VERDADES OCULTAS

Se levantó de golpe intentando abrazarla pero su mano traspasó un cuerpo, se veía tan real pero a la vez no lo era. Sus ojos de color azul cielo mostraban su tristeza, aunque su sonrisa mostraba la alegría de volver a verlo, su piel morena estaba pálida y su cabellera rizada estaba sin vida. Rebecca podía sentir en su corazón no solo el poder oscuro lleno de dolor, al igual que el que emanaba en el pecho de Ariel, también podía sentir un sentimiento cálido proveniente de este cuando miraba o pensaba en su novia.

Cuando había conocido al capitán Kristoff, había sentido lo que llamaban "amor a primera vista", y aunque el tiempo pasó, jamás dejó de sentir por aquel hombre lo mismo que sentía Ariel por su novia; no obstante, su amor siempre había sido oculto, casi no correspondido. Todos los días se levantaban para combatir contra el ejército azuriano, viajaban largas distancias para cumplir difíciles misiones y para el capitán, quién solo tenía el enfoque de continuar su carrera militar, no había espacio para algún interés amoroso.

Componte, candidata a aprendiz.

Volvieron a hablarle los dioses, sabía que debía estar pendiente de todo lo que pasara pero no podía evitar pensar en todo lo que pasó y sintió con su primer amor. Muchas veces se arrepentía por no haber confesado sus sentimientos; sin embargo, ya que iba a morir por su cáncer, nunca se animó.

—¡Elena!, ¿Por qué no puedo tocarla?

—Al momento que comenzaste con la amplificación, una parte de tu poder se filtró en los cristales. Ella intentó evitar que usarás toda tu energía, pero terminó siendo consumida por esta. Ahora mismo se encuentra perdida en el mar de tu Caos—las palabras de la diosa fueron como un balde de agua fría para Ariel.

—Está bien, Ariel. No tienes que sentirte mal por mí, todo eso pasó por mi culpa. Pasó por no decirte la verdad desde un principio, por el miedo que tuve al ver lo devoto que eras del arzobispo y de Ápate.

—¡¿Ya sabías la verdad?!—comenzó a sentir como el aire le faltaba tras aquella confesión.

—Lo siento...lo siento...—estalló en lágrimas—, no quería causarte dolor, por eso quise mantenerte lo más alejado posible. Mi verdadero nombre es Irene, soy cabo primero del ejército de la ciudad de Tuchín y fui enviada con la misión de abrir una ruta para que el ejército ingrese a la ciudad.

—¿Tuchín?—era la primera vez que escuchaba ese nombre.

Aunque para Rebecca no se le hacía raro aquel nombre, ella conocía muy bien cual era ese lugar. Tuchín era una de las dos ciudades que estaban en el desierto de las tierras Uáiras. Por muchos años, aquellas tierras eran predominadas por un enorme desierto en casi toda su totalidad; sin embargo, debido a una gran plaga a causa de langostas infernales, debieron a evacuar tanto Tuchín como Talaigua. En cuestión de una década, todas las tierras Uárias quedaron sin ningún ser vivo, encerradas por una enorme barrera mágica puesta con el único fin de matar a la plaga. Todo eso había pasado hace más de doscientos años, pero en sus clases de historia jamás escuchó sobre que Talaigua fuera secuestrada.

Nunca creas en la historia como se te mostró, cuando hay intereses de por medio pueden hasta desaparecer hechos de gran magnitud.

La respuesta de los dioses le heló la sangre, ¿Quién podía tener el poder tan grande para re-escribir la historia?, ¿Acaso existió influencia divina, en el gobierno y la iglesia, para tapar lo ocurrido?

—Sí, Tuchín es la ciudad hermana de Talaigua. Hace treinta años la ciudad fue secuestrada por Ápate.

Tras ella se mostraba escenas de los momentos iníciales del secuestro: como personas desesperadas intentaban por todos los medios entrar pero no podían, también podía ver como varios ingresaban en una iglesia que tenía acceso a una entrada que conducía a las catacumbas, por las que podían ingresar a Talaigua pero nunca lograban abrir la puerta.

—Nos hicieron creer que las murallas nos protegían de esos monstruos cuando en realidad vivíamos encima de ellos. ¡Los muy desgraciados convertían a nuestras familias en aberraciones!

—Así es, Ariel. Solo fue cuando el cardenal tuvo contacto con la gran creadora que todo se supo: Ápate había logrado seducir al arzobispo para que lo ayudara a secuestrar la ciudad colocando runas alrededor, así materializando las murallas y tomando control de todos sus habitantes—se llevó sus manos al pecho, una fuerte punzada sacudió todo su ser.

