SEGUNDO EPISODIO / Cap.9 Luna, luna, dame pan...

“Luna, luna, dame pan.

Todos comen y no me dan…

Luna, luna, ven aquí, noches vienen y están sin

ti”.

Es noche larga y en la baranda canta Israel, el pequeño aprendiz de navegante, que decía ser quien salvaría a todos de ese naufragio. No hay señales de tierra. Están en un mar totalmente desconocido. Han perdido toda dirección, dando vueltas quizá por el mismo lugar de treinta o veinte millas navelograníticas a la redonda.

— Los víveres, el agua dulce, se nos acabarán en pocos días a lo más, de los cuales ya no sabemos si son veinte, treinta, ó cuarenta horas cada uno — lamenta Groenlán muy apesadumbrado.

A Macedonia, le cae el cabello hasta el suelo, arrastrando metro y medio, pese al alto peinado sostenido por palillos y varias vueltas en sus brazos; pasándolos de uno al otro, incómoda y agobiada.

Afilaban a cada momento la tijera, cansados de cortarle el cabello que no paraba de crecer.

— ¡Pakis!...

— Si mi amada Macedonia — responde Pakistán, notando que no le había dicho princesa, lo que pareció no incomodar a la aristocrática muchacha, para quien era una ofensa no llamarle por el título.

A él, también le han crecido un poco las barbas y el cabello, llegándole a los hombros.

—He notado que vuestro cabello, se está enlaciando y de tan crespo que era, ya está ondulado como el de Singapur.

—¿Qué serai? ...Pero sí os puedo decir, que de pronto hoy, creo que percibo muchas ideas de lo que ha pasado — responde Pakistán.

—Tanto hemos pensado — le dice Persia —. Y yo, estoy con mis cabellos que no crecen.

—¡Ea! Verdad – Exclama la princesa Macedonia. Tus cabellos querida Persia, se han mantenido de la misma largura, hay algo extraño que causa estas variaciones. ¿Por qué no preguntáis a la bola mágica de cristal?

—No me responde —protesta Persia —Ninguna imagen, ninguna voz, ni siquiera hay la mínima luz dentro della.

Persia queda mirando con mucha pena su esfera de cristal, que ha puesto en una alfombra, bien al centro del puente mayor de la Navelogranito, como si estuviera muerta.

Silenciosos navegan, dejando que el viento los lleve a dondequiera.

Miran las olas, que, en vez de llevarlos hacia allá, parecen retroceder e impulsarlos hacia atrás.

—¿Cuánto es la baja humana hasta hoy? —consulta Macedonia a Madagascar.

—Señora, son casi cincuenta, entre marinos viejos, jóvenes y algunas mujeres.

—¡Ay! ... ¡Ay! —Se aflige la princesa.

Es muy triste todo lo que sucede, siendo lo peor, el hecho que Singapur, al despertar de su sueño sin memoria, podía reclamarles, por la falta de iniciativa en hacer algo.

—Pero ¿qué podemos hacer? —se cuestiona Groenlán —¿Quién hubiera pensado que esto sucedería, a un hombre tan joven y fuerte? ¿Tan hábil e inteligente como Singapur? —agrega Madagascar.

De pronto, en uno de los puntos cardinales extraviados, surge una luz.

—¡Una luz! —gritan casi al unísono.

Mientras la Navelogranito flota lentamente, con varias velas en descanso, la luz se hace más intensa. Surgen reflejos entre las nubes podridas, que poco a poco se alejan, clareando el cielo y retornando un aire más limpio, que se introduce con felicidad en los pulmones de los perdidos.

—¡Es luz de luna! —manifiesta el Marujo desde el palo de trinquete, allá, más arriba de todas las velas de la Navelogranito.

—Luna, luna, dame pan —vuelve a cantar el pequeño y simpático Israel.

La luna es recibida con alegría. Ha despejado el cielo y las estrellas al llegar la noche, son aplaudidas con emoción.

Singapur, es alzado de su cama, llevado al puente de mando, sentado en el sillón de los reyes, abanicado y besado en pies y piernas, manos y brazos, por toda la tripulación.

De esa manera, va despertando.

