La Que Tiene El Símbolo Rojo

Cruzamos la pista y nos acercamos al instituto. Empecé a sentir frío y las manos me sudaban. Y creo que ellos estaban igual. Lo único que teníamos que hacer era coger las llaves y sacar a los profesores de esa habitación secreta. Pero teníamos que tener cuidado de no ser descubiertos por el guardia de seguridad. Lo que no ayudaba era la oscuridad “¿Cómo coger las llaves si no había luz?” Para eso teníamos que subir la palanca de la caja de luz; pero, ¿dónde estaba?, se me vino a la mente esa pregunta.

—¡Nos olvidamos de preguntarle dónde está la caja de luz! —dije tocándome la frente con la mano sudada.

—Pero se supone que debe estar colgada en la pared, ¿no? —opinó Carlos. 

La puerta principal estaba vacía. No estaba custodiada por ningún guardia. Logramos entrar. Todo estaba completamente oscuro. De todas maneras era imposible encontrar ayuda en toda esa oscuridad, nadie nos creería. Caminamos, buscando a tientas la puerta de la galería. La encontramos. Estuvimos a punto de entrar cuando alguien detrás de nosotros habló.

—¡Vaya! ¡No puedo ver nada! 

—¿Yirley? —preguntamos al mismo tiempo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Carlos.

—Justo después de que ustedes se fueron tomé mi bus y me bajé en el siguiente paradero. Jacobo no sabe que estoy aquí. 

—¡Pero te hemos dicho que...!

—¡Vamos ya! No hay que perder tiempo —dijo ella al mismo tiempo que abría la puerta.

No discutimos más y seguimos avanzando. Nos quitamos las mochilas y las tiramos al piso.

—Caminemos despacio mientras buscamos la caja —sugirió Carlos.

—¿Alguien tiene encendedor? —pregunté.

—No fumo, amigo —respondió Pier.

—¡Ay! —gritó Yirley— ¡Au! Me tropecé con algo, creo que es una soga. ¡Au! Mi rodilla —empezó a quejarse

—Dame la mano. La tengo estirada —dijo Carlos—. Escucha mi voz ¿Te duele mucho?

     —Sí, más o menos. No puedo pisar muy bien ¡Au!

—Al menos eso evitará que vallas con nosotros... —dijo Pier— ¿Qué es esto? —se dijo a sí mismo.

—Nicolás, tendrán que ir ustedes dos solos —dijo Carlos—. Me quedaré con Yirley. No podemos arriesgarla tanto.

—Sí, tienes razón —afirmé—. No te preocupes. Si puedes pasarle la voz a alguien, hazlo.

Pier había encontrado la caja principal de luz. Alzó la palanca y toda la galería se iluminó, eso quería decir que todas las luces en el instituto se habían prendido, también.

—Mira, Yirley se había tropezado con este cable, y este cable era de la caja.

—Gracias a Dios ella vino —dije sonrientemente.

Era la primera vez que entraba a la galería, nunca antes había tenido la oportunidad de estar ahí: estaba toda alfombrada de rojo, tenía cuadros y grandes vasijas artesanales por todas partes. Frente a nosotros divisamos una enorme pantalla, como para ver una película. A los costados de dicha pantalla había dos grandes cortinas de color violeta, y cerca de una de las cortinas había un pasadizo, que como dijo Jacobo, conducía a la habitación secreta donde tenían escondidos a los profesores.

—Nicolás, creo que ese es el pasadizo que conduce a la habitación secreta —dijo Pier señalando con su dedo.

—Sí, eso parece. Aprovechemos que no hay nadie.

Nos estábamos dirigiendo cautelosamente hacia ese pasadizo mirando a todos lados. Entonces alguien salió de ahí: era un chico más o menos de nuestra edad. Estaba vestido con unos pantalones y una camiseta negros. Nos detuvimos al verlo.

—¡¿Ustedes?! ¡¿Qué hacen aquí?! ¡Han venido a arruinar nuestros planes, ¿verdad?!

—Y tú, ¿Quién eres? —pregunté desafiante.

Alguien salió por el pasadizo que conducía hacia la habitación secreta: era el guardia de seguridad.

—¿Qué pasa, Roger?... —se detuvo al vernos— ¡No puede ser! ¡Esto es increíble! ¡¿Ustedes?! ¡¿Cómo llegaron hasta acá?! —preguntó con furia.

