Víctor Claro

La comunicación con Jacky fue más fluida a partir de ese momento. Casi todos los días iba a visitarla al restaurante donde laboraba, y algunas veces salíamos por las noches. Y la semana pasó en un abrir y cerrar de ojos.

Mis clases ya habían empezado y se suponía que debía estar ahí; pero no, aún seguía en el bus. Me olvidé en casa la tarjeta de acceso con la que ingresaba al instituto, pero tenía mi libro que era suficiente. La clase tenía cinco minutos de haber empezado. Bajé del bus y corriendo fui directo a la puerta principal.

—¡Pero miren nada más a quién tenemos aquí! —dijo el guardia con desdén— No es otro sino uno de los famosos alumnos que salvaron al instituto... Nicolás Torres.

Le mostré una tímida sonrisa, mas él me devolvió una mirada muy seria, acompañada por un gesto de desprecio.

—Te equivocas. Yo… yo no hice nada. Fue la policía —dije modestamente.

El estado de su mirada no había cambiado; mis ojos evitaban el contacto con los suyos. Recordé que mis clases ya habían empezado. Así que le mostré mi libro para que me permitiera pasar. El guardia lo miró, extrañado.

—Tu tarjeta de acceso. Muéstramela —dijo con aspereza.

—La olvidé en casa —dije—. Pero acá está mi libro —se lo volví a mostrar.

—No, no, no. Cualquiera puede tener un libro —dijo negando con la cabeza y cruzando los brazos.

En esos momentos llegó una chica que también mostró su libro, y para sorpresa mía, el guardia de seguridad le indicó que pasara con un movimiento de su mano

—¡Oiga! ¡Ella no ha presentado tarjeta de acceso! ¡¿Por qué yo no puedo entrar?! —dije molesto.

Repentinamente surgió desde adentro otro guardia de seguridad quien salió en mi defensa.

—Oye. Basta, ya, ¿quieres? Déjalo entrar. Sus clases ya deben haber empezado.

—Sí, lo sé. Sólo estaba jugando. Además, no creo que su profesor le diga algo por llegar unos cuantos minutos tarde, ahora que es famoso —añadió sonrientemente mientras me indicaba que pasara con un movimiento de su mano.

 “Famoso”. No pensé escuchar esa palabra. Nunca imaginé que rescatar a Jacky traería esas consecuencias. Aceleré el paso y fui corriendo con dirección a mi aula. Los pocos alumnos que también habían llegado a esa hora me miraban sorprendidos y murmuraban entre sí; pude oír un: “Mira, él es”.

 Llegué a mi aula en cuestión de segundos pero no hallé a la profesora Ana. En su lugar estaba aquel profesor que había usado un altavoz para informarnos que habían secuestrado a Jacky.

—¡Hablando del rey de Roma! —exclamó el profesor— Nicolás, ¿verdad? —preguntó; le respondí afirmativamente —. Entra, toma asiento —me invitó a pasar haciendo un ademán con su mano y yo me senté al lado de Carlos; Pier, Yirley y Harold ya estaban ahí—. Justamente estábamos hablando de ti —continuó—. Tus compañeros dicen que lo hiciste por una chica. Cuéntanos, ¿Cómo fue eso? —preguntó alegremente, mostrando una enorme sonrisa.

Sin quererlo tropecé con las miradas curiosas de todos los alumnos, cada una impregnada de un interés inusitado. Era algo incómodo.

—Bueno, es que… estoy enamorado de esa chica desde que éramos niños, y simplemente me armé de valor y desafié al secuestrador y sus hombres sin pensar en las consecuencias. Pero gracias a Dios mis amigos me ayudaron.

—¡Muy valiente, eh! A pesar de que Luís y sus hombres estuvieron armados —comentó el profesor.

—¿Luís? —pregunté, seguro de haber escuchado antes ese nombre.

—Ese es el nombre del profesor que raptó a tu amiga. Solíamos ser amigos. Me comentó algo al respecto: “Verás que algún día este instituto me dará mucho dinero”. Ahora entiendo a qué se refería… —se quedó callado por un momento, pero luego me dijo—: Estoy seguro que esa chica te va a apreciar mucho de ahora en adelante —me guiñó un ojo y se dio media vuelta a la pizarra—. Bueno, empecemos con la clase.

