En definitiva, llegar a la Isla de las Rosas fue todo un reto, puesto que las visitas a ese terreno estaban prohibidas para todos. La situación de las catacumbas bajo la isla, un sistema de túneles y cavernas que antes habían sido mazmorras, era muy grave debido a la energía negativa allí existente. Por muchos años, los ciudadanos estaban preocupados no solo por los cuerpos de aquellos que allí prevalecen, sino porque temían que la energía se propagara a tierra firme; sin embargo, como era un territorio bajo la protección de la diosa Aletheia, la energía había sido contenida.
La noche era iluminada bellamente por una luna llena y las miles de estrellas que la acompañaban, a simple vista, cuando llegó a la orilla con ayuda del bote, luego de que el capitán del barco lo había dejado lo más cerca posible de la isla, todo se encontraba en perfecto estado. El silencio reinaba, y aunque se alcanzaba a escuchar la brisa, no había presencia de algún animal o ave.
Hacía más de un año que había emprendido su viaje, y cuando por fin había visitado al último de sus compañeros hospitalizados, en la ciudad de Líos, perteneciente al municipio de Taganga, toparse con aquel ser similar a una parca, para luego decirle que debía ir a la Isla de las Rosas si quería saber lo que ocurrió con el mayor Louis, fue uno de los mayores descubrimientos en su travesía.
En todo ese tiempo, desde que empezó a sospechar que algo andaba mal con la invasión del capitolio, había aprendido que no se debía dejar llevar por lo que se mostraba al principio. El silencio acogedor y la seguridad que podía llegar a tener un lugar sin animales salvajes, podía tener un transfondo distinto. Comenzó a caminar con una lámpara de uso militar, ya que le costaba ver un poco mientras caminaba entre la vegetación; no obstante, había llegado un punto en que la luz de esta no era suficiente.
La energía negativa en ese terreno era tan densa, que no aceptaba la luz artificial hecha por los humanos, por lo que necesitaba usar otra cosa. Sacó de su bolso una lampara especial que contenía como batería plumas de fénix trituradas y con un cerillo encendido, que introdujo en una pequeña cavidad, logró prenderla. La luz de esta lampara era más intensa que la otra y permitía ver mucho mejor entre la oscuridad producida por la energía negativa, pero lo más importante es que era muy resistente.
Siguió avanzando hasta que notó, en el sendero donde estaba caminando, que comenzaban a verse uno pétalos de rosas; sin embargo, aquellos pétalos eran distintos a los demás, irradiaban una luz carmesí que los hacía más hermosos pero a la vez daban un sentimiento de horror. A medida que seguía, no solo habían pétalos, también muchas espinas, pero luego de unos cinco minutos más observó lo que era uno de los campos de rosas silvestres de la isla.
La imagen frente suyo era en efecto muy hermosa, el campo estaba completamente al descubierto y los rayos de luz lunar lograban filtrarse en el. Las rosas, que se mecían con suavidad por la brisa, eran mucho más hermosas que las que había visto en tierra firme; no obstante, emanaban la misma luz que había visto en los pétalos. En su interior podía sentir como la luz que ellas emanaban, no era algo bueno. No solo batallaba contra la luz lunar, también irradiaban algo tan terrorífico que el sentimiento de terror dentro de el incrementaba.
—¡MAYOR!—gritó con incredulidad.
En medio de un pequeño camino, que conducía a una de las entradas a las catacumbas que había en toda la isla, podía observar como el mayor Louis se encontraba caminando rumbo a la puerta. Por más que gritara, para que el hombre se detuviera, seguía avanzando. Impactado por volver a ver a su superior, después de más de un año, corrió intentando alcanzarlo; sin embargo, era tanta ventaja que tenía, que no pudo evitar que el mayor entrara a las catacumbas.
Preocupado por lo que había visto, apresuró su paso hasta llegar a la puerta; no obstante, pese a que tenía varios años de experiencia, se dejó vencer por los nervios y se tropezó en una de los escalones de una escalera que descendía en la oscuridad. La caída era tan abrupta, que llegó a pensar que seguiría rodando por siempre en aquellos extraños escalones. No fue hasta que llegó al final que pudo sentir de nuevo su cuerpo estable, pero había perdido en el proceso la única fuente de luz. Aunque la caída lo había dejado con algunos raspones, rasguños y había destrozado en parte su túnica, podía levantarse y seguía teniendo su mochila.
Cuando estaba apunto de buscar en su mochila otra lámpara mágica, una luz rojiza había sido encendida. Se trataba de varios orbes que levitaban en fila, formando una especie de guía que le mostraban el camino que debía seguir. Cada paso que daba, comenzaba a escuchar un llanto que incrementaba a medida que parecía acercarse. Pasado un tiempo llegó a una cueva que estaba cubierta por un material muy reflectivo, que le daba la apariencia de espejos. La única zona que no estaba cubierto era un gran agujero que se encontraba en la esquina entre una pared y el techo. No solo el agujero le daba mala espina, también lo hacía unos objetos que se encontraban en la mitad del sitio.
Al acercarse para revisar lo que había encontrado, otra vez escuchó el llanto pero más cerca de el. Estaba preocupado, se sentía estar dentro de la boca del lobo. Tenía que actuar con mucho cuidado o de lo contrario nunca volvería a la superficie. Entre los objetos, había encontrado un par de zapatos, un bolso y un cronovisor cubierto de polvo. Intentó varias veces prender el dispositivo, tal vez hubiera algo grabado dentro que le diera más información al respecto. Entre el reflejo que había en la pantalla del cronovisor, alcanzó a ver una silueta oscura detrás suyo. Se levantó de golpe, listo para luchar, pero en el lugar no había nada o nadie. Al examinar que no hubiera algo, notó que por fin el cronovisor había encendido.
La historia que vería a continuación, contada desde la perspectiva del propio protagonista, lo dejaría helado y asqueado al mismo tiempo. En el futuro rezaría por nunca haberse enterado sobre lo que contenía aquel extraño cronovisor.
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