Una Extraña Valentía

Pensé en usar el ascensor y subir directo al quinceavo piso, pero Cindy no estaba segura si tenían a Jacky allá, así que decidí ir piso tras piso.

Cautelosamente me acerqué a cada aula vacía que me rodeaba, pero seguía sin hallar nada. Todo estaba tranquilo, y entones, la cordura me cayó como un baldazo de agua fría. No podía creer lo que estaba haciendo ¿Acaso mi obsesión por Jacky había nublado mi juicio? Estaba solo, sin mis amigos y desarmado. Quise renunciar y dejar que los profesores se hicieran cargo; pero ya había llegado hasta ahí y pensé que no valdría la pena regresar. Tampoco podía entender esa manera de pensar. Aun así, como hipnotizado, seguí adelante.

Todo marchó igual hasta el noveno piso. Intenté subir al décimo pero me detuve al escuchar que alguien bajaba por las escaleras. Era nada más y nada menos que uno de los chicos vestidos de blanco (camiseta y pantalones), aquellos que tomaron a Jacky como rehén. Era joven como yo, y al verme intentó sacar algo de su bolsillo, pero no logró hallar nada.

—¡Maldición! La dejé en el baño —dijo con furia— ¿Qué haces aquí? —preguntó mientras bajaba por las escaleras y yo retrocedía a la defensiva— ¿A qué has venido? ¿Quién eres?

—He… he venido por mi amiga, ¿dónde está? —dije, desafiante.

—¿Has venido por tu amiga? ¿De qué hablas? —preguntó sin comprender— ¿No has oído, acaso, que demoleremos el instituto?

—Podrán haber engañado a mucha gente, pero a mí no —dije seguro de mí mismo—. El instituto no se desplomará si tu jefe y tus compañeros están aquí adentro.

El chico hizo un gesto de sorpresa.

—¿Y qué si eso no sucede? ¿Aun así pretendes rescatar a la chica? ¿Tú, solo? ¿Sin armas? ¡Por favor! —exclamó con una risa.

Por lo visto él tampoco estaba armado. Al parecer, lo que había dejado en el baño era su arma, tal y como lo había dicho después de rebuscar en sus bolsillos. Si no pretendía dejarme pasar, lo único que quedaría por hacer sería pelear. Pero no me consideraba tan bueno para eso; aun así, tenía que hacer el esfuerzo.

—Pensé que eras más rudo —dije de pronto— ¿Me dejarás pasar por las buenas o prefieres hacerlo por las malas? —lo reté, provocándolo para iniciar una pelea.

—Lo siento. Ni por las buenas, ni por las malas. No irás a ninguna parte —dijo negando con su dedo índice—. Alguien como tú no puede arruinar nuestros planes —dijo finalmente cruzándose de brazos.

Detrás de él había un pasadizo que me conducía a otras escaleras que me llevarían al décimo piso. Si lograba llegar hasta allá sin necesidad de pelear, él me seguiría y sería perjudicial para mí si llegara a encontrarme con el otro Chico de Blanco. Tendría mucha desventaja enfrentándome a dos, o quizás tres.

No tenía otra opción. Tenía que pelear con ese chico. Me quité la mochila de los hombros y la tiré al suelo. Corrí hacia su izquierda con dirección al pasadizo, tratando de evitar un enfrentamiento con él. Pero rápidamente evitó con una patada que yo pasara, mas yo esquivé esa patada, y fue entonces cuando iniciamos la pelea.

Me lancé sobre él, pero me esquivó y me tomó del cuello. Pero yo ya había puesto mi mano para evitar que me ahorcara. No me soltaba, así que le puse la zancadilla por detrás y los dos caímos al suelo. Nos pusimos de pie e intenté darle puñetes y patadas, pero él las esquivaba. Tomó mi brazo y me tiró al suelo, pero de inmediato pateé sus pies provocando que él también cayera al suelo. “¿Hasta qué punto seguiríamos peleando? ¿Hasta que uno de los dos se diera por vencido?”, me pregunté. La única manera de salir de ahí sin que él me siguiera era, o dejándolo inconsciente o haciendo que pelee con otro mientras que yo huía. Pero no me atrevía a dejarlo inconsciente; no sabía cómo hacer eso. Tampoco había alguien que se quedara a pelear con él en mi lugar.

