14 - Recuerdos de sus mundo

Aquella mañana, Macedonia intentaba peinar sus cabellos de más de cinco metros de largura. Con la ayuda de mujeres nativas, que reían graciosamente, levantando en brazos el cabello, como cuando llevan las inmensas serpientes cazadas por los hombres, para descuartizarlas, sacar su piel y ponerlas al fuego en parrillas altas, asándolas con singular gusto.

En lo dramático que resulta el hundimiento de la Navelogranito, nada es más jocoso para los nativos, que ver a Macedonia, corriendo desesperada, a gritos. Ordenando a los supervivientes, para salvar la nave de su hermano. Las mujeres corren atrás de ella, con la inmensa cola de su cabello en brazos y hombros, o enrollado en sus cabezas y cuellos, a tal punto que, de tanta risa, el jefe de los nativos, cae al suelo y su mujer se orina en la playa.

Macedonia, no presta atención a las risas. Su gran preocupación son los valiosos objetos y utensilios que están en los camarotes de los nobles viajeros.

Son recuerdos de su mundo. De aquel palacio atlante.

Testimonio original de un tiempo, recientemente acabado de forma desastrosa. Ella debe salvar la memoria de sus ancestros.

Los principales objetos son:

El sillón de Singapur,

Que fue de su padre

Y del abuelo,

Y del bisabuelo rey

Y del tatarabuelo guerrero.

Un gran espejo con marco de oro puro.

En el cual se peinaron y retocaron

La madre reina,

La abuela reina

Y la bisabuela guerrera.

Y había tantas cosas, que reclamaba la princesa Macedonia.

Eran unas barajas de naipes

Un juego de palillos

Unos aretes de diamante.

Eran, en fin, muchas vanidades que Persia, Europa y ella, llevaban puestas la noche de la última fiesta, en el reino de la Atlántida perdida.

Coronas, plumajes, capas, guantes, sombreros, baúles y cristales.

Todo se va al fondo, ante los ojos en llanto de Macedonia, cuyo cabello se desparrama en el agua verde y cristalina. De una forma tan increíble y preciosa, que parece la fina cola de un pavo real, como los que había en su reino y en aquellos salvajes montes del mundo nuevo.

—¡Ah, ah, ah! —Llora la princesa Atlante.

Persia, viene a abrazarla dentro del agua, con el último vestido que le queda, todo roído, dejándole ver su hermoso cuerpo.

Lágrimas tan tristes brotan de sus ojos, al abrazarse tiernamente, en tanto que la Navelogranito se hunde allá lejos, en aquel rocoso pico de montaña sumergida, donde chocó al encontrar la anhelada tierra.

Mientras la despiden, Singapur, escribe en la corteza de un cierto árbol, la historia final de aquella preciosa nave.

El griterío aumenta, cuando por fin el mar, se traga a la Navelogranito.

Singapur comanda el salvamento de objetos y armas. Pero todo lo metálico vence a la madera y al forro de material flotante de la nave.

Varias canoas continúan buscando cosas que bogan.

Los nativos que colaboraron al príncipe vuelven al finalizar la tarde.

En el último momento, Singapur divisa algo.

Grita de alegría repitiendo varias veces el nombre de su hermana.

¡El sillón de fina madera, boga entre la espuma y restos inservibles!

Macedonia, desde la interminable playa donde durmió después de llorar mucho, ve a su hermano que le hace felices señas.

Esa noche bailan alrededor del majestuoso sillón, cual si un rey estuviese sentado allí.

Los sobrevivientes piden al príncipe para que se siente en su trono.

Singapur invita al jefe de los nativos para hacerlo.

Pero el patriarca de la tribu del nuevo mundo, solicita con toda reverencia a la princesa Macedonia, para tomar ella el puesto de reina; de alguna manera simbólica; confortándola por el llanto derramado el día entero.

Ella se aproxima lentamente al sillón de los reyes.

Parece expresar su alegre desencanto ante lo único que resta de su mundo y reino. Así como la solemnidad que aprendió en palacio, con su padre y madre.

Macedonia es hermana mayor de Singapur.

— Si puede ser reina, que sea entonces ahora, en este mundo que no acabó —arguye el acongojado príncipe ante la expectativa de sus primos y amigos por su decisión.

Los nativos tocan en troncos huecos con cueros templados, un sonoro llamado a la exaltación del silencio, el respeto y el orden. Luego, bajando un poco la intensidad, esperan el momento en que la bella y harapienta princesa, tome el lugar que se le ofrece.

Hogueras iluminan le escena. Los colores de esa realidad completamente diferente de lo que han vivido hasta ese momento, son reflejados en los ojos del príncipe.

Luces doradas y rojizas le dan un ambiente inaugural y excelso a ese instante grandioso en toda su sencillez.

El príncipe recuerda los momentos de gloria pasados en su reino, cuando su padre volvía de las batallas campales, con los Eltas y los Francios, con los Mediterráneos y los Glajones. Cuando consiguieron destronar al emperador Atleón el Terrible, que había intentado dominar todos los reinos del mar antiguo.

La princesa Macedonia, siempre estaba en los actos, e ingresaba solemnemente detrás de sus padres y luego su hermano menor.

Singapur, creció en ese ambiente de coronaciones y grandes eventos. ¿Pero ahora, dónde había quedado todo eso? Era solamente un recuerdo.

Al caerle varias lágrimas, Singapur acaricia tiernamente el rostro de su bella y sufrida hermana.

Macedonia se sienta, intentando mantener la pose que le corresponde, regalando a su hermano la última sonrisa que le puede dar la felicidad casi destrozada por el destino.

La noche va alegremente, hasta acostarse en la madrugada, esperando al sol.

Aves multicolores saludan a la aurora uniéndose al concierto feliz de todos los seres vivos que saben cantar.

Las plantas acuáticas que tuvieron el don de la supervivencia, inician día a día, una fuerte metamorfosis: Se tornan más verdes, más rojas, más amarillas. Brotan del agua hacia el aire. Crecen varios metros por encima de la superficie.

Enormes helechos beben grandes cantidades de agua. Las exóticas e inmensas flores, en su mayoría carnívoras, expulsan chorrillos, como hermosas fuentes.

Seres vegetales y animales están cambiando.

Y el nuevo día, después de la noche de coronación, trae una increíble sorpresa:

Macedonia, la princesa del fabuloso mundo Atlante, sigue sentada en su sillón real, en el lugar de la ceremonia, frente al mar de ese nuevo mundo.

Las mujeres que toda la noche la atendieron duermen a sus pies.

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