Conejo

El joven dentro del carruaje era alto de tez oscura y de ojos afilados. Aunque él era el que nos había pedido ayuda nos miraba a mi y a Alice como si nosotras lo hubiésemos hecho. Cuando lo vi en medio del camino solicitando ayuda no quise ayudarlo, porque pensaba que podía ser una de las tantas conspiraciones de mi familia, pero, cuando un grupo de hombres enmascarados corrían en nuestras dirección, no tuve más remedio que hacerlo, mientras le pedía a conductor que acelerada.

Gracias a las buenas habilidades de conducir del señor Daniel los perdimos después de unos segundos en los que el tipo que había pedido nuestra ayuda no dejaba de lanzarnos miradas mordaces.

— ¿Me puedes decir quién eres? — pregunté con cautela haciendo que el joven me mirará con crueldad.

Él...

Aquel muchacho realmente tenía una mirada aterradora.

— ¡Qué irrespetuoso! — musitó Alice en voz baja haciendo que el joven la mirará a ella de la misma manera que lo hizo conmigo — ¡Qué miedo!

Al verla palidecer de miedo, no pude evitar reírme.

El joven de aspecto peligroso me miró extrañado antes de abrir la boca.

— Soy Samuel Benalcazar, soy el segundo hijo de la casa del conde — se presentó haciendo que dudará de lo que escuchaban mis oídos porque en mi anterior vida nunca escuché de su nombre, no, es cierto, había un segundo hijo en la casa del conde Benalcazar solo que este murió joven, así que este joven de ojos que atemorizan es ese chico.

— Soy la hija del conde Castilla, Elizabeth — me presenté mientras le daba una mirada llena de escrutinio — No pareces el hijo de un conde — señalé — ¿Por qué estás huyendo? ¿Por qué esos hombres te perseguían? — pregunté con curiosidad.

El joven Samuel se congeló ante mis preguntas, se pasó una mano atrás de la nuca antes de contestar.

— Son cosas personales — comentó algo incomodo — Muchas gracias, señorita Elizabeth por ayudarme — manifestó mientras abría la puerta del carruaje que aún se encontraba en movimiento.

— Espera...

Pero fue inútil detenerlo, ese joven de ojos oscuros como la noche ya había saltado.

— Fue un gusto conocerla, no olvidaré su gracia — gritó antes de desaparecer en la espesura del bosque.

— Ese joven es un salvaje, no creo que sea el hijo de ningún conde, tal vez sea algún esclavo o sirviente — especuló Alice contrariada — Señorita, porque dejo que se subiera con nosotras, puede que estemos en problemas — meditó con preocupación.

— Sí no lo hubiese ayudado, nosotras como testigos oculares estaríamos haciéndole compañía según el destino que este tuviera, no creo que aquellos hombres nos hubiesen dejado en paz — señalé — Mejor, dile al cochero que descansemos un momento, los caballos han de estar cansados con tanto ajetreo.

— Está bien, señorita — contestó mientras me daba un dulce haciendo que quisiera reír al verla tratarme como una niña.

Cuando, Alice se fue, tuve un momento para pensar mientras jugaba con los mechones de mi cabello.

Samuel.

Aquel joven de aspecto heroico y mirada peligrosa, tal vez estaba en una situación similar a la mía.

Mientras los caballos descansaban, me baje del carruaje con la intención de mirar alrededor.

El paisaje era deslumbrante, para mí que había pasado encerrada en una prisión durante mucho tiempo, debido a que en aquellos años de antaño no supe apreciar lo que tenía hasta que lo perdí todo. Por eso, en esta vida que estaba iniciando de nuevo quería vivir sin arrepentimientos, por eso aunque Alice y el cochero me podían tachar de loca sin motivo alguno me puse a girar en mi mismo sitio mientras reía a carcajadas como nunca lo había hecho, me sentía libre quizás como nunca lo fui alguna vez.

Erase una vez viví según las normas de la nobleza, elegí un camino lleno de dolor, sin embargo, esta vez no sería así.

Aunque el proceso sea difícil, no quería vivir de esa manera otra vez, por eso haría lo posible para librarme de los grilletes que me unían a aquel destino fatídico que alguna vez viví.

— ¡Señorita! — gritó Alice —Sé va a caer — anunció preocupada.

Parece que desde que ella estaba junto a mi solo la estaba llenando de preocupaciones. En fin, dejé de hacer el tonto para no preocupar más a mi dulce duendecilla.

Cuando me detuve, cierto alguien llamó mi atención, el estaba oculto entre los arbustos, mirando a nuestra dirección con cautela, era tan parecido al que vi aquella tarde en el jardín.

Era como si fuera el mismo, pero, no creo que lo sea porque eso sería extraño.

El conejito de pelaje blanco como la nieve se acercó a mí con pequeños saltos, se veía tierno. Me agaché e intente acercar con sigilo mi cuerpo al suyo, coloqué mis dedos enfrente de su nariz para que pueda sentir que no planeaba hacerle daño, no sé donde leí que eso ayudaba, aunque creo que hablaba de los caballos. Sin embargo, aunque estaba dudosa de resultarle agradable, el se acercó a mí sin temor alguno haciéndo que mi corazón lata salvajemente.

— Ven pequeñito — murmuré mientras lo sujetaba entre mis brazos.

— ¡Qué bonito! — exclamó Alice mientras lo tocaba — ¿De dónde salió?

— No lo sé, pero será que puedo llevarlo conmigo — comenté mientras miraba los pequeños ojos rojizos del conejito — No quiero dejarlo aquí— murmure para mi misma — ¿Quieres venir conmigo? — le pregunté suavemente.

El conejito a modo de repuesta movió la nariz de una manera encantadora.

— Dijo que sí — respondió Alice risueña.

— Ahora hablas con los animales — mencioné mientras arrugue la nariz en señal de risa.

— Señorita no se burle de mí — dijo haciéndo un puchero.

— Es hora de continuar con nuestro viaje — comentó el cochero el cual se encontraba arreglando los caballos.

— Entendido — respondí ante sus palabras.

Aún sostenía en mis brazos al pequeño conejo que movía sus orejas de acuerdo al sonido del viento.

Hoy era un día de nuevos comienzos, de nuevas experiencias y nuevos amigos. Quería apreciar este momento y guárdalo para siempre en mi corazón, para cuando las cosas no salgan como deseo para que cuando todo se ponga oscuro tenga algo que me saqué de la soledad.

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