Traición

La fila empezó a moverse y yo regresé a mi sitio. La galería estaba llena de padres de familia y subdirectores aplaudiéndonos. Nos sentamos en nuestros asientos correspondientes, y después de unas cuantas palabras de la señorita encargada de entregarnos nuestras medallas y certificados, empezamos a cantar el himno nacional del Perú, luego cantamos el himno nacional de los Estados Unidos.  Recibimos muchos aplausos, el director nos dedicó unas palabras en inglés, luego llamaron a los tres primeros puestos para recibir un regalo otorgado por el instituto; Carlos quedó en tercer lugar. Después de varios aplausos, nos llamaron a todos para recibir nuestros certificados y medallas. 

Nos tomaron fotos, nos filmaron, y finalmente, tiramos nuestras gorras al aire. Todo salió bien, ahora nos tocaba brindar con nuestros padres. Brindé con los míos, mi abuela me llenó de besos; lo mismo hicieron Pier, Carlos, Harold, Yirley y Jacky. Nos tomamos fotos con nuestros familiares y entre ellos se pusieron a brindar y a entablar una conversación. Fue entonces cuando Jacky me llamó; me acerqué a ella.  

—Hola, Nicolás... bonita ceremonia, ¿no? —la noté un poco rara. 

—Sí, todo salió bien gracias a Dios... y bueno... ¿Qué hacemos después? Tenemos toda la noche libre —esta vez ya no me sentía tan avergonzado como antes, ya me sentía más confiado.  

—¿Qué te parece si nos vamos los dos solos al quinceavo piso? —sugirió. 

—¿Al quinceavo piso? ¿Por qué tan arriba? —no pensé escuchar esa propuesta. 

—Eh... es que quiero estar a solas contigo. En ese piso fue donde tú me rescataste, tú sabes... ¿Vamos?  

Parecía que su don era convencerme en todo, y acepté ir al quinceavo piso. Nos despojamos de nuestras gorras y túnicas, nos tomamos de las manos y juntos salimos de la galería. La notaba un poco callada y cabizbaja a medida que íbamos caminando, esa no era su manera de ser. Por un momento pensé que el estar conmigo la ponía así, que solamente estaba conmigo para complacerme por haberla rescatado. En ese momento no quería decir nada, tal vez una palabra mía podría ocasionar una situación incómoda. 

Las miradas de los alumnos que aún estaban en clases nos seguían a mí y a Jacky, y se me vino a la mente que tal vez era esa la razón por la cual Jacky estaba así. Tal vez ella también había leído esa historia falsa en el periódico mural; pero parecía que a ella no le importaba que la estuvieran mirando así, ni si quiera mencionó algo al respecto. Bueno, no podía seguir estando callado, le pregunté si algo le pasaba, y ella sólo me decía que estaba bien, y a partir de ese momento la situación mejoró un poco. Era un alivio que, a partir del décimo piso, las aulas estén vacías, así no tendríamos que cruzarnos con las miradas de los demás. Llegamos al quinceavo piso. 

—Bueno, llegamos. Dime y...  

Pero Jacky me soltó de la mano, miró hacia una de las aulas, y gritó. 

—¡Ya estamos aquí!  

—¿A quién le estás gritando? —pregunté, extrañado.

Me agarró de las manos y me dijo con un rostro preocupado:  

—Nicolás, por favor... discúlpame.  

—Pero... ¿De qué estás hablando? —pregunté, más confundido que nunca. 

En ese entonces, la puerta de una de las aulas se abrió, y apareció alguien de ahí. Cabello corto, de alta estatura, con anteojos y una sonrisa en su blanca cara. Era nada más y nada menos que Víctor Claro, mi antiguo profesor.  

—Bien hecho, Jacky.

Jacky me soltó de las manos y se acercó a Víctor Claro. En ese momento tuve un mal presentimiento, sabía que algo andaba mal. ¿Qué hacía Jacky junto a Víctor Claro? ¿Qué quiso decir con “Bien hecho, Jacky”?, me pregunté. 

—¿Sorprendido, Nicolás? —preguntó Víctor Claro, con su peculiar sonrisa.  

—Pe-pero... ¿Qué está haciendo usted aquí, profesor? ¿Qué está pasando, Jacky? —ella bajó su mirada cuando se lo pregunté.  

