Porque Me Gustas...

Empezó a moverse de un lado para otro. Se acercaba a la baranda de las escaleras y miraba hacia abajo; parecía estar ansioso. “¿Qué estará pasando abajo?”, me pregunté. “¿Cuál es la señal que tiene que darle el profesor Luís a Víctor Claro? ¿Cómo harán para convencer a mis amigos para que suban hasta acá? ¿Qué pasará después de todo esto?” Eran tantas las preguntas que se formaban en mi mente, pero no encontraba las respuestas. 

Al parecer estuve equivocado con respecto al profesor Luís. Por un momento pensé que él podía ser una buena persona la primera vez que lo encaré cuando intenté rescatar a Jacky... me detuve por un minuto, era doloroso pensar en ella en ese momento, estaba decepcionado. Yo, que le había mostrado todo mi cariño, y ella que me pagaba de esa manera.  Fue entonces cuando todo se oscureció, las luces del instituto se apagaron como en aquella vez.   

—¡Muy bien! Ya falta poco —murmuró el profesor Luís.

En ese momento se formaron en mi mente esos recuerdos de cómo nos habíamos enfrentado al guardia. Recuerdos de cómo Víctor Claro nos había ayudado... me volví a detener, también era doloroso pensar en él, pensar que nos había utilizado para malograr los planes del guardia para su propio beneficio. Después de haber estado callado por unos minutos, le dije al profesor:  

—¿Puedo hacerle una pregunta, profesor?  

—¿Qué es lo que quieres ahora? —espetó.  

—¿Por qué hace todo esto? ¿Por qué en esta sede? 

—Eso es algo que a ti no te incumbe, Nicolás.   

—¿Van a hacer lo mismo en IPEC de Miraflores? —lancé esa pregunta.

El profesor se quedó callado por un momento.  

—No creas que yo siempre hago esto, Nicolás. No es así —su voz sonó como la de un hombre arrepentido, si no fuera por la oscuridad, apostaría que me hablaba con la cabeza gacha.

Y nuevamente pensé que él podía ser una buena persona, alguien haciendo cosas malas por obligación.

—¿Es la primera vez que lo hace? 

—Ya deja de interrogarme, ¿quieres? —volvió a su voz arrogante.  

—¿Qué dirá su familia si algún día se entera? —insistí.  

—¡No tienen porqué enterarse! Es más... lo hago por ellos —otra vez noté su voz como la de un hombre arrepentido—. Tú no sabes por qué hago esto en realidad ¡Ya han sido dos las veces que has arruinado mis planes, esta vez no será así!— volvió otra vez a su voz arrogante. 

—¿Lo hace por ellos? —me atreví a preguntar.  

—¡Te he dicho que dejes de interrogarme! —gritó— ¿O quieres que me vuelva loco y cometa una locura? —escuché sonar el martillo de su arma.

Me quedé callado, no quise seguir preguntando, era en vano. Pero algo me decía por dentro que el profesor podría dejar de lado esa maldad. Al parecer, tenía motivos, y no era la ambición por la riqueza, para hacer lo que estaba haciendo. Motivos que tenían que ver con su familia, y yo siempre me había entrometido. El profesor también se había quedado callado, el silencio era incomodo, ninguno de los dos dijo nada a partir de ese momento. Hasta que por fin subieron los Chicos de Negro con un padre de familia cada uno.  

—¡Ya llegamos, jefe!  

—¡Dé la señal! 

El profesor seguía sin decir una palabra. 

—¡¿Jefe?! ¡¿Está aquí?!  

—Eh ¡Sí! ¡Está bien! —presionó los botones de un celular y llamó a Víctor Claro— Víctor, ya puedes subir la palanca. Conecta los parlantes y el cable de video, voy a pedir el dinero ahora mismo. 

Pude escuchar lo que Víctor Claro le decía al profesor Luís a través del celular.  

—Espera, Luís. No te precipites, aún hay tiempo. Querías vengarte de los muchachos, ¿no? Déjame subir con ellos, luego yo bajo y conecto los cables. No te preocupes, nadie sospecha nada.  

—Está bien, pero rápido.

Las luces se encendieron. Los tres Chicos de Negro estaban ahí con un padre de familia cada uno, tirados en el suelo y, según parecía, estaban dormidos.  

—¡Aten a esas personas! Vamos a esperar a que Víctor suba.

Los Chicos de Negro ataron a los padres y los apoyaron contra la pared. Uno de ellos no dejaba de mirarme y los otros dos conversaban en voz baja. El profesor volvía a caminar de lado a lado yéndose a la baranda de las escaleras para mirar hacia abajo mientras acariciaba a su serpiente. Lo mismo hacía uno de los Chicos de Negro, y eso le pareció raro al profesor.  

—¿Por qué estás mirando hacia abajo?  

—Déjeme avisarle cuando venga Víctor. Vaya pensando en su venganza... jefe.

Otra vez me pareció conocida su voz. Trataba de recordar de quién era. El profesor se le acercó y le dijo seriamente:  

—Escúchame bien... no te atrevas a decirme qué es lo que tengo que hacer, ¿está bien? Yo sé de qué manera voy a vengarme. Tú sólo haz lo que tengas que hacer, ¿entendido?  

—Lo... lo siento... jefe —el Chico de Negro trataba de no mirarlo a los ojos. 

El profesor volvía a caminar de lado a lado mirando por las escaleras. “¿Qué estás haciendo, Víctor?”, se preguntaba desesperadamente mientras seguía caminando. 

