Groenlán ha vuelto a subir a la nave y mojado va al timón a ayudar a Madagascar. Pero luego, pese al hermoso paisaje abierto como las páginas de un lustroso libro de cuentos, vuelve la desidia e incredulidad.
— ¡Otra locura colectiva! — Exagera Macedonia.
Los mayores como son así, toman a serio la opinión de la princesa, perdiendo la alegría.
Tanto han viajado que el espacio andado les parece insignificante. Al final de cuentas, se acostumbraron a ese estado de seguridad aparente, aunque cansados por el poco espacio que tienen para vivir...
Suerte de ellos que Singapur, guardó muchos víveres y agua, aceites, mieles y harinas, carnes secas al sol y frutas almibaradas. Tal cantidad salió de Liria, la capital del reino de Singapur.
Pero no hay dulce que dure mucho tiempo.
—¡Uf! —Singapur ha nadado hasta cansarse, volviendo a la nave luego que es detenida para alzar a los intrépidos nadadores.
—¡Estás morado... temblando cual niño desobediente, al que le gusta por demás el agua! —. Reclama Macedonia, notoriamente disgustada.
Persia trae una de aquellas perfumadas toallas para envolver al príncipe.
Tiene pena que Singapur, vuelva a recaer con esa rara enfermedad de la falta de memoria.
—¡Hemos perdido! — Se queja Singapur.
—¿Qué? —interroga Persia temerosa de una respuesta desequilibrada.
— Hemos perdido la magia y el encanto.
— No entiendo.
—¿No os dais cuenta, que ya no somos los mismos? ¿Qué vuestra bola de cristal ya no alumbra? ¿Qué ya no sirven los inventos maravillosos de Aladín?
—¡Ah! Es cierto... pero lo importante es que estamos vivos y sanos — argumenta Persia.
—Sí—, suspira hondamente Aladín —vivos, pero tristes.
Singapur dirige su mirada al frente. Camina silencioso y cabizbajo, cubierto con su manta perfumada. Se apoya en la baranda, observando el mar dulce que acaba de descubrir.
— ¿Será que el mar cambió de sabor? — se pregunta.
Alguien lo sigue con la mirada.
— No está comprendiendo —expresa doña Asia.
—¿Pero y esta doña Asia de dónde apareció? —se preguntan los nobles, que nos saben a veces de su propio pueblo.
— Sí. Soy doña Asia, hasta ahora olvidada, allí dentro, entre las ollas. Que han dado de comer a todos, durante este viaje largo y penoso. Y miro a Singapur, con toda mi comprensión y cariño. Pues ha perdido un poco de esa seguridad que tenía, de esa fe y ese espíritu invencible. Quisiera poder aconsejarle.
Doña Asia, recorre la nave. Se preocupa al ver que la desesperación va en aumento. Si el creador de esa nave, muestra el mínimo de inseguridad, podrá ser peligroso. Y así sucede:
Esos breves minutos, son como un viento que ha soplado todas las esperanzas. Va cundiendo el odio.
De cualquier cosa la gente pelea. Buscan camorra. Se enervan repentinamente.
A Madagascar un día, le dan con una honda. Al mágico Aladín le destruyen sus inventos. Se burlan del cabello tan largo de Macedonia. No les importa que sea princesa. Alegan que todos son iguales en esas circunstancias. El viejo marinero escuchó decirlo a Singapur, y total, mejor para ellos.
Los días siguen pasando, los niños madurando. Esos muchachos, quieren ser hombres, con las miradas repletas de atracción hacia las mujeres jóvenes.
Macedonia, vive nerviosa. Se siente observada por los hombres. Sus piernas perfectas, están casi al descubierto.
Muchas de sus ropas largas, fueron a parar a manos de los encargados de enfermería para atar heridas.
Ahora nadie se acuerda del sacrificio de la joven noble. Solo guarda dos o tres elegantes mudadas para el día que lleguen a tierra.
Piensa desembarcar dignamente, como le corresponde a una princesa. Supone que llegarán al puerto de un extraño mundo, donde todos la mirarán. Por eso tendrá que estar bien arreglada.
Vive a sobresaltos. No puede escuchar ningún ruido.
Ya no baja a controlar la leche, ordeñada de seis vacas gordas, recién paridas, que trajeron para abastecer la mesa de los nobles y algunas mujeres, niños y viejos. Así que los más osados aprovechan de beberla en el momento de la ordeña; riéndose de la situación; irrespetuosamente, sin pena por los que más precisan.
Una de aquellas noches, asaltan el aposento de las muchachas, hurtando muchas joyas. Y otra noche, Macedonia grita aterrada. Ve una sombra que se le aproxima. Entre sueños puede reaccionar, cuando una mano empuñando una fila daga, se dispone a matarla. En el momento que enciende una luz y entran a socorrerla, ya no hay nadie.
Se discute el caso como una posible pesadilla, lo que ella no reclama por sus nervios, que creen algunos sea la causa del delirio.
Por la desesperación y la falta de orden, la comida se acabará pronto, por lo que disminuyen las raciones.
Y los rostros se ven más delgados.
Cuando Singapur está por gritar al cielo, la vieja Asia, le sorprende con una sonrisa entre lágrimas.
—Príncipe Singapur –—le llama casi maternalmente.
Singapur, se le aproxima y llora abrazado a ella.
—He cocinado todo este tiempo amado príncipe, guardando lo necesario para no morir de hambre. Lo he guardado para el día de mañana, en que se precisará más que hoy.
—Qué importa el mañana, si no hay tierra para sembrar, para cosechar, para hacer pan, para correr y sentarse bajo un árbol —manifiesta Singapur.
—Pierde el temor, las aguas están bajando —le alienta doña Asia —Ven, te he preparado una sopa de pescado —Singapur se sorprende—. Sí pues, hay unos peces hermosos que saltan muy alto a la popa y de los cuales nadie se percata, por estar tan preocupados con el timón, las velas, mirando hacia delante. Tampoco se han percatado, querido Singapur, que las aves vuelan por encima de la Navelogranito. Van y vienen al oeste y al este.
—Este mar es interminable.
—Paciencia hijo. Ya aparecerán las montañas.
—¿Pero esta agua dulce qué significa?
—Esto es seguramente, un inmenso lago, formado por los deshielos.
—¿Dónde estaremos?
—Supongo que al otro lado del mundo antiguo.
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