Si alguien me hubiese preguntado en dónde pasaría el día de la celebración nacional del fin de la guerra, tal vez yo hubiera respondido que en casa con mi familia. Quién hubiese pensado que llegaría a estar en lo más profundo de unas oscuras catacumbas, mientras se escucha a lo lejos los fuegos artificiales. Muchas personas creen que las almas en pena de aquellos que murieron victimas de la violencia se quedan en un estado de limbo, buscando la forma de trascender al más allá o de poder vengarse de aquellos que les hicieron daño. Hasta hace poco pensaba que todo eso solo eran supersticiones; no obstante, jamás creí que la verdad se me mostraría con tanta crueldad.
Acompañado de esta fría soledad, en frente de un cronovisor, tengo que admitir que nunca en mi vida he sentido tanto miedo como ahora. Ni mis lágrimas, ni la razón por la que fui obligado a venir a este lugar, conmoverán a mi verdugo o harán que mi destino cambie.
—Mi nombre es Louis De La Serre, mayor del ejército karminense, esposo de una bella mujer y padre de dos buenos gemelos—comencé a hablar mientras el cronovisor me grababa—,y estas son...—tuve que hacer una pausa debido a que el nudo en mi garganta se hacía más grande.—mis últimas palabras.
Todo comenzó el 29 de Julio, un día común y corriente de descanso luego de estar trabajando por más de 20 días seguidos en el cuartel de Qarta. El primero de agosto serían los festejos del fin de la guerra y como Qarta había sido la ciudad donde se dio el golpe final contra Azuri, un reino vecino que quería invadirnos, todo estaba hecho un caos. Papeleo por un lado, largas reuniones por otro e inspecciones diarias de seguridad en las fronteras de la ciudad, provocaron días realmente pesados.
—¿Has ido a visitar al capitán Sebastian?—preguntó mi mujer mientras daba un sorbo a su jugo.
—Sí, justo fui ayer a verlo—respondí un poco seco, no me gustaba hablar de mi subordinado.
Ambos estábamos descansando en el balcón, aprovechando que el clima estaba fresco, aunque en mi interior agradecía que el balcón era techado. Mientras observábamos a las personas caminar en frente de nuestra casa, esperábamos atentos a la llegada de nuestros hijos.
—¿Y qué tal? ¿Cómo está?—estaba muy curiosa.
—Elisa yo...—solté un largo suspiro mientras me masajeaba un poco la frente.
—¿Qué ocurre, Louis? ¿Por qué te pones de malas cada que te pregunto por el capitán?—me reclamó enojada.
—No, no es eso. Solo han sido meses muy cargados de trabajo y más este último debido al primer aniversario. Estoy muy cansado y con mucho dolor de cabeza—me disculpé de inmediato con ella, lo menos que quería en ese momento era una discusión—, el capitán está mucho mejor y si todo va bien pronto lo veremos de nuevo sirviendo en las filas.
—¡Que bueno! nuestro héroe se merece eso y muchas cosas buenas—respondió con una sonrisa.
Después de unos minutos en silencio me retiré del balcón para poder acostarme un rato en mi habitación, ese día me dolía mucho la cabeza. Dejé abiertas las ventanas pero con las cortinas sueltas, la luz directa del sol me fastidiaba la vista y con el pasar de los días empeoraba. Según los médicos, aquella dolencia era debido al fuerte golpe en la cabeza que sufrí mientras luchaba en el capitolio, por lo que era claro que tendría secuelas hoy en día.
Me tumbé en la cama luego de tomarme los medicamentos y antes de cerrar los ojos comencé a percibir un olor familiar pero que me costaba reconocer con exactitud, fue cuando empecé a soñar que supe lo que era: el olor de un incendio. En mi sueño estaba de nuevo en el capitolio, había logrado derribar a dos soldados azurianos que bloqueaban las escaleras, ya que necesitaba subir al último piso del lugar. No obstante, cuando pude llegar, en vez de encontrarme con la imagen que vi en ese entonces de mis subordinados caídos, me encontré con la imagen de mi familia en el suelo y rodeada por charcos de sangre.
Comencé a gritar mientras sentía que desgarraban mi corazón, la tristeza afloraba como una gran cascada y las lágrimas quemaban mi rostro más que el calor por las llamas a mi alrededor. Los cuerpos de mis hijos estaban cortados por las extremidades y mi esposa tenía la boca abierta a más no poder, las cuencas de sus ojos estaban al descubierto e hileras de sangre brotaban de su pecho. Intentaba gritar pero no podía decir nada, mis gritos de desesperación no salían de mi mente. Recuerdo que en ese sueño sentía un miedo tan grande que me paralizó enseguida y mientras estaba de rodillas en el duro piso, con mis pantalones siendo manchados por la sangre de mi familia, algo largo y afilado comenzaba agarrar mi cabeza desde atrás.
Al abrir mis ojos, luego de esa pesadilla tan horrenda, mi visión estaba muy borrosa y mi cuerpo no respondía. Solo podía mover un poco la vista, en búsqueda de mi mujer o de alguno de mis hijos para poder recibir ayuda. Fue cuando me percaté que la presión en el lado inferior de la cama aumentaba progresivamente, que me invadió un frío muy cruel. ¿Alguna vez han sentido eso que la gente llama "se subió el muerto"?, la presión comenzó a ascender por mis piernas, quería llorar como un niño. Sabía que no estaba solo en la cama. No solo sentía que algo se subía sobre mi cuerpo, también lograba sentir unas garras frías y delgadas arañando mi piel. El olor del humo impregnaba con mucha fuerza mi nariz y el oxigeno comenzaba a faltarme.
—¡TE ENCONTRÉ!—dijo una voz profunda y molesta.
Una criatura humanoide me observaba mientras aplastaba mi pecho con el peso de su cuerpo. Su piel estaba quemada, dándole un aspecto carbonizado. Sus ojos brillaban de un color escarlata, lo que me provocaba una angustia intensa. Su boca estaba abierta por completo, mostrando sus colmillos tan amarillos y olorosos que no pude evitar las ganas de vomitar; sin embargo, no podía expulsar lo que mi estómago devolvía. Me estaba ahogando con mi propio vómito.
—¡Cariño, despierta!—escuché a mi esposa gritar.
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Comments
Alana Restrepo
siento que la victima resultará ser el malo
2023-01-14
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