—¡Te dije que no confiaras en él! —grité.  

El profesor se estaba acercando a mí, con mucha furia en su rostro, pero se detuvo al escuchar que alguien pronunció mi nombre. Era Carlos, quien había llegado de las escaleras y se sorprendió al ver al profesor Luís.  

—¡Nicolás! ¿Qué está...?... ¿Profesor Luís?  

Más atrás llegaron Pier, Harold y Yirley.  

—Carlos, ¿Qué pasa? —preguntó Pier, y se sorprendió, también; lo mismo sucedió con Harold y Yirley. 

Más atrás apareció Víctor Claro apuntándolos con un arma; y, por último, llegó Jacky.  

—Bueno, muchachos. Avancen, por favor.  

—¿Qué está haciendo, profesor? —preguntó Carlos sin quitarle los ojos de encima al arma.

Entre ellos se miraron buscando una respuesta, Pier la encontró.  

—Nicolás tenía razón, entonces. Usted también es parte de todo esto.  

—Pero, profesor, ¿Por qué? —preguntó Yirley, decepcionada— Usted siempre nos ha...  

—Avancen, por favor, muchachos —dijo con intromisión—. No tenemos mucho tiempo —jaló del martillo de su arma—. Los utilicé, todo fue un plan entre el profesor Luís y yo —dijo sonrientemente alzando los hombros.  

—Tú también eres parte de todo esto, ¿no, Jacky? —dijo Harold— ¿Así es como nos pagas? ¿Así es como le pagas a Nicolás? —gruñó.  

—Última vez que hablo. Avancen —insistió Víctor Claro.

Nadie más dijo nada. Todos se pararon junto al ascensor, frente a mí, con la misma cara de decepción y preocupación que yo puse. Sólo me quedó agachar la mirada.

—OK, Víctor. Ve y conecta los cables. Yo me encargo ahora —dijo el profesor Luís sonrientemente.  

—OK, pero sé flexible con ellos. No llegues al extremo y no hagas tonterías. Ellos ya no pueden arruinarte ningún plan.  

—No te preocupes. No voy a matarlos —dijo sonrientemente mientras sacaba su arma y la acariciaba.  

—OK... te doy la señal, entonces —miró a uno de los Chicos de Negro y éste le asintió con la cabeza—. Vamos, Jacky —y se retiró con ella por las escaleras.

Ahora ya no me encontraba solo, pero de todas maneras no podíamos hacer nada. El profesor Luís se iba a vengar de nosotros “¿De qué manera?”, me volví a preguntar. Pero mis pensamientos fueron interrumpidos por el profesor Luís.  

—Muchachos, muchachos, muchachos... ¿Sorprendidos? ¿Tampoco pensaron que su querido profesor los traicionaría?... Bueno, por la expresión de sus caras diría que no —soltó unas carcajadas, se cruzó de brazos y se dijo a sí mismo—.  ¿Qué puedo hacer con ustedes? Veamos… —miró a cada uno de mis amigos y se detuvo en Yirley— Una chica. No te recuerdo.   

—¡Ni se te ocurra tocarla! —dijo Carlos, furioso.

Todos lo miramos sorprendidos. Esa no era una actitud que él usualmente demostraría. Bueno, hasta el momento. El profesor Luís estalló en risas. 

—Tranquilo, muchacho. No voy a hacerle daño —nuevamente miró a Yirley—. Tú no estuviste la otra vez... Bueno, no importa. Párate ahí —señaló con su dedo un lugar alejado de Pier y los demás y Yirley se movilizó—. Ustedes tres... hagan lo que quieran con ellos, sin usar las armas —les dijo a los Chicos de Negro. 

Dos de ellos se movilizaron, pero el tercero no lo hizo. Se quedó quieto mirando al profesor Luís, y éste le dijo:  

—¡¿Qué esperas?! ¡¿Por qué no obedeces?!

Fue entonces cuando éste me apuntó con su dedo y gritó: 

—¡Cuidado, Jefe! ¡Es Nicolás! 

El profesor volteó a mirarme y me apuntó con su arma. Pier, Carlos y Harold se movieron velozmente y golpearon a dos de los Chicos de Negro. El tercer Chico de Negro que no quiso obedecer al profesor, le propuso una patada en la mano a éste y el arma se le soltó de la mano justo a mis pies, luego le apuntó con su arma. 

La serpiente que estaba alrededor del cuello del profesor Luís cayó al suelo y saltó a morder a Yirley, pero Carlos se interpuso rápidamente y fue él el mordido.  

—¡Carlos! —gritaron Pier y Harold al unísono.  

—¡Carlos! ¡¿Por qué?! —gritó Yirley, y se agachó y sostuvo a Carlos en sus brazos.  

—Porque me... me gustas —dijo Carlos, adolorido.  

Yirley se sorprendió tanto que no supo qué decir. La serpiente se estaba moviendo para morderla otra vez, pero un disparo le voló la cabeza en mil pedazos. La sangre salpicó por todas partes. Los otros Chicos de Negro estaban tirados en el suelo, y según parecía, estaban dormidos. Pier y Harold tomaron sus armas y apuntaron al profesor, también. En el suelo había dos pequeñas botellas llenas de algo que parecía agua, y dos pedazos de trapo; pero al ver a los Chicos de Negro dormidos, supuse que era el líquido que usaban para dormir a los profesores un par de semanas atrás. 

—No te preocupes, Carlos. Esa serpiente no era venenosa —dijo aquel que le había disparado a la serpiente, sin dejar de apuntar al profesor Luís con su arma.  

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