—Te dije que nos volveríamos a ver, ¿recuerdas? —me lanzó esa misteriosa pregunta.  

—Sí, lo recuerdo, justo hoy en la graduación, pero... —miré de reojo a todas partes— ¿Por qué aquí, en el último piso?... Jacky ¿Por qué te dijo “Bien hecho”? —pero ella no respondía.  

—¡Calma! ¡Calma! No te haré daño. Sólo quiero que veas a un amigo.  

Del mismo lugar de donde había salido Víctor Claro, salió ese anciano que vi junto con los padres de familia yéndose a la galería, cuando estuvimos cerca del periódico mural; pero había algo extraño en él. Cuando lo vi por primera vez, tenía la apariencia de un adulto mayor con un cuerpo encorvado. Pero esta vez era diferente, ya no usaba su bastón, llevaba una serpiente alrededor de su cuello y su cuerpo estaba completamente derecho. 

No fue el único que salió de ahí, salieron tres muchachos más, vestidos de negro y con un pasamontaña cada uno.  

—¡Cuánto tiempo sin vernos, Nicolás! —dijo vigorosamente mientras se acercaba a mí, con una voz que no pertenecía a un anciano— Sólo han sido un par de semanas, claro, pero para mí ha sido mucho más.

Se paró justo frente a mí con su silbante serpiente. Viendo su cara más de cerca me hizo recordar a alguien, me hizo recordar al profesor Luís: su voz, su mirada. Pero no estaba seguro, tan sólo dije: 

—¿Nos conocemos?  

El anciano sonrió y me dijo:  

—Sí, y déjame decirte que por tu culpa y la de tus amigos, pasé parte de mi vida, solo, aburrido y lleno de IRA en la CÁRCEL —fue aumentando poco a poco el tono de su voz mientras acariciaba a su serpiente—. Pero, así como tú tienes a tus amigos, yo también tengo al mío —miró a Víctor Claro, y éste evitó su mirada.

     —No... Tú no puedes ser él —dije negando con la cabeza.  

—¿Esto aclara tus dudas? 

El anciano se tocó el mentón y empezó a jalar hacia arriba. El rostro sonriente, la mirada rencorosa y el cabello veteado de gris del profesor Luís apareció detrás de esa máscara.   

—Me conoces, ¿verdad? —preguntó con una maléfica sonrisa.

No sólo me recordaba al profesor Luís, el anciano era realmente el profesor Luís, oculto bajo una máscara bien hecha. Y ahora yo estaba solo con todos ellos, lejos de mis amigos, lejos de los profesores y lejos de los padres de familia. Sólo me acompañaban Víctor Claro y Jacky, que según parecía, me había traicionado.  

—No... No puede ser... pero si usted fue llevado a la cárcel, ¿Cómo es que...? ¡Oh¡ Claro, ya entiendo —miré a Víctor Claro—. Todo este tiempo se hizo pasar por bueno —esbocé una risa—. Ahora sé que mis sospechas hacia usted eran ciertas... Claro, entonces fue usted el que contrató al fotógrafo para que publicara esa farsa sobre nosotros en el periódico mural... —aseveré.  

—Una excelente idea, ¿no crees? Así nadie les creería cuando pidan ayuda —dijo sonrientemente.  

—Usted sacó de la cárcel a su queridísimo amigo. Y ahora piensan largarse a IPEC de Miraflores a hacer lo mismo, ¿verdad? ¿O me equivoco?

—¿De qué hablas? —preguntó, frunciendo el entrecejo.  

—Y yo que pensé que trataba de ayudarnos, y ahora entiendo que lo hacía para su propio beneficio... pero lo que menos entiendo es por qué... ¡¿Por qué, tú, Jacky?! ¡¿Por qué me hiciste esto?! —la miré rencorosamente y ella bajó su mirada nuevamente— Pensé que sentías algo por mí... ¡¿Cómo pude ser tan tonto?!  

—¿Decepcionado, Nicolás?... —dijo el profesor Luís— ¡Tú, átalo! —le dijo a uno de los Chicos de Negro— Eso es para que aprendas a no confiar ni en tu propia sombra —empezó a reír.

—Pues también debería tener en cuenta eso —solté ese comentario.  

—¿A qué te refieres? —preguntó sin poder entender.

