me agrade, por ahora. Me estás obligando a un matrimonio que no quiero, ¿recuerdas?
—Tal vez, pero si el matrimonio debe parecer real a los ojos de tu familia, lo lógico sería compartir el mismo techo, al menos.
Él apretó los dientes, frustrado por tener que admitir que tenía razón.
—Una cosa es vivir bajo el mismo techo —murmuró—. Otra muy distinta es compartir habitación. No esperes eso de mí.
—Jamás lo haría —replicó ella con suavidad—. Solo quiero que esto funcione lo más rápido y eficientemente posible. Cuanto antes parezca real, antes podremos terminarlo.
Él soltó un bufido y miró hacia el bosque que comenzaba a perfilarse en el horizonte.
—Hablaré con mi abogado mañana. Mientras tanto, puedes quedarte en la mansión. Mañana discutiremos los detalles.
—Perfecto. Me parece razonable.
El silencio se instaló nuevamente entre ellos, pero esta vez era más denso, menos agresivo, más reflexivo. Mientras el auto avanzaba por la carretera angosta flanqueada por árboles que ya comenzaban a despedirse del otoño, Aleida se dejó envolver por la nostalgia de su tierra. Escocia era un país frío y hermoso, y su ciudad natal tenía inviernos tan largos que el tiempo parecía estancarse en un murmullo de hojas secas y cristales de escarcha. Observó la transición del verde al dorado, el murmullo de los árboles despidiéndose del calor, y por primera vez en todo el día, se permitió respirar.
No tardaron mucho. El auto se detuvo frente a una inmensa propiedad con rejas de hierro forjado y una escalinata de mármol blanco que conducía a una entrada doble de puertas imponentes. Para Aleida, aquello no era una casa. Era un palacio, un castillo atrapado entre el bosque y la tradición. Sus ojos se abrieron con fascinación, sin poder ocultar el asombro ante la magnitud de la mansión.
Sebastián bajó primero, la miró de soslayo y notó ese brillo en sus pupilas. Ella admiraba la propiedad con la inocencia de alguien que jamás había tenido nada, con la ilusión tímida de quien se sentía fuera de lugar.
—Nunca estuviste en una casa como esta, ¿cierto? —preguntó él, sin burlas, sin frialdad. Solo curiosidad.
—No —respondió ella con sinceridad—. Viví en un departamento cerca de la universidad en Los Ángeles. Nada parecido a esto.
—¿Por qué no aceptaste la casa que mi abuelo te ofreció allá?
Ella giró el rostro hacia él, sin perder la sonrisa.
—Porque yo me encargo de sobrevivir sola. Él solo pagó mis estudios, nada más. Lo demás… lo hice por mi cuenta.
Por primera vez, Sebastián sintió una chispa de respeto sincero. No lo dijo, claro. Pero la forma en la que la miró fue distinta.
Aleida caminó junto a él por el patio, y sus ojos se detuvieron en los hombres vestidos de negro, la presencia evidente de cámaras en cada rincón, la vigilancia silenciosa pero firme que impregnaba el lugar. Frunció el ceño, con una inquietud que no pudo evitar verbalizar.
—¿Por qué hay tanta seguridad?
—Soy capitán de la marina. Trabajo en una de las academias más importantes del país. Mi padre es una figura pública. Y ahora tú, en cuanto te cases conmigo, serás una extensión de esa vulnerabilidad. No solo yo corro peligro, tú también lo harás.
—Así que todos esos hombres… ¿son por eso?
—Así es —respondió sin más.
Subieron las escaleras de mármol. Aleida lo hizo con lentitud, casi saboreando cada paso como si ascendiera al escenario de un sueño. En su mente, aquella casa era más que un edificio: era el símbolo de una vida que jamás tuvo. De una familia que no estaba. De padres que murieron sin decir adiós.
Una mujer del personal abrió la puerta principal. Aleida sintió el aire tibio y perfumado del interior recibirla como una caricia. Al alzar la vista y ver los candelabros de cristal colgando desde techos de doble altura, no pudo evitar sonreír.
—¿Cuántas habitaciones tiene este palacio? —preguntó con ironía elegante.
—Toma la que quieras —respondió Sebastián, sin girarse—. La mía está en el ala este. No me gusta que me molesten, así que... evita ese sector.
Ella lo miró con sorna.
—Descuida. No sabrás de mí. Ni me verás cerca.
Él se detuvo, alzó ligeramente la cabeza como si aquellas palabras le hubieran perforado un lugar inesperado. Algo punzó en su pecho. Algo parecido al vacío.
No supo por qué, pero dolió.
Y en ese silencio que no dijeron nada, los dos supieron que habían empezado una guerra que no tenía nada que ver con contratos… sino con emociones que ni siquiera estaban listos para nombrar.
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Comments
Anonymous
Muy interesante esta historia
2024-05-15
5
Elvia Crespo
Me parece muy bien, que pongas en claro que solo estas haciendo eso porque no te queda otro remedio para recibir lo que te corresponde por derecho y no porque el te interese....
2024-04-12
7
Maria Del Jesus Martinez
así de habla Aleida no te dejé de ese infeliz
2023-06-06
0