Capitulo 8

En el mismo instante en que, Ailén abandonó la habitación, Angelo soltó un bufido de frustración.

Él se sentía molesto consigo mismo. Y empezaba a arrepentirse de haber tratado a su hermanita de ese modo.

¿Qué culpa tenía ella de todo esto?

El hombre se dirigió al baño de su dormitorio y rápidamente se arrojó agua a la cara. Se sentía desubicado, caluroso y además muy cansado. Inmediatamente, empezó a hacer memoria de lo sucedido, mientras se miraba fijamente al espejo.

Se repitió a sí mismo que debía existir una explicación lógica a todo esto.

Por lo cual, llegó a una posible conclusión, dónde seguramente había tenido un sueño subido de tono, el cual no lograba recordar, pero que había sido la causa del súbito aumento en su libido.

Ailén no tenía la culpa de su comportamiento.

Su hermanita, únicamente había estado en el momento y el lugar menos adecuado. Así que debía disculparse con ella, decidió el hombre.

Al amanecer, Angelo salió de su habitación y se dirigió a una diferente, pero que muy bien conocía. Se trataba del dormitorio de su pequeña Ailén, el hombre se quedó un instante de pie frente a la puerta de madera, contemplándola con una extraña calidez.

Recordaba que a Ailén le encantaba hacer dibujos y de niña solía llenar su habitación con aquellas carismáticas obras de arte. De hecho, pegaba muchas de esas hojas en su dormitorio, regalándole también un poco de vida a su insípido cuarto.

En ese momento, mientras observaba con atención a aquella puerta, podía percatarse de que la misma ya no conservaba aquel decorado infantil que ella misma se había esmerado en realizarle. Sino que ahora, por el contrario, todo indicaba de una manera sutil, que una bella jovencita era la propietaria de aquella recámara.

Angelo dio un ligero toque a la puerta, esperando que Ailén ya estuviese despierta. Luego de unos incesantes segundos de espera, pudo percibir como unos pasos se acercaban con pereza.

Ailén abrió la puerta de su habitación llevándose una abrumadora sorpresa. Su hermano estaba de pie, viéndola con aquellos pozos dorados, tan cálidos, como intensos.

De pronto, sus pies retrocedieron con lentitud, mientras bajaba la mirada y le permitía el acceso. Sus ojos estaban apagados por lo sucedido en la madrugada, por eso, no supo qué decir y temió también verlo a la cara.

Angelo cerró la puerta con cuidado y se quedó contemplando un instante, a la jovencita cabizbaja frente a él. Algo en su interior se removió al notar su cohibición y su semblante tan apagado. Su Ailén no era así, su Ailén siempre le sonreía con dulzura y hablaba sin parar, haciéndolo sentir en paz.

Queriendo disipar la anormal atmósfera, la tomó delicadamente del mentón elevando un poco su rostro.

Sus miradas se encontraron, y vio en sus bellos ojos como las lágrimas se agolpaban. Aquello no lo pudo soportar un instante más y rápidamente la acercó a él en un tierno abrazo.

—Perdóname —le dijo mientras besaba con profundo afecto su coronilla.

Se sentía arrepentido de haberla tratado tan mal y de haber tocado su inocente cuerpo con otras intenciones.

Ailén no pudo contenerse más y se dejó llevar por el mar de emociones que se arremolinaban en su pecho. Sus ojos se desbordaron y apretó con todas sus fuerzas a su adorado hermano.

—Te extrañé demasiado —sollozo la jovencita.

—Y yo a ti.

Los dos se mantuvieron un rato así, unidos en un reconfortante abrazo.

Angelo acariciaba con parsimonia los cabellos de Ailén, notando que ahora eran mucho más largos y lacios.

Y Ailén, cumplió con su deseo de escuchar los apacibles latidos de su hermano. Por un segundo, la jovencita percibió como ambos latidos se sincronizaban de una manera tan única, que la hizo cerrar los ojos y sentir que podía permanecer siempre así. A su lado.

—¿No volverás a irte, cierto? —pregunto temiendo que en un abrir y cerrar de ojos, su hermano nuevamente desapareciera.

Angelo se separó tan sólo un poco, lo suficiente como para verla directamente —No pienso volver a separarme de ti —le dijo de una manera tan intensa, que lo hizo sentir extraño.

De pronto se separó un poco más y la miró con detenimiento.

Su hermanita, ya no era tan pequeña como antes. Sus facciones ahora un poco más afiladas y delicadas, dejaban ver la belleza que los años se habían esmerado en forjarle. Y por un momento comprendió que su Ailén se había convertido en una jovencita hermosa y sintió el peligro aproximarse...

Un peligro que lo hizo fruncir el ceño y que asustó sin querer a su hermanita.

Pero la verdad era que la idea de que su pequeña Ailén estuviese con alguien, lo hacían sentir molesto. Nadie era lo suficientemente digno como para pretenderla y arrebatar su dulce inocencia. Así que él, se encargaría de protegerla. De cuidarla como siempre lo hizo y nunca debió dejar de hacerlo.

No, no volvería a alejarse de ella, permanecería a su disposición, como un perro guardián que no dejaría de velar por su bienestar. Por el bienestar de ella, su dulce Ailén, la persona a la que más amaba en el mundo entero. O tal vez, por la única que podía comprender lo que era ese sentimiento.

Angelo entendiendo la magnitud de su amor por Ailén la acarició con ternura, deleitándose en la suavidad de su piel y en la manera en la que ella cerraba sus ojos, disfrutando de la sutileza de su caricia.

Ailén le correspondió, imitándolo.

Y aunque a él no le gustaba que lo tocaran, siendo ella quien lo hacía, no pudo hacer otra cosa que disfrutarlo. Queriendo también perderse en su toque, cerró sus ojos y se dejó envolver por su dulzura.

De esa forma los dos hermanos se acariciaron mutuamente. Recorriendo sus facciones, que a pesar del tiempo seguían siendo las mismas, solo que con unos años de más, pero sin hacer diferencia en quienes eran y en lo que sentían.

Una hermosa hermandad...

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