LA MALDICIÓN DE LA ISLA DE LAS ROSAS

Una sensación similar a cuando había entrado en los recuerdos de Ariel, comenzó a invadirla por completo. Pronto sintió como todo su cuerpo era arrastrado suavemente por una extraña corriente y no fue hasta que algo cálido cubrió todo su ser que pudo abrir sus ojos. Se sentía muy cansada, como si no hubiera dormido nada pese a haberse acostado hacía muchas horas. Sus ojos estaban muy sensibles a la luz, pese a que era la misma luz lunar que se filtraba por el vidrio del enorme domo o ventanal que estaba encima suyo. Su cuerpo, completamente desnudo, era arropado por los pétalos de rosas que caían sin explicación alguna y por su largo cabello rizado.

Cuando pudo volver a levantarse, aún estando casi sin fuerzas, empezó a examinar su cabellera. Recordaba haberla visto solo hasta la altura de sus hombros, pero ahora llegaba a un poco más de la mitad de su espalda.

—¿Cuánto tiempo estuve dentro de esos recuerdos?—preguntó casi al aire, aunque se dirigía a los dos dioses.

—12 meses y 24 días—respondió Aión, quién junto a Aletheia, observaba todo lo que hacía Rebecca.

—¡¿Cómo es posible?!—estaba en shock.

—El lugar donde te encuentras se llama "La sala de los recuerdos" y los cuadros que están frente tuyo no son los únicos que hay allí'; no obstante, una vez entraste en el cuadro del antiguo paladín Ariel, el tiempo que aconteció entre los hechos que viste y el de la realidad se entremezclaron—habló Aletheia, quien se volvió a sentar en la roca que había fuera de la puerta plateada.

—Es decir que, ¿Si decido entrar en el segundo cuadro, volverá a pasar mucho tiempo?—la voz de Rebecca sonaba en un enorme eco por todo el lugar.

—Puede que sea menos, puede que sea más. Así que candidata a paladín, ¿Qué harás?—preguntó Aión.

Los cuadros de los paladines, que se encontraban junto a Rebecca, habían sido de los dos últimos humanos que habían aceptado su misión y quienes más cerca habían estado. Después de la muerte de estos, por décadas buscaron a una persona capaz de reemplazarlos pero todos sus intentos fueron en vano. No fue hasta hace dos años, que pudieron encontrar a la ex-curandera mágica. Quedaron sorprendido sobre cómo, pese a tener un cáncer mortal, ella se adentraba entre el fuego enemigo para intentar salvar a sus compañeros. Sin embargo, aunque en su cara se marcara con intensidad el horror de verlos a casi todos muertos, siguió adelante hasta encontrar a su capitán.

Por un momento no esperaba que ese hombre siguiera vivo pero pudo observar con detalle como su alma, que ya estaba por separarse del todo de su cuerpo, aun tenía una conexión con su demacrado cuerpo físico. No obstante, lo que hizo Rebecca para salvarlo fue lo que en realidad lo sorprendió, ¿Cómo se le ocurría cederle su raíz mágica a un hombre casi muerto?, ¿Es qué acaso quería adelantar su muerte?

—Aletheia—comenzó a hablar, una vez que se aseguró que la humana no lo escuchara—, la razón por la que decidiste escogerla a ella como candidata a paladín, es por lo que sucedió en el capitolio de Qarta.

—Hemos estado buscando mal Aión, por eso no encontramos al sucesor adecuado. Necesitamos a alguien que sea capaz de seguir adelante, aun cuando la muerte lo espere a la vuelta de la esquina. Si esta chica sigue con esa misma motivación, pese a que sabe que su futuro puede ser oscuro, pudiese ser que por fin encontramos a nuestro nuevo paladín—aseveró la diosa, quien no dejaba de observar ni un solo segundo las acciones de Rebecca.

La antigua curandera mágica se encontraba frente al segundo cuadro, dudosa por si continuar inspeccionando aquellos recuerdos. Entendía muy bien que todo eso se debía a que los dioses querían saber si era lo suficientemente fuerte para que la energía del caos la aceptara como nueva portadora, ¿Pero de verdad querían que aprendieran todo lo que ellos sabían?

—¿Cómo se supone que aprenda todo lo que ellos saben, si permaneceré solo viendo sus recuerdos?—estaba nerviosa.

—Todo a su tiempo candidata, ahora solo concéntrate en las memorias de los antiguos paladines—respondió Aletheia, sin darle ningún consuelo.

—Vale, entiendo. Pero, necesito que me digan algo más, ¿Pueden responderme una curiosidad que tengo?

—Habla.

—¿Las mazmorras y las catacumbas que vi en los recuerdos de Ariel, en las tierras Uáiras, son las mismas mazmorras de las Isla de las Rosas?

—¡Vaya!, te has dado cuenta de manera inmediata—dijo Aión muy sorprendido—en efecto, pertenecen al mismo sistema de cavernas y laberintos subterraneos.

—¿Es decir que por lo menos cubre  medio Karmin?—si no fuera por todo lo que había vivido hasta ahora, le costaría creer eso.

—Hace millones de años, muchos de los dioses que se conocen a nivel global llegamos a la zona que comprende toda Karmin. El impacto formó, tanto en la masa terrestre como debajo del mar, varios túneles y cavernas que dieron formación a la mazmorra. No obstante, como decidieron sepultar a las victimas de la guerra en la zona que comprende la isla, todo el territorio quedó maldito. Pero bueno, eso ya lo sabes muy bien—dijo Aletheia.

No siguió hablando porque sabía muy bien a lo que ella se refería, hacía muchos años que era sabido por todos en el pais lo ocurrido en La isla de las Rosas. Un intento en vano del gobierno por honrar a los caídos en la guerra, haciendo de su lugar de reposo final a una de las islas más hermosas del mundo, crearon uno de los sitios con mayor energía negativa en todo el continente. Sin poder contener aquel daño, decidieron evacuar a todos los lugareños. Sin embargo, una pregunta surgió desde lo más profundo de ella que más tarde se arrepentiría por no decírsela a los dioses. Sin más que poder hacer, ingresó al segundo cuadro para continuar con los recuerdos.

Lo mismo que ocurrió la primera vez, volvió a pasar al momento en que ella atravesó el cuadro de la mujer; no obstante, en vez de despertarse primero fuera del cuerpo de la paladín, ahora se había despertado dentro de ella. Con esa leve diferencia, comenzó a sentir un extraño dolor que la dejó paralizada por bastante tiempo.

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