—Oye, Carlos ¿Qué sabes de la profesora Ana? ¿Por qué no nos da clases? —pregunté en un susurro.

—Antes de que vinieras el profesor nos comentó que la profesora había renunciado después de lo sucedido. Nos comentó que lo había hecho por miedo a que volviera a ocurrir —respondió en un susurro.

El nuevo profesor que había entrado en reemplazo de la profesora Ana era Víctor Claro. Y la clase con él resultó ser más interesante, incluso dinámica. Hacía pantomimas referentes a las lecciones de ese día, lo que ocasionaba que ninguno se echara sobre las mesas pretendiendo escuchar la clase, ni que ninguno tamborileara con los dedos. Nos dijo que tendríamos que invitar a alumnos de ciclo básico para darles clases como práctica, con el fin de poner a prueba la teoría de cómo lidiar con los alumnos. El profesor nos asignó parejas y nos brindó la fecha exacta para llevar a cabo dichas prácticas… y finalmente el timbre indicó el final de la clase.

—¡No puede ser! —se lamentó Pier mientras salíamos del aula— ¡Soy el primero en dar clases!

—Pero, ¿Por qué te lamentas? —preguntó Yirley— Yo hubiera preferido ser la primera.

—Es que es muy pronto —continuó Pier con un gesto de desazón—. Es la próxima semana. Y con todos estos últimos acontecimientos no me siento muy preparado.

—Al menos no creo que se nos haga difícil conseguir alumnos para nuestras prácticas —comentó Harold mientras nos encaminábamos hacia las escaleras.

—¿Lo dices porque ahora somos famosos? —preguntó Carlos soltando al final una pequeña risa.

—¿A qué te refieres? —pregunté, aunque tenía la ligera sospecha de qué era de lo que hablaba.

—¿No has leído lo que comentan sobre ustedes en el periódico mural? —preguntó Yirley mientras bajábamos las escaleras hacia el segundo piso.

—En el primer piso hay un artículo en el periódico mural donde comentan lo sucedido sobre el secuestro de Jacky —intervino Harold—. Vamos para que leas —sugirió.

A grandes zancadas nos dirigimos hacia el primer piso, cruzándonos con las miradas y los murmullos de los demás alumnos. Era incómodo caminar y tener que escuchar un: “Ahí están. Ellos son”.

Nos acercamos al periódico mural y la poca gente que estaba leyendo se abrió paso para dejarnos pasar. Pude divisar un papel donde explicaban lo sucedido y varias fotografías con nuestros rostros, incluido Jacky, el profesor Luís y sus hombres.

     —“No hay arma más poderosa que el amor…” —empezó a leer Pier—. “El ex profesor no contó con que el amor de ese muchacho hacia la chica sería suficiente para arruinar sus planes”.

—Hasta ahora no puedo creer lo que hicieron —dijo Yirley entre risas.

—Pero nosotros no arruinamos los planes del profesor. Fue la policía —musité avergonzado.

—Sí, pero la gente cree que así fueron las cosas tal cual dice en este artículo —murmuró Yirley.

—Y a todo esto —intervino Harold— ¿Ustedes creen que Víctor Claro se quiera vengar?

—¿Víctor Claro? —preguntamos al unísono.

—¿Nuestro profesor? —volvió a preguntar Carlos.

—Bueno, él dijo que era amigo del profesor Luís. Quizás se quiera vengar, no lo sé —dijo alzándose de hombros.

—No lo creo —opinó Carlos—. Parece ser una buena persona.

—Pero si se le ocurre hacerlo, nosotros estaremos ahí para detenerlo —dijo Pier desenvainando una espada invisible.

Soltamos unas carcajadas.

—Bueno, muchachos, tengo que ir a la biblioteca —indicó Harold—. Nos vemos mañana.

Cruzamos la puerta para salir y fue un alivio no haberme cruzado con el guardia de seguridad quien no me había querido dejar ingresar. Nunca antes la luna llena había sido tan grande y tan hermosa; las calles sumamente iluminadas eran prueba de ello. Llegamos al paradero y Yirley fue la primera en tomar su bus.

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