Otra vez entre sus brazos XIV

Capítulo catorce

Otra vez entre sus brazos

Al abrir los ojos, Vanesa se encontró recostada, desnuda en la cama de Emanuel. ¿Qué había pasado? ¿Cómo había terminado ahí otra vez?

La luz estaba apagada y las cortinas cerradas, por lo que no sabía si era de día o de noche. La cabeza se le partía y tenía muchas náuseas. Emanuel no estaba con ella por lo que trataría de irse a hurtadillas. No creía que en su estado pudiera hablar con él en buenos términos. Ya que recordó la discusión que habían tenido en esa misma habitación un mes atrás. Algo que no quería repetir, no hoy y con lo débil que se sentía.

Por lo que no podía seguir perdiendo el tiempo, tenía que salir de esa casa. Solo esperaba no haberlo hecho de nuevo con él estando ebria. Iba a tener que encerrarse como lo haría un hombre lobo en luna llena cuando tomara alcohol. Para así dejar de aparecer al otro día en la cama de Emanuel.

Buscó su ropa para vestirse, pero no estaba por ningún lado. Ni en el suelo, tampoco encima o debajo de la cama. Por lo que se puso una camiseta de Emanuel y salió del dormitorio tratando de no hacer ruido. Miró por el pasillo y para su sorpresa él estaba en la casa.

Emanuel se encontraba cocinando. Su torso estaba desnudo y sus músculos se marcaban. Parecía mucho más atlético que la última vez que lo había visto.

Él se dio cuenta de que ella lo miraba y se dio vuelta para ofrecerle un panorama completo. ¿A quién se parecía? ¿A Thor en la película que había visto con Ramona? No estaba claro, pero daban ganas de comérselo con cucharita. Incluso las náuseas se le fueron al tragar saliva, tras ver ese cuerpo demasiado perfecto para ser real. Maldito hombre con buenos genes y con la constancia de hacer ejercicio, la volvía vulnerable a él.

—Si quieres me puedes sacar una foto para que el recuerdo dure más —le dijo él con el sartén en la mano.

Al parecer, le parecía graciosa la cara que Vanesa había puesto al verlo sin nada—. No te quedes ahí, parada y ven.

Vanesa aún desconfiaba de él. No sabía cómo había terminado en su casa después de haber bebido. Y aunque era probable que ella fuera la culpable, no iba a acercarse hasta saber la razón. La manzana no crecía lejos del árbol y se notaba que Emanuel le ocultaba algo.

—¿Qué hago en tu casa? —preguntó ella mientras buscaba su ropa en el sofá, sin éxito.

Él le contó que mientras estaba terminando de trabajar lo habían llamado del bar donde ella había ido a hacer el duelo por la pérdida de su paciente toda la tarde. Ya que ella no estaba en condiciones de volver sola a casa por la cantidad de alcohol que había bebido. Y que el número de Emanuel figuraba como el último contacto que la había llamado, por lo que de ese modo él había salido sorteado para ir por ella.

Cuando llegó al bar a buscarla no pudieron despertarla. Y él no sabía cuáles eran las llaves de su casa ni había podido ubicar a ninguna de sus compañeras de departamento, por lo que no le había quedado otra opción que llevarla a su casa.

—¿Y mi ropa? —preguntó Vanesa, aún desconfiada.

Emanuel le explicó muy amablemente que ella se había vomitado todo su lindo cuerpo. Por lo que él se había tomado el atrevimiento de quitarle la ropa, llevarla a la ducha para sacarle lo que había quedado sobre su piel para luego acostarla en su cama. Y finalmente lavarle la ropa, aunque aún no se había secado.

Ella miró por la ventana que daba al pequeño pasillo que él tenía y vio colgada su ropa interior. Por lo que se sintió muy avergonzada. Había sido todo un problema para Emanuel, y encima había dudado de él. No era más que una tonta.

—Preparé el almuerzo, ya que dormiste hasta tarde —dijo él y en la barra apoyó dos platos con una “omelet” con queso y ensalada.

—Gracias —dijo ella y se sentó. ¿Qué más podía hacer después de todo eso?

Vanesa empezó a comer en silencio. Él no dejaba de mirarla como si quisiera decir algo, por lo que se sintió bastante incómoda. Así que le pidió que le dijera lo que se suponía que quería hablar.

—Ayer estabas mal ¿Fue por el paciente o por otra cosa? —le preguntó él y ella le dijo que eran las dos.

Vanesa sabía que no podía decirle en este momento que lo que peor la había puesto, era ver al padre de Emanuel. Así que no lo hizo.

—Te pedí el día. El domingo le vas a tener que devolver la guardia a Ramona —le dijo él mientras lavaba los platos.

—Gracias —dijo ella con la cabeza agacha—. Sé que es abusar de tu confianza, pero ¿puedo quedarme en tu casa hasta el domingo? —le preguntó Vanesa temerosa.

—¿Por qué no quieres ir a tu casa? —le preguntó él.

—Es que las chicas volvieron a sus pueblos y no tengo ganas estar sola en casa este fin de semana. Entiendo si no quieres —ella sabía que su amistad seguía en pausa después de lo que había pasado.

El problema era que no se sentía lo suficientemente fuerte como para enfrentar al decano Orlando. Y sabía que al primer lugar a donde él la iba a ir a buscar era a su departamento. Necesitaba recuperarse para enfrentarlo.

—Te puedes quedar, pero vas a estar sola igual —dijo y le dio un juego de llaves—. ¿Algún problema con eso?

—¿Te tienes que ir? —le preguntó confundida. Sabía que él no trabajaba los sábados.

—Sí. Mi padre volvió de viaje y quiere que nos veamos en su casa. Además, debo trabajar en la oficina un par de horas acomodando los cronogramas para septiembre —explicó él y ella lo miró incómoda.

Era poco probable que el decano Orlando buscara a Vanesa en casa de Emanuel, por lo que ella le agradeció que le permitiera quedarse y le dijo que no había problema con eso.

Autora: Osaku

Todos los hechos y personajes de esta novela pertenecen a la ficción. Cualquier semejanza con la realidad son pura coincidencia.

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