—Eso no importa. Sabemos que eres el causante de la desaparición de los profesores —dije muy seguro de mí mismo.

—Ya veo, al parecer alguien nos traicionó. No creo que haya sido Víctor, su profesor. Claro, ya entiendo, fue Jacobo. ¡Te dije que no dejaras de espiarlo, Roger! —le dijo al Chico de Negro y éste bajó la mirada. 

—¡Entonces usted dejó entrar a su primo a propósito cuando todos creyeron que el instituto iba a explotar! —dije de inmediato para sacar a Jacobo de sus mentes.

El guardia empezó a reír.

—Sí, ¡Bingo! Y ahora me toca vengarlo. Es en vano que hayan venido hasta acá, déjenme mostrarles algo. 

El guardia tenía un control remoto en su mano y presionó uno de los botones. En la pantalla grande salió la imagen de varias personas reunidas en una habitación vacía. Pier y yo pudimos reconocer a la profesora Ana: eran los profesores desaparecidos.

—Como verán, ahí están los profesores. Pero eso no es todo —presionó otro botón y la imagen cambió—, en esa pequeña entrada hay una serpiente, y ¡quién sabe! Podría ser venenosa —empezó a reír—.Y cuando yo oprima este botón, se abrirá la puerta de aquella entrada y saldrá —terminó de decirnos con una sonrisa maléfica en su cara— Así es que si no quieren que les suceda algo a los profesores —tomó su arma y nos apuntó—, será mejor que se vayan a sus casas. No mencionen nada de esto a nadie y déjenme en paz —dijo finalmente.

No sabíamos qué hacer. Pier y yo nos miramos las caras buscando una respuesta. Por un instante pensé en retroceder y dejarlo todo, pero en ese entonces la luz se apagó. No dudé en moverme de ahí, escuché un disparo y la imagen en la pantalla cambió. Esta vez era una imagen de 2:00... 1:59... 1:58...

—¡¿Qué pasó?! —gritó el guardia.

—¡No lo sé! ¡Alguien bajó la palanca! —dijo Roger, el Chico de Negro.

—¡¿Qué?! Pero, ¡¿Quién?!... ¡Au! —gritó de dolor. 

Alguien desde atrás estaba apuntando con una linterna. La luz me alumbró en la cara y luego al piso, en diferentes direcciones. Afortunadamente pude divisar el arma del guardia, me agaché para cogerla y la luz regresó: era Carlos el que había bajado y subido la palanca de la caja de luz. 

—¡¿Están bien?! Creo que llegamos a tiempo —dijo mientras se nos acercaba.

—¿Llegaron? —pregunté sin poder entender.

—Sí... ¿Dónde está?... —preguntó mirando a todas partes— Víctor Claro. Vine con él.

El guardia de seguridad estaba de rodillas sobándose la muñeca y la nariz. Le apunté con el arma antes de que se pusiera de pie. Pier estaba enzarzado en una pelea con el Chico de Negro. Ambos estaban tirados en el suelo y luchaban por soltarse el uno del otro

—Ayuda a Pier, Carlos —sugerí—. Busquen las llaves y saquen a los profesores de ahí.

Carlos corrió a ayudar a Pier quien tenía al Chico de Negro encima de él, forcejeando por quitárselo de ahí. Dejaron al Chico de Negro en el suelo, sobándose la cara, y juntos se marcharon a buscar las llaves.

—¡Idiota! ¿Tú me pegaste? —dijo sobándose la nariz.

Yo seguía apuntándolo con el arma.

—Baja el arma, Nicolás. ¿O quieres que oprima el botón?... —miró hacia la pantalla la cual mostraba: “0:58... 0:57... 0:56” y se puso de pie mientras sonreía— El tiempo corre. ¿Qué haces apuntándome con el arma? ¿No vas a rescatar a los profesores? —seguía sonriendo con el entrecejo fruncido.

—¡Dime cuál es la llave! 

—¡Averígualo! —dijo entre risas.

     —¡Rápido! ¡Dime! ¡No querrás que dispare, ¿o sí?!

—No te creo capaz —dijo después de haber estallado en risas—. Yo sé lo que se siente usar un arma y créeme, no se te hará nada fácil disparar. 

