11 - Aguas Dulces

— Está bien, dilo —le aconseja Madagascar a Groenlán, temiendo que el príncipe interprete ese silencio, como una conspiración a su poder de mando.

— Va demasiado suave sobre esta superficie acuática, rara por su color — comienza Groenlán —; sospecho que son aguas con otra densidad y composición.

En la distancia se escucha algo:

— ¡Truenos! — Exclama Pakistán.

Sí, truenos, con su hermoso eco entre la atmósfera y la tierra. Ya no son esos rayos, que atemorizan en alta mar, sobre los cielos negros... sino truenos sonoros, de gran repercusión, cual tambores gigantes, que anuncian la vida.

— ¡Truenos!

Groenlán sale del grupo y baja por una escalerilla, hasta quedar a pocos centímetros de la superficie del agua, topando casi las olas que pasan por debajo de sus pies. Se agacha y toma con su mano un sorbo.

— ¡Es dulce! — se asombra ante la suerte.

Un pez multicolor, sale de un salto cayendo en su mano, da una voltereta en el aire, pasando muy próximo a su rostro, para volver a su hábitat de aguas tranquilas, dulces, verdísimas.

Groenlán llena de alegría su corazón, queriendo contar a sus compañeros de inmediato. Pero prefiere no entusiasmar a nadie. Piensa en lo peligroso que será para la tripulación de la Navelogranito, pues al saber que es agua dulce, querrían beberla sin pensar en los resultados que pudiera traerles a su salud; o se lanzarían al mar, ahogándose de emoción, o siendo atacados por quién sabe qué fieras.

— ¿Se habrá visto mar de aguas dulces y tan quietas? — pregunta para sí.

Hasta que, de pronto en el horizonte:

— ¡Qué es eso! —grita Indi, desde el palo del trinquete, donde pasa largas horas buscando tierra.

— ¿Qué ves? —Le interroga Madagascar, desde abajo.

Singapur mira por el lente.

—¡Islas! — exclama.

Y luego:

— ¡Pero esas islas se mueven!

Macedonia, Persia y otras mujeres, se aproximan temerosas.

— ¡Sí son islas, pero navegan como nosotros! ¡Mirad aquella verde que parece ir a chocarse contra esa otra!

Entonces se arma un alboroto.

— ¡Cuidado que nos puede golpear! — insiste Singapur.

Indi, no tiene miedo, con mucha serenidad, ayuda al timonero Groenlán, desde el palo de trinquete.

Desde allí arriba, sobre las velas, Indi puede apreciar esas islas de vegetación amontonada, mientras la Navelogranito va peligrosamente; curveando aquí y allí, por los caminos de agua que parecen no acabar nunca. Algo así como un inmenso rompecabezas, arrojado en un gran estanque.

Singapur deja a Groenlán para dirigir con todos sus músculos el timón de la nave, ayudado por Madagascar, mientras él ordena a los marineros para mover las velas, bajándolas o soltando amarras.

Haciendo que la Navelogranito baile de un lado al otro.

Pasan miles de islotes con esa vegetación casi podrida.

Las palizadas raspan el casco; rajan velas y en ocasiones, golpean las cabezas y rostros de algunos desprevenidos; que por mirar las aves multicolores que de rato en rato aparecen, son sorprendidos por los movimientos que desnivelan la nave, ante los gritos de las mujeres.

Por suerte los islotes se van poco a poco, dejando a todos con los rostros largos, pálidos y tensos.

Así continúa su viaje aquella nave destartalada de nuestros viajeros perdidos del fin del mundo.

—Lo cierto —dice Singapur más tarde, suspirando aliviado —es que todo esto, hace parte de algún continente próximo, destruido quizá, pero no acabado como el nuestro.

—¿Quieres decir, que ya estamos cerca?

— Cerca de qué, no os puedo decir, pero ha de haber algo, como atestiguan esos destrozos de tierra y vegetación, y las aves. Todo es causa de un diluvio universal, pero vemos que, por estas partes, no acabó el mundo y que ya estamos muy lejos del nuestro.

— ¿Encontraremos vida? —pregunta Persia.

—Vida ya somos nosotros. Lo importante será no claudicar, no naufragar y no morir.

Groenlán se acuesta a descansar en el piso. Madagascar, exhausto, pide ser relevado. Queda Pakistán como timonero.

Más tarde, Groenlán pide a Singapur que lo castigue, por no decirle antes, que esa agua era dulce. El príncipe, le cuestiona:

— ¿Cómo creéis que lo haría? Ya no eres mi vasallo, eres un amigo.

— Señor, siempre serás príncipe.

— No, Groenlán. Después de todo lo que hemos pasado y en estas terribles circunstancias, no soy ni seré más un príncipe.

—Pero fue vuestra merced que tuvo la inteligencia de crear esta nave y salvarnos.

— Os debemos la vida —interviene Madagascar desde donde se ha acostado.

—Ya no soy el mismo Singapur que diseñó esta Navelogranito —afirma Singapur—, quien decidió este viaje de locura y fantasía, pero del que debemos salir ilesos.

—Sí mi estimado Singapur —dice Groenlán.

—Esos pedazos de luna que han caído, debieron afectar nuestro comportamiento, que puede reaccionar a veces tan bien, como tan mal.

—Si algo pasó, fue para mejor, en el caso de vuestra merced, que se ha tornado más inteligente, sabio y maduro, de cuando perdió la memoria —agrega Madagascar.

— Siento no haberles acompañado en esos momentos, pero aprendisteis mucho con mi ausencia mental.

Luego, vislumbrando alegría le interroga:

—¿Así que el agua que bebisteis de allá abajo, es dulce?

—Sí vuestra merced.

—¿Entonces qué es lo que hacemos aquí?

Singapur se quita la camisa. La última camisa blanca y buena que le queda, y los botines reales. Sube con agilidad a la baranda, arrojándose al agua, ante los ojos desconcertados de los presentes en la proa y estribor de la nave que va a media fuerza.

— ¡Groenlán! ¿Qué ha hecho Singapur? —viene asustado Madagascar seguido por los otros jóvenes.

— ¡El agua es dulce, limpia y buena! — grita Groenlán y repite las acciones de Singapur, lanzándose también al agua con toda su graciosa humanidad.

Macedonia se agita, preocupada por su hermano y corre a la baranda con las mujeres.

Pensando que pueda desaparecer.

Como desapareció Europa.

Y como se fue América.

—Tiene miedo que se convierta en pez —grita Macedonia.

— Ya no existe la magia —interviene Aladín.

—De todas maneras, es peligroso —exclama Persia.

Pero el príncipe, con toda energía, luciendo sus músculos, surge del agua como un delfín. Nada de espalda y pecho. Gritando y sonriendo, llama a todos. Arrojándoles agua con fuertes brazadas.

Se elevan burbujas y espuma de agua cristalina en el aire perfectamente oxigenado.

— ¡Singapur, os volvisteis loco! —Le grita su hermana.

Entonces los varones se lanzan al agua.

De inmediato, comienzan a nadar hacia el frente.

Adelante va Singapur, ordenando a Madagascar con el brazo, para seguir lentamente con la nave.

Van en busca de tierra

Nadadores felices

Ya el diluvio pasó

La vida de nuevo volvió.

Cosas extrañas sucedieron.

Misteriosos objetos acabaron.

Todo es tan real y hermoso.

Como la dorada juventud.

África, más contenta,

Nunca, pudo estar.

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