5 - La mañana posterior

De la mañana anterior, a la mañana posterior, ese mar se vuelve bravío hasta lo indecible. La Navelogranito, se eleva muchas varas arriba del pico níveo de las olas furiosas.

Pakistán indica desde el palo mayor a los marinos, que cuiden las enormes velas. Los vientos, de pronto traen nubes negras, pestilentes a tierra podrida y minerales.

—¡Se está hundiendo más tierra y la mar está levantando todavía! —Manifiesta el viejo marino Groenlán, cuya barba de conocimiento le llega a la cintura.

 

Con piel de morsa y leones marinos, abrigan a la sirena, pues comienza a llover mucho, un mucho de tiempos interminables.

El mar es entonces muy gris. Algunas veces marrón.

El pequeño Israel pregunta a Singapur, por qué ese color oscuro.

Le responde que el barro del continente sumergido, causa tal fenómeno. El muchacho de ojos negros y pestañas largas, mira hacia abajo, al fondo marino. Agazapado con sus propios brazos, siente mucho frío, pues hubo que prestar los abrigos a mujeres y niños.

 

Pakistán tiritando también, se aproxima de Indi y piensa en el mundo perdido. En la gente que no pudo salir a tiempo.

Macedonia le dice muy comprensiva: “No mires Pakis, no mires que éso ya no existe y no está allí abajo. El mar se lo ha llevado. No lo encontrarán jamás”.

 

Pakistán contempla a Macedonia admirativamente, apreciando su sabiduría con cierto deleite pasional, que experimentan los jovencitos ante las damas bellas y mayores. “No me mires así, Pakis” le pide ella, “El mundo no ha cambiado aún; no te puedo amar pues eres menor”.

 

Pakistán baja la mirada cuando ella le acaricia el cabello cubierto por un gorrín de su tierra, pero la sigue mirando cuando camina apartándose de él.

Era realmente una princesa única.

La Navelogranito sube muchas varas arriba del oleaje tempestuoso. “¡África está gritando!” Llama Persia desesperadamente una tarde, corriendo asustada hacia cubierta, en busca de Singapur. Los marinos la miran con absoluta indiferencia.

—¡África grita y grita y gime y gime y llora! —continúa Persia.

El marino de mares lejanos, sale de su camarote de proa y afrontando la lluvia, corre al llamado de Persia, que apenas habla pues su voz está ronca de tanto gritar.

—No os mojéis —le advierte la muchacha, resbalando en las maderas húmedas cuando la Navelogranito se inclina violentamente a babor.

Singapur ayuda a Persia y pasado el susto, van a los compartimentos inferiores de la nave.

Bajan con Macedonia, Pakistán, Indi y Groenlán, seguidos por Aladín, quien trae en sus manos una lámpara a la que ha puesto mucha dedicación para lograr una semejanza total con la primera que se llevó Europa.

África, una niña negra, realmente llora.  Sus manos se crispan, como palmeras al viento furioso.

Los ojos inmensos de la negra expresan odio, miedo, fulgor de tiempos y sacrificios.

Singapur intenta asirla fraternalmente.

Ella araña el brazo derecho del joven de mares. Le desgarra la piel, haciendo que las venas expulsen mucha sangre.

—¡Oh, Singapur! —grita Persia —¡Os ha herido, es malvada!

Los otros intentan amarrarla.

—¡No la toquéis! —pide Singapur —¡Dejadla gritar y llorar... dejad que le pase su angustiosa visión!

La negrita de senos tiesos y dientes blancos gira el tronco de su cuerpo en voluptuosa y violenta danza, cual dramática escena de sangre y sacrificio mortal.

Groenlán, el viejo marino, maestro de Singapur, exclama:

—¡Habrá que detenerla ó acabará muriendo!

—¡No, no, no! —replica Singapur con su brazo dolorido.

Persia le toma el brazo con cuidado, envolviéndolo rápidamente en un paño húmedo.

—¡África! —exhorta entonces Macedonia, para que la muchacha vuelva a la razón.

Y África se lanza violentamente hacia Macedonia.

—¡Detenedla ahora! —ordena Groenlán.

—¡Urgente! ¡Amarradla en ése madero antiguo! —pide Macedonia, corriendo para protegerse de África.

—¡No! —Exclama Madagascar, con su voz ronca y profunda, como los ecos en las cavernas del gran continente negro.

Macedonia tiembla de miedo.

Singapur detiene a la negra África, con fuerte pero comprensiva mirada, obligándola a calmarse. Parece hipnotizarla, diciéndole algo en su idioma. Y en efecto, la muchacha se tranquiliza. Luego la abraza y ella llora.

—Así será siempre – vaticina Persia.

—¿Qué será siempre así? —Le pregunta el príncipe.

—Siempre llorará África —responde la enigmática y silenciosa Persia, con la bola maravillosa de cristal en sus manos, donde mira con sus bellos ojos color violeta, todas las noches y al amanecer.

“Así será

La historia negra

De la humanidad,

Que entra en esta era” ...Recita suavemente.

 

Singapur la mira con ojos expectantes.

—¿África sufrirá?

— Intensamente —revela Persia y prosigue:

—África, creerá en el hombre, irá con él y luego sufrirá.

—No prosigáis —pide Singapur, recostando a la negrita en su lecho. Sale de inmediato, seguido por los ojos conmovidos de sus amigos.

—¡Singapur! —Grita Persia, corriendo tras él.

Ha nacido entre ellos una gran amistad. Persia, seca la transpiración de la frente del príncipe.

—No hay forma de eludirle al destino de África —le dice, consolando al joven marino.

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