Cerró sus ojos en un gesto de tristeza por aquellos tiempos en que la confusión, la ira, el odio, el dolor, invadían sin cesar sus corazones. Volver a esos días en que de niña veía como sus hermanos iban todos los días a la iglesia para intentar forzar la entrada a las catacumbas rompía más su alma. Siempre vivió con la duda de saber qué había pasado con sus padres, unos humildes comerciantes, que quedaron atrapados en las murallas. La razón por la que se hizo miembro del ejército era poder encontrar a sus progenitores pero lo que había visto le había quitado toda idea de un posible encuentro. Solo seguía con la ilusión de poder rescatar a los ciudadanos del secuestro y el haberse enamorado de aquel chico, guardia de la catedral, con el que había tenido su primera vez.

—¿Hay algo más que deba saber?—estaba tan cansado que no creía aguantar otra información más.

—Sí, encontramos un punto ciego por el cual cruzar a través del río y nos adentramos con el cardenal; sin embargo, fuimos emboscados. La mitad del grupo murió para hacer que la otra parte pudiera entrar. El plan era infiltrarnos en grupos de tres y movernos por varios puntos de la ciudad buscando algún acceso a las catacumbas. La señal para indicar que lo encontramos sería explotar una bengala mágica que solo nosotros viéramos en el punto exacto.

La explicación de Irene concordaba y explicaba porque se iba tan altas horas de la noche con la excusa de buscar plantas medicinales que solo se veían de noche. La época en la que vivían era muy cruel, la medicina solo estaba reservada para unos cuantos. La nobleza no ayudaba a nadie, el único que lo hacía era la catedral con sus arcas. Pero el arzobispo decretó que ningún plebeyo podía practicar la medicina, ya que al no tener los conocimientos ni el poder necesarios éramos inofensivos.

—Hubo muchos intentos de liberarlos, todos fueron en vano. Según una antigua historia, en el área de las catacumbas que queda debajo del lago, existían unos cristales amplificadores que solo alguien con el nivel de poder por encima de un arzobispo podía usar para abrir el acceso a la ciudad, detrás de la puerta en la iglesia que se encuentra a las afueras de las murallas.

—¿Y tus hermanos?—apenas preguntó el semblante de Irene empeoró.

—El arzobispo había planeado atravesar nuestros corazones para ser poseídos por tres demonios, luego quería usar nuestra sangre para hacer una ceremonia de apaciguamiento falsa. Su intención era que los demás infiltrados cayeran en una trampa y de paso aterrar a la población. Tengo algunas lagunas mentales, pero lo que recuerdo es que mis hermanos empezaron a pelear mientras yo intentaba abrir la puerta a las catacumbas que había en la torre—aquella noche fue la peor de su vida.

—¿Ellos murieron?—la respuesta a esa pregunta le aterraba, había compartido tanto tiempo con sus cuñados que los había considerado sus hermanos.

—El arzobispo cortó sin piedad la cabeza de mi hermano mayor y atravesó el abdomen de mi gemelo. Estábamos muy débiles, sea lo que sea que nos hicieran había anulado nuestro poder. Al final, antes de su último aliento, mi gemelo usó las fuerzas que le quedaban y me empujó contra la trampilla que estaba en el suelo. Antes de caer a las catacumbas escuché su grito pidiéndome que siguiera con la misión.

—¡Maldito sea el arzobispo!—el Caos en su corazón comenzó a desbordarse más y del color índigo pasó a un color rojo carmín.

—A los pocos días pude encontrar un acceso y avisar a los demás. Duramos semanas intentando despejar el camino en las catacumbas que conducían a la bóveda donde se encontraban los cristales. Había una puerta parecida a la que estaba en la iglesia, aunque sabíamos que esa no era la puerta que buscábamos pero necesitábamos abrirla para seguir avanzando. Fue hasta que llegaste tu y la destruiste que pudimos seguir.

—¿Eras tú la que me gritó antes de tocar los cristales?

—Sí, era yo.

—Como lo siento, Irene. Quería vengarme de todos pero al final te hice daño a ti—sus lágrimas caían al agua y formaban profundas ondas que distorsionaban el reflejo demacrado de su rostro. Tenía que escoger entre dos opciones: vengarse o ayudar. Cada segundo en que creía haber escogido un camino, era uno en que retrocedía.

