Jacky

Aquél era el último día de clases. Los padres tenían que estar en la escuela para la entrega de libretas de calificaciones y diplomas de honor. No estaba asustado, a mis diez años de edad me consideraba un niño muy aplicado para los estudios, pero no estaba seguro de ganar un diploma de honor. Había alumnos más aplicados que yo: Zulyn, por ejemplo, ella siempre levantaba la mano cada vez que el profesor Carrera hacía una pregunta; y salía a la pizarra a resolver problemas de Matemáticas. Pero no era la única, tenía una competencia: Miguel.

Había algo en ellos que los unía más que una simple rivalidad.

En aquel momento me encontraba sentado en la base de un tobogán, en el patio de juegos, bajo un sol ardiente que iluminaba mi cabello castaño y desordenado y me abrazaba la nuca.

Observaba a una niña, por quien había suspirado el año entero, que jugaba en grupo con sus amigas, y de vez en cuando se reunían y murmuraban entre sí. Su nombre era Jacky, su cabello castaño y largo eran como la de una princesa de un cuento de hadas.

Éramos amigos, y en ciertos meses del año habíamos compartido muchas cosas, además de habernos ayudado mutuamente con las tareas que nos impartía el profesor Carrera. Pero ahora yo la veía con otros ojos, y la timidez que se había desarrollado en mí desde que descubrí que me gustaba, no me permitía expresar mis sentimientos. Pero nada de eso importaba ya, porque al día siguiente por la tarde me mudaría a la casa de mis abuelos y me alejaría de Jacky para siempre.

La seguía observando, y de repente, su mirada se cruzó con la mía; le dijo algo a su grupo de amigas y se acercó a mí, mostrando su bella sonrisa.

—Hola, Nicolás ¿Por qué estás aquí, solo? —preguntó.

—Eh… es que… estoy descansando —dije apresuradamente—. Estuve jugando en el pasamanos y dando vueltas con eso de allá —señalé y ella volteó a ver un juego de sillas que giraban en torno a su propio eje; pero de inmediato volteó su mirada hacia mí sin dar señales de estar convencida de lo que le había dicho—. Y tú, ¿cómo estás? ¿No estás preocupada de obtener malas calificaciones en la libreta? —pregunté para cambiar el tema de conversación.

—No, yo soy muy segura de mí misma —dijo sonrientemente—. Además, siempre he obtenido buenas calificaciones durante todo el año. Siempre nos hemos ayudado mutuamente, ¿o ya lo olvidaste? —me preguntó, hundiendo su dedo índice en mi frente—. Sabes que mi meta es tener mi propia cadena de restaurantes. Desde pequeña tengo que ser responsable, ¿no lo crees?

—Sí, tienes razón. Sé que lo lograrás —dije mostrándole una tímida sonrisa.

—Gracias —me devolvió la sonrisa—. Bueno, oye, aprovecho esta oportunidad para invitarte a mi fiesta de cumpleaños, será el día de mañana, en mi casa. Vendrás, ¿no?

—¿Mañana?

—Sí.

—¡Oh!... lo siento. No creo poder ir. Me mudaré a la casa de mis abuelos mañana por la tarde, y estaremos muy ocupados con la mudanza —dije con la voz impregnada de tristeza.

—Pero tus abuelos deben vivir cerca de aquí, ¿a que sí? —la tristeza se había apoderado de su rostro.

—No, ellos viven a una hora de aquí.

—Bueno… espero que puedas ir —dijo con la cabeza gacha—. Chao —dio media vuelta y regresó a su grupo de amigas.

La seguí con la mirada. “¿Por qué se puso tan triste?”, me pregunté. Tenía muchas ganas de decirle que me escaparía de casa esa tarde para no ir donde mis abuelos; pero eso no iba a ser posible, estaba planificado desde hacía un mes. Sus amigas me lanzaron iracundas miradas, como flechas, y abrazaron a Jacky mientras se alejaban del patio de juegos.

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