La pantalla mostraba una imagen de “0:38... 0:37... 0:36”. Carlos apareció y me preguntó con desesperación:

—¡Nicolás! ¡¿Sabes cuál es la llave?! ¡Son muchas y parecidas! —en sus manos tenía un manojo de llaves.

—¡Busca una que sea diferente! —sugerí. 

—¡Lo único que las diferencia es que cada una tiene un símbolo con un color específico!

¿Color? No sabía qué decirle. Ya quedaban veinticinco segundos, la serpiente podría morder a alguien, no me atrevía a dispararle al guardia. Veinte segundos, lo único que las diferenciaba era un color específico, pero ¿Qué color escoger?, me pregunté ¡Qué dilema! En ese entonces recordé lo que Víctor Claro me había dicho: “¡Qué curioso el rojo!, Color llamativo, capta la atención de las personas. Si algún día no sabes qué color escoger, te sugeriría que escojas el rojo”.

—Rojo… —murmuré— ¡Claro! ¡Escoge la llave con un símbolo rojo! ¡Rápido! ¡Quedan diez segundos!

Parecía que había atinado con la llave correcta porque el guardia me dio la espalda y quiso correr hacia donde estaban Carlos y Pier, pero le grité:

—¡No te muevas!

Se detuvo, me miró y me dijo:

—Ya te lo dije. No eres capaz.

En ese entonces alguien salió de las cortinas. Era Víctor Claro, con un trapo en una mano y con un arma en la otra.

—¡Pero yo sí soy capaz! —dijo.

—¡Víctor! ¡Justo a tiempo! ¡Tú encárgate de él y yo de los otros dos! —dijo el guardia; pero parecía ser que Víctor Claro no había escuchado lo que el guardia le había dicho. En lugar de eso, lo apuntó con su arma— ¡¿Qué haces?! ¡¿Por qué me apuntas a mí?! ¡A Nicolás!... —Víctor Claro seguía apuntándolo con el arma a medida que se acercaba a él— ¡Pero qué rayos! ¡Se suponía que…! ¡Eres un traidor!

Víctor Claro se lanzó sobre él y logró ponerle el trapo en la nariz por unos segundos, y el guardia, después de haber forcejeado, cayó al suelo, dormido. El Chico de Negro había visto lo sucedido. Víctor Claro se acercó a él, también.

—¡¿Qué piensa hacer?! —dijo mientras se ponía de pie.

Víctor Claro corrió hacia él y logró ponerle rápidamente el trapo en la nariz. También cayó dormido. El tiempo se había acabado. Eso quería decir que la serpiente había salido de su celda “¿Habrán logrado sacar a los profesores? ¿Habrá sido esa la llave correcta?”, me pregunté. Pero mis pensamientos fueron cortados por los profesores que salían por el pasadizo. Y eso respondió a mis preguntas.

—Se acabó. Ganaste otra vez —dijo Víctor Claro sonrientemente.

—Sí. Gracias, profesor —le devolví la sonrisa—. Pero, ¿usted estuvo todo el tiempo aquí?

—No. Vine con Carlos. Me explicó todo y me pidió que lo acompañara. Cuando él bajó la palanca de la caja de luz, entré, le pegué al guardia y me escondí detrás de las cortinas —explicó.

—Ya veo... ¿Y eso? ¿Cómo consiguió ese trapo?  

—¡Oh! Esto... Bueno, cuando las luces se encendieron había tres personas vestidas de negro y se estaban llevando a dos profesores. Todos los que estábamos en ese piso los vimos, quisieron escapar y uno botó este trapo al suelo y yo lo recogí. Tenía un olor bien extraño, y fue en eso cuando vino Carlos y me explicó todo.

—¿Y usted usa arma? —le pregunté, extrañado.

—¡Nicolás! ¡¿Estás bien?! —preguntó Carlos mientras se acercaban a nosotros— Profesor, ¿Dónde se había metido?

—Estaba escondido —respondió con la misma sonrisa que lo caracterizaba.

—¿Y vieron a la serpiente? —le pregunté a Carlos.

—Sí, llegamos a tiempo —respondió.

—Bueno, ya que todo ha terminado, me retiro —dijo Víctor Claro— ¡Vaya! Ya es tarde. Será mejor que me dé prisa —finalizó echándole un vistazo a su reloj.