Recuerda para qué y por qué se sonríe. De súbito, ríe animosamente. Sus dientes están sucios, pues no abría la boca para nada, a no ser para recibir a fuerzas, un poco de alimentos líquidos. Por eso, Macedonia ordenó:

—Lavad los dientes del capitán Singapur. Traed agua y bañadle aquí mismo, que mañana, amanecerá mejor.

De esa manera bañaron a Singapur, desnudándole y sumergiéndole en una hermosa bañera de plata y oro, que estaba inutilizada desde que enfermó.

Cubren rápidamente su cuerpo con toallas perfumadas, que Persia no dejaba que se toquen y le ponen sus ropas, como vistiendo a un títere.

El pobre Singapur, ríe... solamente ríe, mirando la luna que brota en el horizonte, como si fuera un inmenso pan.

Ésa hermosa noche, es apreciada por todos los que decidieron permanecer despiertos.

Entonces el sol aparece, después de todo el fenómeno magnético de polvos y erupciones, de aguas negras, marrones y verdes, mezcladas de sangre y fuego apagado.

—¡El sol! —grita el Marujo, quien evitó el relevo y cerrar los ojos durante toda la madrugada.

—¡Viva, viva el sol!

La Navelogranito va en dirección al sol.

— Estamos yendo al sol —observa Madagascar —pero sólo por emoción, pues no es al sol donde deberíamos ir, sino atrás de él.

—¿Qué quieres decir? —Inquiere Pakistán, que, en todo ese tiempo, ha madurado. Está más fuerte y pese al poco alimento que recibe como ración, pues prefiere dejarlo para las mujeres y niños, se ve imponente. Dando la impresión de mucha inteligencia bullendo en su mente. Su personalidad protectora, ha hecho que, a falta de Singapur, las personas busquen su apoyo.

Madagascar está muy preocupado, pero no quiere abrir la boca. Mira las velas, el agua, la velocidad. Mira aquí y allí, seguido por Pakistán.

En cierto momento, Groenlán escucha que el cobrizo piloto, dice: “Algo ha sucedido” y el gordo ayudante de timón suspira hondo, pensando: ¿Qué más puede suceder, si parece que todo sucede y nada pasa al final de cuentas?

En esos momentos, Macedonia canta, haciéndose una gran trenza, con la ayuda de varias muchachas. Recién tiene ánimos para peinarse más de tres metros de cabello.

Pero de pronto deja de cantar. Nota algo extraño al ver a Persia, abstraída con la bola de cristal.

—¿Qué me miráis?

—¡Persia, ya sé lo que evitó el crecimiento de tu cabello! —Macedonia, se levanta y va hacia ella, pisando descalza su larga cola de cabello que parece una gran serpiente rubia.

—¡Vuestros cabellos no han crecido, gracias a esta maravillosa linterna de la vida, en la que antes visionabais el futuro y mirabais el pasado!

—No entiendo.

—¡De algún modo, querida prima, el terrible magnetismo ha sido absorbido por este cristal! —Supone Macedonia —. Y vos, al estar próxima, no recibisteis los influjos de las dos lunas, en su paso extraño por el cielo. Por ello, no hubo cambios en vos.

La esfera de cristal parece escuchar. Dentro se forma un mundo de nuevas nubes. Nueva atmósfera, nuevas aguas y vientos ante la admiración general, incluso de la propia Persia.

Pero más sorprendente, es lo que grita Madagascar:

—¡El mundo ha cambiado... de giro, de posición en su viaje universal!

Todos le atienden olvidándose de la impresión anterior.

—¿Qué decís? —Pregunta Groenlán, mientras Singapur, observa desde el puente de mando; intentando comprender. Quiere salir de ese estado de inutilidad mental, en que escucha y ve, pero no capta la razón de lo real, pues las cosas le parecen huecas, vacías, como una visión que no se sabe si es sueño ó una horrenda pesadilla, que le provoca nauseas. El movimiento repentino de la gente, deja más idiota al príncipe.

—Cuidado con lo que digáis, Madagascar, asustaréis a todos —le advierte con calma Pakistán.

—¡Es verdad lo que digo, miren! —Grita el aludido, sin importarle cuánto se pudieran asustar, especialmente las mujeres —¡El sol que nacía antes en el oeste, ahora lo hace en el este!

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