Recordaba como desde muy niño había pasado por dolores muy grandes: el primero de ellos fue la perdida de sus padres, luego sus abuelos que desaparecieron al año de haberlo acogido en su casa y lo mismo pasó con los hermanos de sus padres. Creció en el orfanato, el cual era patrocinado por la catedral. Los nobles llegaban en sus lujosos carruajes para hacer acto de presencia y daban a medias sus donaciones; sin embargo, lo único que querían era ser vistos por los miembros de la catedral y así ganarse el favor del arzobispo para obtener favores.

Sus compañeros del orfanato creían que la benevolencia de los nobles era tal porque habían sido tocados por la mano de la diosa, pero el pensaba que era falsa aquella bondad. Los ojos de aquellos hombres y mujeres nacidos en cunas de oro le recordaban a aquellos que lo miraron por debajo mientras el intentaba encontrar a sus padres en una fría noche de invierno. El odio que emanaba de sus cuerpos al estar frente de alguien de clase baja era una muestra muy cruel de su clasismo. Después de varios días en que nadie quería ayudarlo, sus abuelos y parientes solo se limitaban a decir que habían sido llevados por la diosa, así que se rendió. Tal vez ellos quisieran creer en la mentira o estaban al tanto de lo que pasaba y planeaban algo en contra del arzobispo, por lo que no querían que el se involucrara.

—Jamás creímos en tres décadas que llegaríamos tan lejos y eso me devolvió un poco la esperanza. Sin embargo, ya sea que tomes la decisión de causar ese sismo o usar tu poder para abrir la puerta que conecta el mundo exterior con la ciudad, nunca olvides que te amo y siempre te amaré.

Una dura cachetada de realidad lo sacó de la poca calma que había logrado al reencontrarse con Irene, cuando el cuerpo de su novia se volvió en un humo de color índigo que desaparecía por completo de su vista. Pensar en no volver a verla lo torturaba hasta lo más profundo. Quería matar a todos por seguir, con una lealtad enfermiza, al arzobispo y a la vez quería ayudarlos porque recordaba cuando el era como ellos. Si le hubiese dicho la verdad tal vez le hubiera creído o tal vez hubiera pensado que estaba loca, ¿Al final solo era alguien hipócrita?

—Tú dolor es igual al dolor de ellos—al frente suyo estaba el niño que una vez fue en el paso—, fue la frase que nos dijo el abuelo luego de mudarnos a su casa.

—Al menos intentamos hacer algo, el resto solo saben esperar a que alguien los ayude—detrás suyo apareció el joven en el que se convirtió una vez decidió seguir ciegamente al arzobispo y proteger a la catedral—, le dieron tanta autoridad al arzobispo, que jamás lo cuestionaron. y aunque sintieron en sus corazones que algo andaba mal, jamás fueron capaces de enfrentarlo.

—El miedo es un fuerte obstáculo, más cuando viene de las mentiras—cuestionó el niño.

—Es un constante recordatorio de que algo anda mal, ¡Tuvieron siempre la fuerza de ir en contra del destino que se les impuso!—respondió el joven con todo el odio y el dolor que había escondido inconsciente desde su infancia.

—¡Basta los dos!—se recostó contra el espaldar de la banca, sin mirar al niño o al joven, solo observando el sol a la distancia.

Lo que si era cierto, de entre todo ese dilema suyo, fueron las palabras de Irene. Mientras que los habitantes del mundo exterior jamás pensaron haber llegado a ese punto, el nunca pensó que su novia siguiese con vida o que el siguiera respirando hasta ese momento. Su único fin, para poder calmar su odio, era vengarse de todo el dolor que le habían hecho sufrir mediante el sismo. Sabía de sobra que el sería la primera persona en morir, por eso inició aquel viaje sin retorno; no obstante, dentro suyo había despertado un poder que le permitía escoger entre el camino del bien o del mal.

—Hasta la más pequeña vela puede iluminar en la oscuridad más profunda—expresó casi de manera inconsciente—, esta vida es una guerra constante...

Aletheia, que seguía sentada a su lado, sonrió. Aunque el alma de ese hombre era presa de una dualidad la cual solo un lado ganaría, cuando este decidiera cual camino recorrer, también podía notar que tenía una fortaleza para intentar analizar las cosas aunque estuviera al borde del colapso. No obstante, la incertidumbre por saber cómo acabaría todo tenía a Rebecca muy ansiosa.

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Comments

Ana Leticia Morales

Ana Leticia Morales

esta interesante pero medio enredosa

2023-10-10

0

Alana Restrepo

Alana Restrepo

tengo que comer mientras leo porque la cosa está interesante!

2023-01-14

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