Transcurso Magnético

— ¿Qué queréis decir? —pregunta Pakistán.

—¡Que hemos girado de pronto, en este oscuro transcurso magnético y damos ahora la vuelta para otro lado!

—¡Estáis locos de remate! —Exclama el viejo marino.

—¡Eso sería imposible!

—Volvamos hacia atrás —pide Madagascar a Groenlán, sin darle mayor atención.

A la orden, las velas son volcadas y la Navelogranito inicia un veloz giro, cortando violentamente las escarpadas olas, con la atención de todos para acompañar la inusitada acción. La fuerza de la velocidad en la maniobra, hace tambalear el sillón del rey, donde Singapur, como un verdadero monigote, se mueve de un lado al otro, cual un niño que juega con los movimientos de las embarcaciones.

— ¡Este Madagascar, quiere volvernos locos, como se ha vuelto loco de un momento a otro! — Exclama el viejo marinero desdentado, que para criticar era bueno, pero para instruir, ya no servía, pues los mares se le habían agigantado.

Algunos marineros jóvenes titubean, pero no se manifiestan en contra, pues la princesa Macedonia grita a todo pulmón:

—¡Hacedles caso a Madagascar y Groenlán, ellos son los únicos, a falta de Singapur, que podrán sacarnos de esta situación tan terrible!

Se arma un verdadero caos. Unos en contra y otros a favor de las acciones tomadas.

Indi vuelve a sentir náuseas y corre a vomitar desde la popa.

Aladín saca de un escondite su lámpara mágica, que no le dio respuestas en todo ese tiempo magnetizado.

Frota varias veces aquella invención que vendió con éxito en su tierra, pero la lámpara, se calienta de tal modo, que acaba botándola al piso.

Asustado, el pobre Aladín, teme que explote. La levanta envuelta en un paño. Sopla muy fuerte hasta que se enfría, quedando como un pedazo de témpano.

—¡Témpano!

Vocifera imprevistamente el Marujo desde lo alto del palo mayor.

—¿Témpanos? —interroga Madagascar asombrado.

Los marineros corren a proa, divisando una inmensidad de témpanos, que, en la distancia, parecen apenas un hilo blanco templado en el horizonte.

Disminuyen la velocidad de la Navelogranito.

La mayoría de la gente está en contra de Madagascar, pues alegan que se está regresando a los lugares de mayores cambios.

Lentamente, se aproxima la nave atlante a ese bosque de hielo, pues Groenlán no acepta volver atrás: él dio la vuelta a la nave y se siente tan responsable como dispuesto a enfrentar el riesgo de la decisión tomada con Madagascar, para encontrar una salida.

Entonces los viejos marineros se reúnen en la popa, para discutir el problema y acabar con la capitanía.

—¡Ahorcadles como a gusanos! —Grita rabiosamente uno de los marineros.

—Este Madagascar quiere aprovecharse de que Singapur está inutilizado y pretende tomar el mando de la nave, haciéndonos sus esclavos, hasta llevarnos a la muerte —opina un segundo hombre.

—¡Arrojadle al agua para que les coman los toros marinos!—grita otro.

—¡Eso! ¡Eso! ¡Eso! ¡Matémosle!...

—¡Muerte a Madagascar!

Corren hasta el puente y apresan a la fuerza a Madagascar.

Macedonia intenta defenderlo, pero al mezclarse entre la burda de marineros, pisan la trenza de su largo cabello y cae al suelo desmayada.

Persia frota la esfera, intentando que le responda. Busca una solución para tantos conflictos.

En ese momento el grito desgarrador de África, detiene la desgracia que puede ocurrir.

—¡África está en convulsiones nuevamente! —Grita Persia, largando al suelo aquella esfera de cristal, ya inservible, que se hace trizas, levantando al aire mil pequeñas estrellas de todos los brillos universales y una especie de vapor, que se eleva, cubriendo la Navelogranito ya detenida.

Ese vapor de tan vivos colores, asusta a la tripulación.

A tan mala suerte y tantas penas, el cabello de la desmayada Macedonia, ha quedado próximo de la esfera de cristal rota, y varias chispas prenden la punta de su larga trenza y comienza a arder velozmente.

