LUCHA INTERNA

Al terminar de pasar el umbral del cuadro, observó que se encontraba flotando en una amplia pradera. Su situación actual le hacía recordar cuando estaba haciendo sus practicas en su primer año dentro del ejército, en ese entonces la noche era muy parecida al cielo estrellado que se extendía sobre ella y la persona que se encontraba flotando en el cielo, como una mariposa, había sido una reina ninfa que los había ayudado a tomar de regreso un pueblo fronterizo que había sido tomado como rehén por soldados azurianos. Sin embargo, a diferencia de aquella vez, el cielo era iluminado por unas enormes llamas no muy lejos de ella, lo que le recordaba la noche en que el rey Abelardo había invadido al capitolio de Qarta. Comenzó a levitar hasta llegar al punto donde se encontraban las llamas y lo que vio la aterrorizó.

La luz de las estrellas era opacada por la bravura de las llamas que habían sido incitadas por una turba de personas enfurecidas. Tres personas, que estaban arrodilladas y esposadas, observaban con tristeza como su casa era incendiada. Cinco guardias de la catedral se encontraban custodiándolos mientras un hombre estaba hablando frente a ellos.

—¡Silencio!—dijo el hombre golpeando el suelo tres veces con su bastón—, la gran creadora y diosa de todos los humanos, ¡La todopoderosa Lía!, ha hablado a través de nuestro humilde arzobispo y ha desenmascarado la herejía cometida por estos tres hermanos. Serán llevados a la catedral para ser juzgados y recibir su castigo.

¿Lía?, ¿La diosa pagana Lía?, a todos los niños se les enseñaba desde pequeños muchas historias sobre Aletheia, la gran diosa de su pais, entre ellas un suceso que había ocurrido hace siglos atrás: la creación de una diosa pagana de nombre Lía, quien usurpó el puesto de Aletheia a causa de varios detractores de esta; sin embargo, eso había ocurrido hacía mucho tiempo atrás. ¿Será que el haber cruzado aquel cuadro la transportó en el tiempo?

—¡Maten a los herejes!—gritó una anciana.

—¡Monstruos!—señaló una mujer embarazada.

—¡La gran diosa Lía les tiene preparado un lugar en el infierno!—amenazó un joven.

Los tres prisioneros subieron a una carroza que parecía ser una jaula móvil, ya que en vez de paredes tenía barrotes, y la madera estaba manchada con sangre. A medida que se alejaban del pueblo se acercaban a las calles próximas a la gran ciudad.

—¡Mueran! ¡Mueran!—las personas gritaban mientras arrojaban tomates y piedras.

—Cúbranse la cabeza— escuchó susurrar a la mujer.

—¡Silencio!—ordenó el guardia que conducía la carroza.

Producto de los gritos, el frío de la noche y el dolor de los golpes, los tres perdieron la noción del tiempo y no se dieron cuenta cuando llegaron a la catedral. Fueron llevados a una torre pequeña que fácilmente podía ocultarse por la fachada de la catedral, estaban anonadados por la existencia de aquel sitio.

—Así que son ustedes...—dijo un hombre sentado al frente de ellos. Los tres estaban arrodillados, aun esposados, esperando cuál sería el juicio.

—¿Arzobispo?—preguntó el más gordo de los dos hombres. No podía ver bien al hombre, lo mismo le pasaba a sus hermanos. El hombre estaba sentado en un trono y cubierto con una capa blanca. Aunque la luz de la luna y las antorchas lo iluminaran, no podían verlo. Su visión estaba tan borrosa y nublada que sospecharon de inmediato que algo malo les habían hecho antes de llegar.

—¿Saben por qué están aquí?

—¡Señor Arzobispo, perdónenos! mis hermanos y yo solo intentábamos ayudar a la gente de nuestro pueblo—suplicó la mujer; sin embargo, la risa del hombre la dejó helada.

—No puedo creer que tres rebeldes hayan podido pasar las murallas, ¡¿Sacrificaron sus vidas por la causa de un grupo rebelde que va en contra de la voluntad de la gran creadora?!—la respuesta los dejó sin palabras.

—Señor...no...no sabemos de qué...—replicó la mujer.

—¡Basta ya, sucios mentirosos! debí haber dado la orden de matarlos frente a todos. Ustedes servirán como prueba de que nunca se debe jugar con la voluntad de la diosa Lía—de repente varios guardias comenzaron a rodearlos y otros tres los tomaron con fuerza para agachar sus cabezas contra el suelo.

—¿Cuál es su orden, señor?—preguntó el guardia que sostenía al más delgado de los dos hombres.

—Atraviesen sus corazones y luego preparen sus cuerpos para el ritual de apaciguamiento—el miedo recorrió cada zona de su cuerpo. No solo no podían ver bien, también sentían una debilidad muy anormal que no los dejaba luchar.

