2 La Navelogranito alza vuelo

La Navelogranito suspende más su vuelo, para evitar las olas, que, con el magnetismo lunar generado de pronto, parecen filas cortaplumas.

— ¡Es mucha la fuerza! —se asusta Groenlán, pidiendo ayuda para sostener las velas y globos.

 

Los vientos se cruzan. El cielo se nubla y las explosiones sobre la tierra comienzan.

—¿Qué es lo que cae? —pregunta Pakistán.

 

—Pedazos de luna —responde Singapur.

 

Pakistán cree que aquella frase proviene de la habilidad poética del joven príncipe.

Pero no es poesía. El continente viejo se hunde. Las columnas bellísimas de alabastro y mármol, son tragadas por las aguas.

 

Los pasajeros de la Navelogranito, observan aterrados el apocalíptico desenlace de la tierra.

Singapur, pide a todas las mujeres y jóvenes, para ir a los camarotes internos, donde están las madres, niños y algunos ancianos.

—Quiero evitar que vean lo peor—, manifiesta preocupado a sus ayudantes de timón, Groenlán y Madagascar. En eso, allá en el horizonte, sobre la civilización aquella, se ve caer una bola de fuego, causando una explosión que hace temblar hasta el alma de la tierra.

La Navelogranito suspende más su vuelo, para evitar las olas, que, con el magnetismo lunar generado de pronto, parecen filas cortaplumas.

— ¡Es mucha la fuerza! —se asusta Groenlán, pidiendo ayuda para sostener las velas y globos.

 

Los vientos se cruzan. El cielo se nubla y las explosiones sobre la tierra comienzan.

—¿Qué es lo que cae? —pregunta Pakistán.

 

—Pedazos de luna —responde Singapur.

 

Pakistán cree que aquella frase proviene de la habilidad poética del joven príncipe.

Pero no es poesía. El continente viejo se hunde. Las columnas bellísimas de alabastro y mármol, son tragadas por las aguas.

 

Los pasajeros de la Navelogranito, observan aterrados el apocalíptico desenlace de la tierra.

Singapur, pide a todas las mujeres y jóvenes, para ir a los camarotes internos, donde están las madres, niños y algunos ancianos.

—Quiero evitar que vean lo peor—, manifiesta preocupado a sus ayudantes de timón, Groenlán y Madagascar. En eso, allá en el horizonte, sobre la civilización aquella, se ve caer una bola de fuego, causando una explosión que hace temblar hasta el alma de la tierra.

Singapur se pone al resguardo con su gente.

El impacto aprisiona el aire y desplaza el viento horizontalmente, de tal modo que la nave es virtualmente puesta en otro tiempo y espacio. Y si aguanta es por la distancia oportunamente tomada y por la construcción de su estructura cruzada y los materiales livianos pero resistentes, empleados en el forro de soporte, que mantiene todo cuerpo físico bien protegido dentro del casco achatado. Además de las alas de proa y popa, que soportaron la velocidad de forma espléndida.

Dentro de su camarote, Singapur analiza todo mentalmente.

 

Por la ventanilla se ve el color azul—plomizo, de la velocidad aparente.

—¡Física!... ¡Oh, amada física! ¡Nos habéis salvado! —Exclama el príncipe.

El cuerpo de Singapur vibra. No sabe si es por miedo; a causa de la misma velocidad arrancada con el viento, ó por la emoción que le causa, ver que su invención salvadora ha logrado salir de la costa.

—¡Esto es fantástico! —Aplaude Groenlán mirando los planos de la nave que ayudó a construir –. ¡Ha dado resultado satisfactorio señor!

—Enhorabuena os encargué este trabajo y hemos salido en el momento oportuno, para alcanzar quince millas logrando mantener la nave salva, a una distancia razonable para soportar la fuerza del viento con semejante explosión.

Pakistán observa de cerca los equipamientos de Singapur y unos mapas llenos de líneas ondulantes junto a un plano de la estructura de la Navelogranito.

Singapur, mira por un lente, sobre un grupo de cristales, que, según él, le dan la información de las secuencias físicas de la hecatombe. Luego mide con un compás y traza nuevas líneas y coordenadas con una fina pluma. Al camarote entran Madagascar, Indi e Israel. Se han puesto unas mantas pues dicen que de pronto allá arriba, ha comenzado a llover muy frío.           

En esos primeros días de terribles zarandeos de la Navelogranito, la joven Europa, muy seria y siempre absorta, no quiere escuchar a nadie.

Envuelta en sedas de Indimeria, sonríe a las joyas de Asiaria, que lleva puestas en el cuello y las orejas. Sigue soñando con fiestas y grita mientras el mar parece ir y venir, moviendo en zigzag aquella nave, como cuando se mueve un florero sobre el tapete en una mesa.

Europa es una mujer bonita pero muy caprichosa y mimada por sus padres. Frecuentó palacios y banquetes, siendo la flor más admirada, por reyes y príncipes.

Persia, otra joven noble, muy íntima de Europa, la llevó con engaños al arrecife e invitó a subir a la Navelogranito. En esos momentos, fue ordenado zarpar y Europa no tuvo más que mantenerse allí.

De tal forma que todos tuvieron que aguantar, su mal carácter juvenil.

Persia le regaló a Singapur, una lámpara mágica, agradeciéndole por haberla dejado subir con ella y aceptar a esa amiga bonita pero antipática.

Era Aladín Aladino, quien creara esa bella lámpara.

Persia le dice a Singapur:

—Te ayudará y sacará de apuros, pero no dejes que caiga en manos de Europa.

 

Macedonia observa el trabajo de Aladín.

—¿Qué le echáis a esas lámparas para que pronto hechicen a los ojos con los humos? — pregunta admirada por la mágica evolución de humo colorido que adquiere formas extrañas.

—Aladín no te contestará —le adelanta Persia.

—¡Contesta Aladín! —Interpela Macedonia.

—Señora, es apenas polvo de láser.

—¿Qué es eso?

—No le digáis Aladín —pide Persia.

—Proseguid —insiste Macedonia.

 

Aladín, tiene que hablar, pues se trata de la hermana de Singapur:

—Es una piedra que al molerse produce polvo, que luego se hace luz y después se hace pensamiento.

 

Macedonia se da por satisfecha y va a contárselo a Europa.

—Se burlará de vos —le advierte Persia al joven Aladín.

—Si se burla, no hay la menor importancia, pues el láser no es eso.

 

La mañana quinta pasa, con menos sacudidas y algunas lejanas explosiones del fondo del mar, mostrando al sol de vez en cuando, antes que se sumerja en una niebla polvorienta que deja caer polvo y piedrecillas minúsculas sobre las cabezas de los viajeros de la Navelogranito.

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