—¡Se quemará Macedonia! —Exclama Persia.

Madagascar, consigue soltarse de quienes lo apresan y de un impulso salta y pisotea rápidamente la punta del cabello de la princesa para apagar el fuego.

En eso, se desintegran las estrellas de fantasía, y el vapor de colores se desparrama por completo en el aire azul de la mañana radiante.

La bellísima Macedonia es salvada de quemarse gracias a la oportuna intervención de Madagascar, que aprovecha el lance de asombro, gritando a los marinos revoltosos para que vuelvan a sus lugares.

Pakistán e Indi, levantan en brazos a la princesa, mientras que Aladín y Groenlán corren donde la negra África, que transpira copiosamente al volver en sí.

Pasado el susto, la gente común de la Navelogranito, acobardada de sufrir sacudidas, cambios de viento y marea, provocándoles nausea, vómito y tantas molestias, intenta tranquilizarse. Quieren que Madagascar como nuevo capitán, dé sus órdenes, pero que los saque de esa situación de una vez por todas.

Pero Singapur comienza a hablar, suscitando la alegría de sus amigos:

“Me llamo Singapur, soy sobreviviente del mundo que no acabó y mi deber es llevar esta Navelogranito, hacia algún lugar seguro en tierra, en el nuevo mundo que esperamos encontrar”.

¡Vivas y júbilo! Ese pequeño mundo flotante, se alegra al máximo.

Singapur consigue reponerse en tres días, en los cuales Madagascar, orgulloso, capitanea la nave con nueva dirección: el nuevo Oeste de la tierra, que ha girado al otro lado.

Un hermoso y azul canal de agua corriente, como un río en deshielo, es el pase encontrado entre esa gran cantidad de hielo transparente. Como si se hubieran congelado chorros de agua cristalina en el aire, topando el mar e introduciéndose bellamente en las aguas heladas. Las extrañas formas, que se asemejan a todo tipo de seres, asombran a los viajeros. Sin embargo, tal paisaje inusitado, acaba alegrando los ojos de aquellos sufridos supervivientes, que ya no sabían lo que era la belleza.

Salen a cubierta y agazapados en la baranda, se protegen del frío con cobertores de lana y pieles.

Cantan músicas mañaneras y respiran aire puro, botando el vapor por sus bocas.

Todos contentos

mirando la mar

celeste y brillante

Todos felices

riendo y cantando

mirando una luna y un sol

Todos bailando

como las olas del mar

que ha ido clareando.

Singapur ha retornado a la más flamante normalidad física y mental.

Parece incluso más fuerte, joven, más hermoso que antes.

Sus seguidores le admiran como al comienzo.

Los increíbles témpanos se alejan en una despedida inolvidable en la línea horizontal de la tierra, hasta desaparecer por detrás de ellos.

La cabellera de Singapur comienza a crecer.

Navegan rápido, pero ya no precisan levantar la Navelogranito pues el mar está quieto, como en un estanque enorme.

“¡Eso está bien! Así es bonito navegar”, piensa Groenlán.

Pero como todo lo que es bueno dura poco, Madagascar descubre algo:

— ¿Qué pasa ahora? Siento que la Navelogranito no avanza, como si fuera hacia atrás, en un vaivén, que apenas se percibe.

— ¡No me asustéis nuevamente! — pide Groenlán

— ¡Sí! — Interviene el viejo marinero desdentado, que siempre logra entremeterse en el diálogo de los capitanes. – Sí, sí, sí – repite — ¡Pensad que Singapur aún no está en sus nueve cabales!

— Si os escucha Macedonia, señor, se molestará que habléis para su hermano —advierte Pakistán viniendo de atrás.

Entonces Groenlán pide al viejo marinero para ocuparse en algo.

— ¿Qué os preocupa ahora? —Interroga Singapur, al subir al puente de mando, como todo un príncipe.

— ¡Ah!... Mm —Groenlán no puede disimular que está temeroso por la tranquilidad de aquel mar, que se pone verde, luego turbio y a veces clarea como el té.

— Habla hombre —pide Singapur, consciente y preocupado por haber pasado tiempo sin memoria.

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