—¡Suéltenme!—gritó el hermano más delgado, mientras intentaba tomar impulso. De su corazón emanaba una débil luz índigo que apenas se notaba viendo directo a su pecho.

—No se resistan...—dijo el arzobispo—no pueden usar los poderes que les otorgó el caos corrupto que tienen dentro, ¡En esta tierra no hay poder que derrote al de la diosa Lía!

Cuando escuchó aquella amenaza, todo volvió a ser oscuro para Rebecca. No fue hasta que una sensación cálida, como la que hay en el amanecer, comenzó a cubrirla. Solo le tomó medio segundo darse cuenta que ya no estaba flotando, sino que estaba dentro del cuerpo de un hombre. No se sentía como si lo hubiese poseído por completo, ya que el hombre seguía manteniendo pleno control de su cuerpo. Más bien lograba sentirse casi igual a cuando estaba en la morgue, como una tercera observadora que sentía todo lo que ocurría pero no tenía dominio alguno.

Aquella noche del incendio fue muy larga, el fuego no cesaba aun cuando era de madrugada y comenzó una llovizna, siendo hasta que la mañana llegó que todo se consumió. Al lado de la destruida casa había una pequeña colina que daba a una de las entradas del pueblo y a lo lejos se podía ver a un hombre vestido con el mismo uniforme que los guardias, con una capa negra y un bolso, acercándose al lugar. De las tantas veces que llegaba al pueblo, y por lo guapo que resultaba para la mayoría de las mujeres, ya sabían los habitantes de quién se trataba.

—¿Qué pasó?—sin fuerzas, perplejo al ver el estado de la antigua casa hecha cenizas, cayó de rodillas y con él un ramo de rosas que se empaparon en el barro.

Todas las emociones, sentimientos y pensamientos de ese hombre, Rebecca lograba sentirlas en carne propia. Su garganta era azotada por un nudo tan profundo y doloroso, que miles de recuerdos de cuando perdió a sus compañeros comenzaron a llegar como miles de gotas de lluvia. No fue hasta que volvió a escuchar las voces de los dioses, en que pudo calmarse.

Debes calmarte, candidata a paladín.

Luego de ver desconcertado la casa de su novia, a lo cual Rebecca supo después que se llamaba Elena, fue a su apartamento para pensar bien las cosas. Se sentó durante un largo tiempo en la mesa analizando como podría pedir piedad por su novia y cuñados, en su tiempo dentro de la guardia de la catedral había conocido a muchas personas hasta llegar con el arzobispo. Este se había quedado tan impresionado por su trabajo en la escuela militar, que le otorgó un puesto a su lado. De pronto, hablando con el, pudiera recibir ayuda.

—Debo ir con el arzobispo antes de que de la orden de sacrificarlos—se levantó y abrió la puerta de su closet para buscar uno de sus uniformes. Al momento de abrirlo, una hoja de papel doblada se cae, en uno de los lados estaban las palabras escritas con la letra de Elena: "Feliz cumpleaños, cariño". En el otro lado de la hoja, estaba un dibujo de el durmiendo. Se trataba de un dibujo de la noche en que habían hecho por primera vez el amor.

—Voy para allá, espera por favor...—dijo casi en suplica.

Se colocó su mejor uniforme, peinó con cuidado su cabello y por último abrochó su capa. Ya era de noche, podía ver las estrellas comenzando a dar su luz. Mientras caminaba a la catedral, que estaba cerca de su apartamento, podía apreciar como las personas se encontraban realizando un festival de agradecimiento. A lo lejos escuchaba las plegarias de las mujeres y los canticos de los hombres, todos refiriéndose a haber sido salvados de las manos malvadas de los herejes. En las casas con pisos más altos, los nobles, vestidos con sus trajes más lujosos, se encontraban lanzando monedas de oro y pidiendo ser protegidos de la gente mala.

En el pasado el haría parte del festival ya sea protegiéndolo o festejando en el; sin embargo, ahora que el estaba del lado de los herejes sentía un sentimiento contrario, ¿Así se habrían sentido todos los que fueron capturados por herejía?, ¡No!, ya sea para bien o para mal jamás cuestionaría las decisiones de la gran creadora...o al menos eso quería creer. Su corazón no dejaba de latir más fuerte a medida que se acercaba a la catedral y la sensación de molestia era más agobiante. Por un segundo creyó haber visto una luz emanar de su pecho, ¿Estaría alucinando?

Como era su turno para reemplazar a la guardia diurna, no tuvo problemas para entrar en la catedral. El, junto con otros cinco compañeros, estaba destinado a proteger el ala norte principal: que se componía del despacho principal del arzobispo y de una terraza que tenía la estatua más grande de la diosa Lía. Cuando la guardia diurna entregara sus puestos, el aprovecharía para pedir una charla con su eminencia.

