Lhiria

El príncipe Singapur hace parte de la última generación de príncipes de los 10 reinos de la Atlántida.

Esa Atlántida que sufrió un cataclismo espacial, al caer los pedazos de luna, dispersados en el espacio, ante el impacto de un astrolito, que hubo escapado de un grupo de estrellas fugaces, y se vino contra las dos lunas del planeta, impactando en la mayor, despedazándola, y logrando pasar la atmósfera, para caer finalmente en la superficie terrestre.

Cinco reinos, dominaban los mares, la orillas y costas pobladas

Los cinco reinos restantes, dominaron el centro continental en que se fundó y vivió esa civilización.

Habría que entender, que la superficie terrestre era más mar que tierra y el continente que ya se había partido en tres, estaba casi desprendido de sus núcleos por lo que, un golpe o varios, como los recibidos a la caída de los pedazos de luna, habrían conseguido que las tres partes de Pangea, se separaran y alejaran mediante las fuerzas de las mareas y finalmente se separarían entre ellas.

Singapur cabila al respecto. Su conciencia, su mentalidad, estaban perfectas.

La ilusión del tiempo había pasado.

Parecía que aquel mundo nunca existió.

Pero eso era lo que le preocupaba. Sus barbas le caían al pecho. Los cabellos ya estaban blanquecinos. No sabemos cuántos años tendría. Así caminaba lentamente mientras pensaba. El recuerdo de Lhiria le llenaba de cierta melancolía.

En las orillas de una laguna en la cual había descansado un buen tiempo, se apegaba a lavarse y bañarse.

Un día muy cansado de recordar, se acostó de pecho y su rostro quedó mirando el agua transparente que mojaba la tierra pedregosa. Vio su rostro con más curiosidad que aprecio. En eso, recordó y quedaría un buen tiempo allí, para atar sus memorias desde la Infancia:

LHIRIANIS

La bella capital Atlante era la principal del reino de los 10 reinos. Se llamaba Lhiria en honor de una de las abuelas de Singapur: Lhirianis.

Singapur, supo desde muy niño amar a su abuela, con el mayor cariño, respeto y ternura. La conoció de muy pequeño, cuando le llevaron a la casa de la abuela materna. Ella ya era anciana. Manejaba con habilidad una silla común para equilibrarse y avanzar, ayudada por el movimiento de trasladarse, de forma triangular, una de las patas iba avanzando y la próxima pata era el paso o el giro. Entonces se apoyaba en el borde del respaldar y a veces descansaba o eran momentos de diálogo con alguien.

— Hay que tener decencia — La decencia es la base del comportamiento y el respeto — repetía de vez en cuando.

La abuela vivía en una ciudad portuaria a cierta distancia de Lhiria. Singapur iba cada tiempo de vacaciones.

Lhiria, era la ciudad reino.

Un detalle la catacterizaba de las otras:

Sus edificios eran muy especiales, todos blancos, levantados desde terrazas de formas cónicas.

Esa arquitectura no era solamente por estilo, sino por cuestiones de estudio del espacio universal.

Cada torre cónica o tubular, rendonda, se afinaba en la torre, pareciendo tubos de alquimistas.

Bellos tubos blancos semejaban desde lejos una mesa enorme de sabios alquimistas.

Entre los tubos aparecían en el final de la tarde y las noches, dos globos preciosos que iluminaban el planeta.

Eran las dos lunas.

La mayor y la menor.

Lhiria era como un un sueño, la más preciosa reina de las poblaciones libres en la civilización atlántica.

Estaba ubicada al borde de un mar esmeraldino por completo, bordeado de playas de arena que traían oro en polvo y en piedrecitas, que se utilizaban de forma natural entre la masa blanca de hueso y otras mezclas no conocidas en la actualidad, las cuales iban descascarándose y las piedras quedaban a flor de piel: — Saca las piedras para que juguemos y luego te harás unos aretes - le decía cada mañana Singapur a su hermana Macedonia.

La joven princesa hacia lo indicado y mientras tanto, sus palacios y castillos con masa que parecían dorados como el sol.

Eran ellos dueños de varios castillos y es lógico que sus padres fuesen un matrimonio de años y el reino se mantenía así, muy seguro y feliz.

Sus castillos parecían topar el cielo y varios se sumergía un poco en las aguas cristalinas de la costa.

Macedonia era la hermana mayor de Singapur, muy bella niña de cabellos castaños claros que bien estaba para ser desposada pronto con algún príncipe de cualquiera de los 9 reinos restantes.

Macedonia se tornaría pronto la criatura más bella de Liria.

Se estimaba ya, cuando tenía apenas 11 años que su cabellera sería muy preciosa: un tono rubio delicadamente castaño, iba tomando la cabellera sedosa y ligeramente ondulada, que le permitieron que crezca hasta la cintura. Pero era un tanto voluminoso, por ello las damas de la princesa sugerían quitarle frondosidad, lo que hizo que una mañana, se acomodaran las niñas, junto a una fuente de agua muy cristalina que elevaba un chorro alto, y este caía, en una alberca de mármol azul, y era allí donde se bañaban las ninfas de la ciudad de Liria.

Las preciosas criaturas de femeninas eran muy discretas y corrían hacia la alberca en grupos, cubriendo sus caminar pues, las batas blancas de una tela de especie lino seda y algodón, muy suave, se abría según los cortes, y las piernas femeninas se salían de los pliegues y se lucía al caminar de todas las jóvenes princesas, sus primas, parientas y las doncellas que les acompañaban.

El agua fresca, les recibía y ellas ingresaban a gritos y risadas pues más adentro, al llegar a las rodillas, se quedaban quietas, ya que las aguas pronto estaban frías y algunas saltaban como las mismas aves cantoras que venían en raudo vuelo y topaban las aguas, tomando un poco con sus picos y sus patitas topaban el agua al y de nuevo tomar altura, lo que motivaba la alegría de las jóvenes, pues era interesante ver que las mismas aves sentían la frialdad del líquido elemento y jalaban pronto sus patas al calor de sus cuerpos volando por encima de las cabezas de las ninfas. Entonces ellas, se arrojaban agua en los rostros y espaldas y gritaban y reían cayéndose y zambullendo a la fuerza, entre la carrera y emergiendo asustadas y temblando por el frío.

Todas entre todas se empujaban, jalaban sus cabellos y se topetaban los senos, erectos de tanta agua helada.

— A Macedonia, aacedonia, gritaban las ninfas, intentando haver perder el equiibrio a la princesa para sumergirla en el agua, lo que consiguieron dos, y una hundió con mucha fuerza la cabeza de la princesa y mientras ella estaba botando burbujas, las otra se paralizaron y golpearon a las autoras de la actitud nada respetuosa para una princesa intocable.

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