Tráfico de azúcar

A bordo de un súper auto de color rojo escarlata, Charlotte atravesaba la ciudad tras haber salido del restaurante. Era aproximadamente la 1 de la tarde en un día caluroso y soleado, tal como a ella le encantaba porque podía conducir el descapotable y sentir el viento revolviendo su rojiza cabellera.

No tardó mucho en llegar a su destino: una mansión enorme, fuertemente protegida por decenas de guardias armados.

—Buenas tardes, he venido a negociar con su jefe. —Se dirigió Charlotte amablemente a los guardias que protegían el gran portón principal, en el cual se podía ver una placa de color dorado, bastante vistosa, en la que se podía leer el apellido "Di Siena"

—Nuestro jefe no tiene necesidad de comprar cosméticos señorita, vaya a vender a otro sitio. —La burda respuesta del guardia no le pareció nada agradable a Charlotte, quien inconscientemente hizo una mueca en la que frunció el ceño y torció un poco la boca hacia su lado izquierdo.

—No soy vendedora de cosméticos, soy la dealer que su jefe ha estado esperando urgentemente… —Respondió ella visiblemente enojada, con un tono de voz serio y mirada intimidante—. Así que díganle que ya estoy aquí si no quieren perder su trabajo.

Tras hacerla pasar a la imponente mansión, un grupo de guardias escoltó a Charlotte hasta una enorme sala, en la cual se podía encontrar una mesa larga rectangular rodeada de muchas sillas bastante elegantes. Ese salón era en realidad un comedor gigantesco, diseñado para y por el hombre más exitoso del país, quien por cierto, estaba ya sentado a la mesa esperando por Charlotte.

—Es un placer conocerla por fin, señorita Charlotte.

—El placer es todo mío, no todos los días se puede hablar frente a frente con el gran Don Ricciarelli Di Siena.

—¿Y bien? ¿Iniciamos con el protocolo habitual? —dijo aquel hombre con sobrepeso, lentes de sol redondos, y cejas y bigote bastante tupidos.

Al dar la orden, al menos 4 de los guardias del adinerado hombre se acercaron a Charlotte, rodeándola completamente. —No se preocupen caballeros, yo puedo hacerlo por mi cuenta. —dijo Charlotte a la vez que creaba un espacio entre ella y aquellos hombres extendiendo completamente ambos brazos con las palmas de las manos abiertas.

Acto seguido, la chica levantó ambos brazos y, acercando las manos hacia su nuca, desabrochó el cuello de su vestido, esta pieza de tela era lo único que mantenía en su lugar la parte superior de su vestimenta.

Al tiempo que bajaba lentamente esta parte del vestido con su mano derecha, cubría con el brazo izquierdo sus senos, pues no era su costumbre utilizar sostén, mucho menos en época calurosa como en la actual.

—¿Lo ven? No hay ningún micrófono oculto en mi cuerpo. —Al exponer completamente su torso desnudo, el magnate pudo comprobar que la chica no intentaría tenderle una trampa para entregarlo a las autoridades, por lo tanto, decidió continuar con la negociación.

—Disculpe señorita, ya puede volver a vestirse. Debe comprender que no puedo arriesgarme a ser capturado por la policía.

—Descuide, no es la primera vez que tengo que desnudarme para probar mi inocencia, quizá debería presentarme en traje de baño para evitar este paso la próxima vez. —Bromeó Charlotte en un intento de aligerar el intenso ambiente que se sentía en la sala.

—Bien, ahora le mostraré el producto, —continuó ella. De su bolso sacó un pequeño sobre de color verde que tenía impresa la palabra "sugar" y lo deslizó sobre la mesa en dirección de aquel hombre.

Don Ricciarelli entonces abrió el sobre y vertió el contenido en la mesa, el cual a simple vista no se veía diferente del azúcar común y corriente. Utilizando unas pequeñas pinzas que apenas podía manipular debido a sus enormes manos, tomó un solo grano del producto, lo admiró con una lente de aumento especial durante unos segundos, y entonces compartió una importante duda que no podía sacar de su mente.

—Este producto es exactamente igual en apariencia, tamaño y olor al azúcar común, ¿Cómo me aseguras que esto es 'ese' tipo especial de azúcar? —preguntó consternado el acaudalado hombre.