Corrí a través del pasadizo hacia las otras escaleras, pero no subí, seguí directo hacia las mesas y sillas donde algunos alumnos iban a almorzar al aire libre después de clases. Nuevamente iniciamos con la pelea. Pateé sillas y mesas con la intención de golpearlo, pero él las esquivaba. Arrastré una mesa en dirección hacia él y de un salto subió encima; pero rápidamente alcé la mesa por las patas y el chico cayó al suelo. Me acerqué a él para darle una patada pero velozmente me lanzó una silla que no dudé en esquivar; se puso de pie rápidamente. Traté de detener la pelea.

—Eres muy resistente, ¿Por qué no paramos con esto, ya? Sólo quiero que me devuelvan a mi amiga. No me interesa si quieren el dinero del instituto.

—Entiende. Tu amiga es importante para nosotros. Sin ella no hay dinero. Podemos dejar de pelear y podrás avanzar si es lo que quieres, pero aun así el jefe te dirá lo mismo que yo. Incluso podría tomarte como rehén a ti, también. Mejor vete y evítate problemas —dijo finalmente.

—No… ya he llegado hasta aquí. Tengo que seguir —dije firmemente.

—Eres un necio.

Nuevamente iniciamos con la pelea… me puso la zancadilla y yo caí al suelo, algo cansado. Exhalaba e inhalaba mientras intentaba ponerme de pie. Pier y Carlos subieron por las escaleras que conducían al octavo piso y se detuvieron en silencio. Pier llevó un dedo a sus labios para indicarme que no hiciera ruido.

—Si tantos deseos tienes de estar con tu amiga, llamaré a mi jefe para que te tome como rehén a ti, también —dijo el Chico de Blanco.

—Espera, espera —dije con prontitud mientras que Pier y Carlos se acercaban sigilosamente al Chico de Blanco quien les daba la espalda—. Tienes razón, soy un necio. Me iré. Sólo dime una cosa. Sólo quieren el dinero, ¿verdad? Después dejarán libre a mi amiga, ¿cierto? —trataba de distraerlo para que no se percatara de la llegada de mis amigos.

Pero no tuvo tiempo para responder, porque Pier y Carlos lo tomaron del cuello, le dieron un par de golpes en el estómago y lo lanzaron hacia el suelo.

—¿Estás bien, Nicolás? —preguntó Pier.

—Pensé que habían dicho que no me ayudarían —dije mientras me ponía de pie.

—La conciencia no nos dejaba tranquilos —explicó Carlos con una sonrisa.

—Así que este es uno de los Chicos de Blanco —dijo Pier—. Pensé que era más rudo.

—Lo mismo dije yo —afirmé.

—Es joven como nosotros, ¿verdad? —preguntó Carlos— Será fácil —dijo finalmente.

El Chico de Blanco estaba tendido en el suelo, y tosía mientras trataba de ponerse de pie.

—¡Idiotas! ¿Ustedes también han venido por la chica? Son unos estúpidos —dijo, y de repente, corrió hacia las escaleras con dirección al décimo piso.

—¡Que no suba! ¡Detengámoslo! —dije mientras corría tras el Chico de Blanco; Pier y Carlos me siguieron.

El Chico de Blanco llegó a las escaleras y empezó a subir, pero le di el alcance y lo cogí por un pie y traté de jalarlo hacia mí para que no siga subiendo. Imaginé adónde se dirigía. Pero él empezó a darle patadas a mi mano que me obligaron a soltarlo; pero gracias a Dios, Pier y Carlos lo tomaron de una pierna y lo alejaron de las escaleras.

—¡Nicolás! ¡Tú sigue adelante! ¡No pierdas tiempo! —decía Pier mientras forcejeaban con el Chico de Blanco para que no se escapara.

—¡Intrusos! ¡Intrusos! —gritaba el Chico de Blanco, pero Pier tapó su boca con la mano.

—¡Nosotros lo detendremos! ¡No te preocupes! —dijo Carlos.

Asentí con mi cabeza y subí por las escaleras.

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