Despreciable

— Soy la hija del conde Castilla, Elizabeth — contesté su pregunta esperando que me dejará en paz este tipo tan inconstante, pero, solo levantó la ceja cómo si quisiera escuchar algo más — Su alteza, me puede soltar — pedí con toda la calma que pude reunir.

— ¿Qué pasa si no lo hago? — respondió aún sonriendo de una manera que lo hacía ver como un canalla.

Este sujeto era tan insufrible e ingobernable, sentí un ligero dolor en mis sienes mientras trataba de averiguar como sacármelo de encima. Cuando me debatía entre patear o insultar, alguien apareció aunque si me dieran a elegir entre hablar con la persona que apareció o el príncipe descarado frente a mí, lo hubiese elegido al descarado.

— Déjala en paz — mencionó el tipo que me perseguía hasta en mis pesadillas.

El cuarto príncipe con el que estaba comprometida hizo acto de aparición, él se veía como siempre, aún mantenía aquella sonrisa suave en su rostro que lo hacía parecer inofensivo cuando era el mismísimo satanás encarnado.

— ¡ Oh! si no es otro que mi querido hermano — comentó con una sonrisa aún más descarada su séptima alteza — Llegas en el momento adecuado...

— Para de hablar y suélta su mano— anunció Antonio con voz imponente, sin embargo, el tipo no le hizo caso solo siguió diciendo lo que quería decir aún sosteniendo mi mano — Ella es Elizabeth, mi prometida — alegó mientras me alejaba.

— Eso lo veremos — murmuré de manera inaudible, sin embargo, ambos me escucharon debido a las diferentes expresiones que se plasmaron en sus rostros — Un gusto conocerlos, pero, tengo un asunto urgente que atender — dije mientras me libraba de los dos y me iba junto a Alice.

Yo estaba huyendo.

Lo hacía porque estaba cansada de lidiar con todo, estaba cansada de ver sus rostros, estaba cansada de fingir que todo estaba bien y que no me estaba rompiendo por dentro.

— Wow, tu prometida realmente es interesante — dijo el chico descarado.

— Demián, solo cállate — pidió su alteza Antonio.

Cuando llegue a la biblioteca, todas esas emociones agobiantes habían desaparecido casi por completo, lo único que había era un vacío.

— Señorita — llamó Alice con una mirada preocupada, no sabía que sentir al ver su rostro, era como si solo sabía hacer que se preocupe esta duendecilla — Se encuentra bien — comentó.

— Bien, me siento bien — respondí mientras pensaba en algo — Alice aún tienes algo del polvo que hace dar alergia — indague con curiosidad.

— Sí — dijo con una mueca pícara — ¿Quién será nuestra próxima víctima? — preguntó con cautela.

— Bueno, hay un mosquito molesto que siempre anda dando vueltas a mi alrededor.

— Señorita, usted es tan malvada.

Solo sonreí ante sus palabras y me adentré en la biblioteca.

Aunque había dicho que deseaba que el destino siguiera su cauce y si solo si se metían conmigo iba a actuar, en realidad, no podía esperar hasta cuando lo pierda todo, debido a que poco a poco debería preparar el camino aunque este se me fuera de las manos.

Yo era Elizabeth Castilla la chica que estaba reiniciando su vida.

El príncipe Antonio se había convertido en aquella espina difícil de sacar, aun me faltaba mucho tiempo para aclarar las cosas con él, no, sin embargo, no podía esperar el momento.

— Wow, hay bastantes libros — espetó Alice cuando estuvimos dentro de la biblioteca.

— Así parece — contesté mientras veía a algunos nobles leer mientras otros conversaban — Vamos a elegir un libro.

— Vamos — dijo canturreando Alice.

Las personas dentro de la biblioteca solo nos miraron por un momento para luego seguir en sus propios asuntos.

La biblioteca era grande, casi tan grande como un castillo, había diferentes tipos de libros, desde pequeños cuentos hasta difíciles sonatas.

Yo sabía que como todo lugar la academia tenía sus libros más importantes ocultos.

Hasta en la casa del conde había una zona donde guardaban los libros y objetos importantes, lejos del ojo público.

— No hay nadie conocido — mencionó Alice con algo de enojo.

— Somos recién llegadas claro está que no conoceremos a tantas personas — respondí risueña al ver su puchero lleno de quejas.

— Lo sé pero...

Alice dejo de hablar mientras abría los ojos con algo de asombro.

— ¿Qué pasó? — pregunté con curiosidad.

— Su prometido, su prometido Señorita, no le informara al maestro de su desplante — completo anonadada.

— Te preocupas por las cosas más extrañas — dije mientras tocaba su cabeza — No creo que lo haga, así que no te preocupes, y, si lo hace tengo mis métodos para que no salgamos perjudicadas.

— Pero, quien era el otro sujeto, si no fuera por su advertencia me hubiese gustado darle unos buenos zapatazos —dijo refunfuñando.

— Es mejor que no lo hayas hecho — dije — Él es el príncipe del que siempre nos advierten...

— El tipo al que nadie quiere acercarse por su carácter — musitó de manera inaudible — Ahora todo tiene sentido.

— Es mejor no tentar nuestra suerte — recomendé.

Aquel príncipe estaba lejos de ser una amenaza para mí en este momento, más bien sabía por experiencia que su carácter descarado era una fachada, no, más bien era su mecanismo para enfrentar a todos sus hermanos que más que hermanos eran sus oponentes.

El precio por el poder era algo que todos los príncipes sin importar si quieren el trono o no debían pagar.

Ellos desde que nacieron empezaron a competir por el poder, en su mundo todo se trataba de una competencia en el que sólo el mejor sería el triunfador.

En mi vida anterior el príncipe Antonio fue el que llegó al trono, en esta vida no deseaba eso, no quería que el tomé el poder y gobierne a todo el mundo.

Mientra mi mente navegaba por aguas turbulentas, contemple a alguien que no espera ver en este lugar.

Él seguía teniendo aquella pésima mirada aterradora, aunque parecía que estaba leyendo un libro, sin embargo, por la forma en la que lo miraba era como si se estuviera enfrentando a su peor enemigo.

— No pensé que te encontraría aquí — dije cuando estuve a su lado.

Él me miró ligeramente sorprendido mientras cerraba su libro.

— Señorita Elizabeth...

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