—No lo sé. ¿Por qué no se lo pregunta a su amigo? 

El Chico de Negro me ató las manos y me sentó al suelo.  

—¿De qué está hablando, Víctor? —lo miró seriamente.  

—No tengo ni idea —dijo alzando los hombros.  

—¿No tiene ni idea? —pregunté en tono burlón— ¿Qué acaso no fue usted el que me dio todas las pistas para arruinar los planes de Guillermo? ¿Qué acaso no fue usted mismo el que detuvo a Guillermo?

El profesor Luís tomó a Víctor Claro de la corbata, juntó su cara a la de él y le dijo muy seriamente en un murmullo:  

—¡¿De qué está hablando?! ¡¿Es cierto eso?! 

—¡Cálmate, Luís! ¡Está diciendo tonterías! —aclaró Víctor Claro— ¿No te das cuenta que nos quiere poner en contra? ¡No caigas en sus juegos! —logró quitar su corbata de la mano del profesor Luís; le hizo señas con los ojos a uno de los Chicos de Negro, y éste se acercó a mí, me mostró su arma y me dijo con toda la tranquilidad del mundo:  

—Cállate ¿O quieres que presione el gatillo? 

Algo en su voz me pareció familiar. También la había escuchado, pero no recordaba dónde. Sólo evité mirarlo.

—Es más, empecemos de una vez, Luís. Iré por sus amigos. Estaré esperando tu señal —dijo Víctor Claro movilizándose.  

—¿Sus amigos? No te preocupes por ellos, no hace falta. Nadie les creería, de todos modos.  

—Tú no los conoces bien —insistió Víctor Claro—. Yo sé lo que te digo... Vamos, Jacky —dijo muy seriamente; nunca lo había visto así.

Víctor Claro y Jacky se dirigieron a las escaleras, en busca de los demás.  

—¡Muy bien! ¡Acompáñenlo! ¡Traigan a un padre de familia cada uno! —ordenó el profesor Luís— ¡Tú, ven! 

Dos de los Chicos de Negro se detuvieron, pero el profesor Luís sólo le habló a uno.  

—Si notas algo raro, me pasas la voz —le mostró una pistola y me miró.

El Chico de Negro se retiró, pero el otro se quedó quieto, mirando al profesor.  

—¡¿Qué esperas?! ¡Tú también anda! —dijo el profesor Luís con aspereza.

El Chico de Negro le dio la espalda, volteó su cabeza para mirarlo y luego se retiró. Parecía estar molesto o cansado de tantas órdenes. Y ahora, yo me había quedado solo con el profesor Luís y su serpiente. No podía hacer nada, ni siquiera correr, estaba atado y él armado. No había manera de advertir a los demás. Todavía no podía creer que Víctor Claro y Jacky, sobre todo ella, se hayan aliado al profesor Luís. “¿Qué estarán planeando esta vez? ¿Se vengará de mí el profesor Luís? ¿De qué manera? ¿Tal vez con su serpiente?”, me pregunté.  

—¿Qué pasa, Nicolás? ¿Sigues decepcionado? ¿Nunca pensaste que, personas en quienes confiabas, te traicionarían? No es justo, ¿verdad? Tú, que arriesgaste tu vida y la de tus amigos por rescatar a esa chica, tanto para nada... —se estaba burlando de mí.  

—Cállese, por favor, no me lo recuerde. Y déjeme decirle una cosa... No se confíe tanto de Víctor Claro... así como malogró los planes de su primo Guillermo, también podría malograr los suyos. ¡Quién sabe! Tal vez esté planeando algo —dije frustrado.

     El profesor Luís se acercó a mí, cara a cara. Su serpiente, muy cerca de mí, pasó su lengua por una de mis mejillas.  

—Mira, Nicolás... No creas que vas a ponernos en contra, ¿entiendes?... Ya has arruinado dos de mis planes. Pero esta vez va a ser diferente... esta vez quiero que ahora tú —tocó mi pecho con su arma y su serpiente pasó por mi cuello; tragué saliva— y tus amigos sean testigos de cómo obtengo el dinero de este instituto... ya has hecho bastante, muchacho —me dio pequeñas palmadas en la mejilla, me quitó a su serpiente de encima y se puso de pie—. No pensé que unos simples estudiantes pudieran causarme tantos problemas.

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