—¿A quién le importa el cuerpo de esa hereje?—escuchó la voz de un hombre, pero lo extraño era que se escuchaba muy lejos—, ¡Por favor, no se enoje! entiendo...—volteó su rostro para ver si alguno de sus compañeros escuchaba lo mismo que el.

—¿Estás bien, Ariel?—dijo el más joven de ellos—, te ves muy mal.

Ariel seguía consternado con lo que escuchaba. Estaba ubicado en el extremo más alejado de la oficina del arzobispo, ¿¡Cómo era posible que lo estuviera escuchando hablar!?

Otra vez su corazón comenzó a dolerle pero fue lo último que escuchó, lo que lo sacó de sí mismo.

—¡Que su palabra se cumpla! esos ganados son tan idiotas por no saber que los estamos usando, que no habrá ningún problema. Llevaré la sangre de los herejes y los ofreceré en su nombre.

Esas últimas palabras hicieron que todo entrara en conflicto dentro de el. No podía comprender cómo aquel hombre tan dulce y bueno, que llamaba eminencia, soltara unas palabras tan oscuras. El latir de su corazón aceleraba a pasos grandes y con ello la ira en su ser ya no podía ser contenida. Sus compañeros salieron disparados contra las paredes cuando una fuerte energía comenzó emanar de el, cubriéndolo por completo. Cada guardia que se acercaba a detenerlo, antes de que entrara al despacho, era dejado fuera de combate.

—¿Caos corrupto?...¿De uno de mis guardias?—el arzobispo, quien observaba detrás de su escritorio, estaba anonadado cuando Ariel derrumbó de un golpe la puerta principal. El joven que una vez conoció como alguien dócil, ahora era una bestia fuera de control y sus ojos, comunes, estaban completamente negros.

—¡Yo confíe en usted!—empezó a correr para darle un golpe al arzobispo, este se quedó quieto ante la sorpresa. El puño de ese simple hombre emanaba una fuerte energía índigo, estaba seguro que era Caos Corrupto.

En cuestión de un segundo una fuerza invisible y muy poderosa golpeó a Ariel, para luego aventarlo contra un enorme ventanal y como consecuencia mandarlo a un enorme lago que se ubicaba detrás de la catedral. Si los demás miembros de la guardia al momento de entrar en el despacho, no hubieran estado ciegos, pudieran haber visto una segunda presencia que protegía al arzobispo.

—Su compañero ha sido poseído por el Caos Corrupto, ¡Mátenlo antes que se convierta en un demonio!

—¡Señor, si señor!

Antes de caer al agua juró que se vengaría del arzobispo, de la catedral, de la diosa y de todos. El odio consumía sus entrañas con el pasar de los días, huyendo de los que una vez fueron sus compañeros y sobreviviendo de lo que podía cazar en el bosque. Llegó al punto en que Rebecca ya no podía distinguir si era ella quien sentía aquello o solo eran las emociones de Ariel que la estaban afectando; sin embargo, lo único que podía hacer era intentar mantener el único recuerdo claro que tenía: el no era ella.

Durmiendo en una cueva, un poco alejada de la ciudad, Ariel pudo encontrar unas pinturas rupestres que explicaban una antigua leyenda: cuando la gran creadora hizo el mundo, llegó a descansar en el terreno donde se ubicaba el gran lago. Las estrellas, apiadándose de la diosa, dejaron caer unos cristales del más blanco puro para darle energía y que así pudiera recuperarse. Sin embargo, la diosa pudo ver el futuro destructivo de estos, ya que también eran capaces de amplificar el poder y ocasionar desastres, decidiendo enterrarlos bajo el terreno donde hoy estaba el lago.

Si la leyenda tenía razón, podía usar esos cristales para amplificar su poder y ocasionar un sismo que derrumbara a toda la ciudad. Por culpa de la diosa había perdido todo, ella mató a su ser más querido, dejándolo sin nadie en este mundo, para luego descubrir que era un simple peón. Ahora el mataría a todos en la ciudad, aun si eso significara morir.

Para poder llegar a los cristales debía descender por las catacumbas. Sabía de varios accesos pero no podía apresurarse hasta estar listo, pasó meses entrenando con su nuevo poder. Había adquirido velocidad y fuerza sobrehumana, así como logró contralar un poco, gracias a la meditación, la energía que emanaba de su interior. Cuando supo que una terrible tormenta vendría decidió aprovechar ese día, que todos estarían ocupados socorriendo a los heridos, para poder moverse con más libertad.

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Rosario Jiménez Jiménez Jiménez

Rosario Jiménez Jiménez Jiménez

monstruo!

2023-01-15

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Alana Restrepo

Alana Restrepo

Pobre Ariel

2023-01-14

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