La maldita verdad XVII

Capítulo diecisiete

La maldita verdad

Vanesa se sentía mareada como si hubiera tomado algo, no tenía idea de lo que estaba ocurriendo. Al abrir los ojos no podía ver donde estaba. Escuchó un ruido y se dio cuenta de que estaba dentro de un automóvil. La puerta se abrió y el ex Decano Orlando la sacó de adentro. Ella miró hacia arriba y poco a poco pudo reconocer el lugar, la había llevado a la casa de los padres de Emanuel.

—Vamos mi pequeña perrita. No nos queda mucho tiempo —dijo él mientras la llevaba adentro de la enorme casa rodeada de hermosas flores. Quien diría que un sitio tan bello podía albergar situaciones tan dolorosas y oscuras.

—No quiero —dijo ella tratando de soltarse sin poder conseguirlo debido a lo débil que se sentía.

Estaba segura de que él solo trataría de lastimarla. Ya se lo había dicho en el pasado y Orlando era un hombre que cumplía con sus promesas, y más si tenían que ver con venganza.

—No tienes opción —dijo él y la tiró en el sillón tratándola como un saco de papas.

El maldito enfermo no perdió tiempo y empezó a desvestirla. Disfrutaba de ver cómo trataba de resistirse a él, era algo que le había despertado un morbo nuevo en su vida. Después de hoy no iba a dejar que se le escapara de nuevo.

Aunque ella trataba de resistirse, no podía. Él le había puesto algo en el hospital que hacía que no pudiera siquiera pensar con claridad. Aun así, hacía su mejor esfuerzo por liberarse de él.

—Seguramente te debe estar buscando por todos lados como ese día —le dijo Orlando y siguió quitándole la ropa—. Es bastante gracioso porque yo nunca volvía a dormir a esta casa. Yo odiaba el recuerdo de este lugar. Mi esposa me había abandonado y mi hijo me odiaba. Pero esa noche…

Recuerdo…

Cuatro años atrás, el día en que Vanesa y Emanuel regresaron a su casa después de que se le declarara y ella lo rechazara, pero lo besara. Cuándo él la dejó en el sillón mientras iba a prepararle una cama. Ella no pudo quedarse mucho tiempo sentada pese a lo que él le había dicho. Por lo que se levantó para buscar el baño, ya que tenía demasiadas náuseas y le daba miedo de vomitar en el living de su amigo.

Por lo que mientras buscaba el baño, algo desorientada, pasó por la cocina y cuando entró se encontró con el padre de Emanuel, estaba sentado escribiendo en su computadora portátil.

—¿Qué haces en mi casa después de lo que me hiciste? —le preguntó Orlando furioso.

—Necesito tomar algo, bebí demasiado —dijo ella sosteniéndose de la pared.

Él se dio cuenta de que ella no lo reconocía y aprovechó la situación. No iba a dejarla escapar si era la que iba a él. Por lo que la llevó a su habitación y le dio de tomar una pastilla diciéndole que era un antiemético. Ella lo tomó como si no pudiera desconfiar de él y pocos minutos después estaba completamente dormida sobre su cama.

—Maldita perra, vamos a ver si ya no eres virgen —dijo Orlando y le quitó rápidamente la ropa para hurgar entre sus piernas—. Así que pese a que hace cuatro meses que me dejaste todavía no lo hiciste con el tipo que te gusta. Entonces voy a tomar lo que me corresponde —dijo él y se bajó los pantalones y comenzó a abusar de ella.

Confundida por la droga que había tomado, Vanesa abrió los ojos al sentir un dolor profuso entre sus piernas… ella veía cómo él disfrutaba de poseerla con odio. Ella quería pedir ayuda, pero no podía. Su voz parecía haber desaparecido con la voluntad de resistirse.

—Vanesa, ¿Dónde te metiste? —decía Emanuel desde el pasillo.

Orlando se dio cuenta de que su hijo la había traído a su casa. Seguramente el tonto estaba enamorado de ella y por eso le había pedido que averiguara con quien andaba metida la muchacha.

El maldito la penetró con más fuerza y ella empezó a gritar. Él le tapó la boca para que sus gritos se confundieran con gemidos y tiró su lámpara al suelo para que Emanuel escuchara de donde provenían los ruidos. Cuando la puerta se abrió volvió a introducirse con fuerza en ella y Vanesa volvió a gritar mientras él continuaba tapándole la boca. La puerta se cerró y él supo que su hijo había entendido el mensaje, ella solo sería suya.

Cuando terminó de torturarla la dejó en su cama y se fue de la casa. Su hijo se haría cargo de ella por él. Orlando pronto se iría del país. Ya que la universidad le había pedido unos años de discreción. Desde afuera vería que resultaba de todo eso.

Él ya sabía que algunos de los efectos secundarios del medicamento que le había dado para dormirla, era pensamiento lento y pérdida del conocimiento. Si pese a todo eso ella lo recordaba y lo denunciaba, él ya no iba a estar en el país.

… Fin del recuerdo

—Esa vez fue mucho más complicado. Incluso tuve que echar a las mucamas que estaban trabajando para mí y contratar otro servicio de limpieza solo por ti —le dijo Orlando mientras terminaba de desnudarla y la acariciaba.

—No me toque —dijo ella y le corrió la mano con la poca fuerza que le quedaba. El asco que sentía por él era suficientemente fuerte como para tratar de seguir resistiéndose.

—Aunque ahora parece que la que se pone difícil eres tú. De todas formas, no importa, me gustaste cuando te negaste la primera vez. No esperaba que esta vez fuera más sencilla —dijo el maldito enfermo y escuchó un automóvil estacionarse afuera.

Era hora de volver a jugar con su hijo. Aunque esta vez no dejaría escapar a Vanesa. Después de que Emanuel entendiera que ella solo le pertenecía a él, haría lo necesario para retenerla. Aunque tuviera que tenerla drogada todo el tiempo. El infierno no se comparaba con la mente perversa de ese hombre.

¿Vanesa será capaz de escapar del infierno en el que Orlando pretende sumergirla?

Autora: Osaku

Todos los hechos y personajes de esta novela pertenecen a la ficción. Cualquier semejanza con la realidad son pura coincidencia.

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