Ellas la peinaron hasta conseguir un moño alto que se salvó de ser ridículo por muy poco. La corona de flores le pende tristemente sobre la frente, con sus flores casi marchitas.
Singapur y sus amigos van hacia ella asustados.
Macedonia pide con señas, que traigan algo para cortarle el cabello.
Con un filo puñal de Pakistán, Persia inicia el corte, esperando que ya no vuelvan a crecerle como antes.
El sol se eleva y el largo cabello, es llevado por los nativos a casa del patriarca y su mujer, en calidad de obsequio. La joven princesa, sonríe feliz al fin.
Su hermano y amigos, le miran con alegría.
Aparentemente, la vigilia le ha traído un poco de tranquilidad.
Ella sonríe...
Sonríe porque ha perdido la memoria.
Mira a todos sin reconocerles.
Luego sigue sonriendo sin saber por qué.
El jefe de los nativos y su esposa, reciben con honor el cabello de la princesa Macedonia.
Después de hacerle unos cuantos nudos y trenzados especiales, lo ponen a sus pies, a manera de hermosa alfombra.
La mujer se pone feliz al sentir con los pies, la suavidad del lustroso cabello dorado.
Macedonia, no recuerda más quién es, ni que se llama, lo que desespera su hermano.
Queda sentada allí, silenciosa y sonriente, con los cabellos recortados hasta el hombro.
Van pasando por su mente los recuerdos. Como las imágenes que retroceden en las visiones de Persia, cuando habla de las estrellas de un tal mundo del futuro, que según ella se llamará Olliwó.
Tan rápidamente pasan esas imágenes, que siente vértigo.
Puede ver el cementerio majestuoso de los reyes, todo en mármol blanco y gris.
También ve, las figuras de sus padres los reyes. Las inmensas y maravillosas columnas del gran salón de Lirio, el más bello de palacio. Encontrándose de pronto en su infancia y juventud en la plaza del Universo, al lado de la monumental pirámide cónica, donde iban los domingos. Después ve la baranda de piedra blanca, que protegía la bajada al puerto. Y el museo del arte que ostenta tiburones con alas y ballenas de oro, que rociaban agua al monumento magistral de la música. Lugares que le encantaba visitar de pequeña. Al final, ingresa al templo de cristal azul, donde se iniciaban los prelados en la fe al Creador del Universo.
Luego que todo eso pasa por su mente, así mismo tan rápido, la memoria se le esfuma, quedando un blanco total, como al nacer.
Macedonia se mantiene silenciosa por varios días.
Persia la observa, triste. Luego pide un peine de hueso fabricado por los nativos.
La peina cariñosamente. Le han hecho un corte recto. Parece una nativa, aunque más blanca y de ojos verdes como el mar.
Singapur le dice:
— Macedonia, hermana mía: Os habéis ido mentalmente... ¿Será que volverás?
Luego de los tres días, Macedonia, se levanta con cuidado. Va a la orilla del monte y come bananos maduros.
Más tarde, camina por la playa.
Es otra persona.
Singapur quiere hablarle.
Pero ella, se pone a colar el líquido extraído del tubérculo llamado mandioca o yuca. Parece tomarle tanto gusto al trabajo, que se confunde entre las nativas.
—¡Vaya! —Sonríe Singapur al verla—. Jamás mi hermana hizo el mínimo trabajo en palacio.
Y luego la princesa Atlante, va a tejer esteras y unos raros canastos para llevar frutas y leños, que usan los nativos colgados por el cuello ó amarrados en la espalda.
Singapur está complacido al notar el cambio positivo en su hermana. Cree que su silencio no es más que un deseo de cambiar su modo de pensar y ver el mundo, queda contento; corre a pasear por la playa, pateando las olas tibias, hasta detenerse a mirar el agua que ha bajado varios metros.
Mientras tanto, Groenlán limpia el sillón cuidadosamente. Sabe de su alto valor histórico, pues perteneció a reyes y el príncipe Singapur, podría ser el rey de ese nuevo mundo. ¿Por qué no?
Cavilando en eso, se sienta a descansar del propio ocio.
—¡Ah! —dice— me sentaré un momento, para saber cómo piensa un rey en este cómodo sillón.
Y de pronto:
Como las visiones de Persia, quien llegó a decir que un mecanismo extraño, metálico, en unos milenios futuros, con una luz proveniente de su interior, alumbraría en un gran muro blanco la historia de la humanidad y a las personas en un remedo de sus cotidianas vidas... como en esas visiones de la adivina Persia, nuestro amigo Groenlán, recuerda su existencia, desde su tierna infancia, en la que siendo hijo de pescadores, iba con sus padres por los pueblos del mar, distribuyendo peces de todo tamaño. También el día en que el padre de Singapur alojó a la familia para siempre en su reino.
Groenlán se dedicó desde muy joven, al trabajo de la pesca.
Después aprendió a calafatear botes y lanchas; trabajando en las grandes naves para guerras marítimas. Vio crecer al pequeño Singapur, enseñándole a nadar y a remar, a mirar la marea y echar redes.
Cuando llegó a ver a su amada madre, acariciando su cuerpo de infante, las imágenes se desaparecieron de su mente, quedando un blanco total.
Mientras tanto, Singapur en la playa, ve unos seres extraños, nadando con el dorso fuera del agua, sumergiéndose por segundos, con la habilidad y gracia, de los peces—humanos, aquellos seres que citaban las enciclopedias y a la cual debía pertenecer la bella sirena América, quien para su mayor sorpresa emerge en un carro acuático, embellecido con flores del fondo del mar.
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