—Le aseguro, Don Ricciarelli, que nuestros cocineros son los mejores del mundo, y han logrado perfeccionar la fórmula a tal grado que es imposible distinguir nuestro "azúcar" del azúcar común, esa es, después de todo, la gracia de esta droga. La única manera de asegurarse de su autenticidad es probarla por usted mismo. —Charlotte señaló su nariz con el dedo índice para indicarle que este tipo de droga puede ser inhalada.

—Me temo que no estoy acostumbrado a consumir estas sustancias… Pero tengo otra idea. —Don Ricciarelli hizo unas señas a uno de los tantos hombres que se encontraban en el salón como protección del gerente, y él prontamente le trajo una taza de café.

En cuanto Charlotte observó que su cliente vertió el contenido completo del sobre en la taza de café, intentó rápidamente darle una advertencia; sin embargo, antes de poder decir algo fue interrumpida de manera abrupta.

—Tengo entendido que hoy visitaste mi restaurante, ¿Qué te pareció? —preguntó el hombre mientras disolvía el azúcar en el café.

—¿Ah? Bien… Es el establecimiento más fino y lujoso en el que he estado. —La repentina pregunta la desconcertó al principio. Intentó de nuevo advertirle algo, pero fue nuevamente interrumpida.

—Cuando mi empleado favorito me mencionó que tendría una cita con una hermosa chica, jamás imaginé que sería la misma que vendría a mi hogar a venderme drogas unas horas después ¡Jajaja!

—Charlotte se rió condescendiente.

—¿Sabes?... —continuó Ricciarelli— Todos mis empleados fieles son como mis propios hijos, especialmente este chico, Jeong, estoy muy orgulloso de él. Por supuesto, mi gente en el restaurante ignora que tengo otros negocios un tanto menos… decorosos, y preferiría que siguiera así…

Este hombre, que hasta ahora había tenido una apariencia amigable y bonachona, de pronto se tornó bastante serio. —Por eso, quisiera pedirte que no vuelvas a tener contacto con él… por su propio bien.

—No tiene de qué preocuparse, solo pienso jugar un poco con él para pasar la noche y después desaparezco para siempre. —Replicó la pelirroja un poco molesta, ya que a ella nunca le ha gustado que le digan qué hacer.

—Bien, es hora de degustar su producto, —dijo mientras hacía otro ademán a sus guardias el hombre de traje blanco y joyería dorada y lujosa por doquier.

—¡Es verdad! ¡Debo advertirle! ¡Si consume esa cantidad de azúcar de una sola vez es seguro que morirá! —gritó con un poco de desesperación en su voz la chica de vestido rojo.

—Lo sé, por eso es necesario que alguien lo pruebe. —En el rostro de Ricciarelli se avistaba una expresión de malicia digna de un científico loco al cual no le importaba sacrificar una vida con tal de probar una teoría.

Este tipo de azúcar sintético, era al menos 300% más adictivo y potencialmente letal que el azúcar común, inhalar un solo grano de azúcar era suficiente para entrar en un estado de éxtasis y alucinación, por lo tanto, disolver una cucharada entera en una taza de café resultaba mortal debido a la fuerte sobredosis.

Uno de los guardias entró de pronto a la sala. —¿Me llamó, jefe?

—Si, necesito que te deshagas de este café, está frío.

Cuando el guardia se acercó para recibir la taza de café, Ricciarelli rápidamente lo tomó de la corbata y lo jaló hacia la mesa bruscamente, entonces le vertió el café sobre el rostro, asegurándose de que una porción entrara por su boca.

Tosiendo descontroladamente por casi haberse ahogado con el café, el guardia se retiró un poco. Tanto Charlotte como Ricciarelli lo observaban con atención. Tardó solo unos cuantos segundos así hasta que empezó a gritar con todas sus fuerzas mientras apretaba fuertemente con las manos su cabeza. Los efectos del azúcar empezaban a causar estragos en su mente y cuerpo, aumentando severamente la presión arterial, sofocándolo, provocando mareo y náuseas extremas. Tal sobrecarga sensorial de una duración aproximada de medio minuto bastó para freír su cerebro y sistema nervioso. El guardia se desplomó entonces sin vida, ante la mirada atónita de todos los presentes.

Esa era la primera vez que Charlotte presenciaba en persona los destructivos efectos del azúcar, el cual había estado traficando desde hacía más de 4 años. Al observar tan desalmada obra por parte de su cliente, se preguntó a sí misma si acaso tendría un final parecido en cuanto terminara las negociaciones; por lo tanto, sabía que no podía bajar la guardia si quería salir con vida de esa mansión.

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