—Gracias, profesor —dijo Carlos y le estrechó la mano; lo mismo hizo Pier.

—De nada, fue un gusto ayudarlos. Nos vemos en la graduación —y se fue.

—¿Nos vemos en la graduación? —repitió Pier mientras nos mirábamos sorprendidos las caras.

Todos los profesores que estaban ahí nos estrecharon las manos al mismo tiempo que nos agradecían. La profesora Ana nos abrazó a cada uno de nosotros y Pier le entregó sus libros. Dos de los profesores se llevaron al guardia y uno al Chico de Negro. Y todos salimos de la galería.

—Oye, Nicolás ¿Cómo fue que adivinaste cuál era la llave? —preguntó Pier.

—Es que hace días tuve un encuentro con Víctor Claro y me habló sobre el color rojo —expliqué.

—¿Te habló sobre el color rojo? —preguntó Carlos, sorprendido.

—Sí, y ahora que lo pienso, creo que Víctor Claro sabía cuál era la llave.

Harold y Yirley se acercaron a nosotros. Yirley abrazada de él para poder caminar bien. Carlos no quería verla hacer eso.

—Nos ayudaste mucho, Yirley —le dije sonrientemente.

—Tú te habías tropezado con un cable que venía de la caja de luz —dijo Pier—. Fue por eso que la encontramos. 

—Pero cuenten ¿Cómo le ganaron al guardia? —preguntó Harold muy interesado.

—Víctor Claro nos ayudó —comenté.

—¿El profesor? ¿Él los ayudó? —preguntó Harold sin poder creerlo.

—Sí. Todo parece muy raro —indiqué—. Por lo visto, Víctor Claro conocía muy bien al guardia.

—Tal vez es porque Víctor Claro es amigo del profesor Luís, y el guardia pensó que por esa razón iba a ayudarlo —opinó Harold.

—Eso tiene sentido —aprobó Pier.

—Lo importante es que detuvieron al guardia —indicó Yirley—. En unos momentos vendrá la policía y se lo llevará. Lástima que se escaparon los otros.

—¿Quiénes otros? —preguntó Carlos.

—Sus ayudantes, los Chicos de Negro —respondió Yirley—. Los otros guardias los habían atrapado, pero nuevamente se apagaron las luces y escaparon. Pasaron por aquí.

—Debió ser cuando bajé la palanca. Pero es que Víctor Claro me pidió que lo hiciera —comentó Carlos.

—¡Otra vez Víctor Claro! —exclamó Pier. 

—¿Y esa linterna, Carlos? —pregunté.

—¡Vaya! Me olvidé de devolverla —dijo rascándose la cabeza—. Víctor Claro me la dio. Fue para poder verlos a ustedes. Me dijo que él golpearía al guardia para que su arma se le escapara de las manos y yo apuntase al suelo para que tú o Pier la recogieran. También usé esta linterna para cegar a la serpiente.

—¿Otra vez Víctor Claro? —dijo Pier nuevamente.

—Ya basta, chicos —intervino Yirley—. Víctor Claro por aquí, Víctor Claro por allá. Ya todo terminó. Estamos a salvo y rescatamos a los profesores. Ya vámonos. 

Antes de irnos, nos llamó el director, nos invitó a pasar. Nuevamente nos hicieron preguntas relacionadas al secuestro de los profesores y nuevamente el director nos dedicó unas cuantas palabras. Nos recompensaron por segunda vez. Quitaron a la serpiente de la habitación secreta. 

Al día siguiente volvimos a ver un artículo con nuestras fotos en el periódico mural y le agregaron más sucesos. Víctor Claro fue reemplazado por otro profesor el resto del curso; por ende, no pude hacerle preguntas relacionadas con el guardia, ni por qué le había dicho traidor. No pude preguntarle, tampoco, sobre el manojo de llaves, sobre la linterna que le dio a Carlos para ahuyentar a la serpiente. “¿Qué es que acaso él sabía todo acerca del secuestro de profesores?”. La gente volvía a hablar de nosotros. No había rastros de Jacobo. 

Y llegó el último día de clases. Ahora tendríamos que graduarnos. Esta vez prometimos no meternos en más problemas, pero ¿Qué quiso decir Víctor Claro con: “Nos vemos en la graduación”?

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