Jacobo

Al llegar a casa empecé a hacer las invitaciones para los alumnos de nivel básico. Al día siguiente oímos rumores que decían que algunos alumnos habían visto a cuatro chicos vestidos de negro con unos lentes raros colgados en sus cuellos, por el quinto piso. Harold seguía gastando horas metido en la biblioteca. Nos fuimos al paradero. El bus de Yirley se tardó más de la cuenta y por ende permaneció más tiempo con nosotros. Dirigí mi mirada hacia otro lado y noté que nuestro admirador se acercaba a nosotros rápidamente.

—Miren, muchachos. Es nuestro admirador —dije—. Y se está acercando a nosotros.

—¿Jacobo? —dijo Yirley en son de sorpresa— ¿A él le dicen admirador? —preguntó riendo al final—. Es mi amigo.

Pier, Carlos y yo nos miramos las caras, sorprendidos. Nuestro admirador nos dio el alcance y su rostro no reflejaba otra cosa sino sorpresa.

—Jacobo, ¿Qué haces acá? —preguntó Yirley sin quitar la sonrisa de su rostro.

—¿Yirley? ¿Tú eres amiga de ellos? —preguntó Jacobo, perplejo.

—Sí. Si supieras cuál es el seudónimo que te han otorgado —dijo nuevamente con la sonrisa en el rostro—. Chicos, él es Jacobo. Es un amigo de la universidad.

Carlos miró suspicazmente a Jacobo, el amigo de Yirley. Pude notarlo, pero no estaba seguro si se debía a la desaparición de los profesores o si se trataba de celos; quizás era una mezcla de ambos. El amigo de Yirley se ahorró las presentaciones y nos sorprendió cuando nos dijo seriamente:

—Muy bien, seré directo. Escúchenme, por favor. Tengo algo que contarles y no debemos perder más tiempo —tomó un poco de aire y siguió hablando—. Conozco al causante de la desaparición de los profesores: es Guillermo, el guardia de seguridad —nos sorprendimos por aquel dato—. Sí, él es primo del profesor Luís, el que raptó a una chica a cambio de dinero…  

—¿Estás seguro? —preguntó Yirley con intromisión.

—Sí, estoy completamente seguro —afirmó—. Escuchen… una vez mi compañero Roger me presentó al guardia de seguridad y éste último me dijo lo que estaba planeando. Me ofreció ser parte de su plan. Me dijo que llevaría a cabo un secuestro de profesores para pedir a cambio una fuerte cantidad de dinero; yo me negué a ser parte de su plan y me amenazó. Tenía miedo y le propuse algo. Ya que él me había dicho que ustedes habían arruinado los planes de su primo, le ofrecí mi ayuda. Le dije que no formaría parte de su plan pero que podría espiarlos a ustedes. Contarle qué era lo que ustedes hacían, qué era lo que planeaban, si estaban dispuestos a arruinarle sus planes, también. El guardia aceptó mi propuesta y me dediqué a espiarlos, ustedes lo saben… —Pier, Carlos y yo nos miramos nuevamente las caras.

—¿Quieres decir que el guardia de seguridad es el que ha secuestrado a todos los profesores que han desaparecido hasta el momento? —preguntó Yirley con mucho interés.

—Él sólo ha ideado el plan. Los que han secuestrado a los profesores han sido sus compinches: unos chicos vestidos de negro. Ellos aprovechan la oscuridad para secuestrar a los profesores.

—¿Cómo así? —preguntó Yirley.

—En la galería hay una caja de luz, que es la que ocasiona que las luces se apaguen, que los ascensores, los teléfonos y las computadoras no funcionen. Cada vez que quieren secuestrar a un profesor, el guardia baja la palanca de esa caja de luz, y cuando todo está a oscuras sus hombres van en busca de un profesor. Usan unos lentes especiales para ver en la oscuridad, y usan un líquido para dormir a los profesores…

—¿Un líquido? —pregunté, sorprendido— Ahora entiendo ese olor que sentí y que me provocaba sueño…

—Entonces era uno de los compinches del guardia el que chocó conmigo cuando secuestraron a la profesora Ana —dijo Yirley, pensativa.

—Es una trampa, ¿no se dan cuenta? —dijo Carlos de pronto— ¿Por qué nos cuenta todo esto si está amenazado?

—Tiene razón —afirmó Yirley—. ¿Por qué lo haces, Jacobo? —preguntó.

—¡No, no es una trampa! ¡Estoy diciendo la verdad! —dijo desesperadamente— Si lo estoy haciendo es porque quiero que lo detengan. Ya no quiero seguir amenazado. Yirley, tú me conoces desde hace tiempo, sabes cómo soy.

—Yo sí te creo —dijo ella de inmediato; Jacobo sonrió.

—Yo también te creo —dijo Pier—. Todo tiene sentido: las desapariciones de los profesores, el líquido con que los duermen, las luces, todo.

Justo en ese momento las luces del instituto se apagaron y toda la gente que estaba en el paradero, incluyéndonos, volteamos a ver.

—Ahí vamos de nuevo —dijo Jacobo—. Van a secuestrar a uno más.

—Sabemos que no estás mintiendo pero… ¿Quieres que nosotros lo detengamos? ¿Por qué nosotros? —pregunté sin una pizca de comprensión mientras miraba a mis amigos.

—¿No lo harán? —preguntó Jacobo con una mezcla entre decepción y tristeza.

—Nosotros no tenemos nada que ver con esto —respondí.

—Pero yo confío en ustedes. Por eso les he confesado todo. Por favor, ayúdenme —suplicó Jacobo—. Lo único que tendrían que hacer es sacar a los profesores de esa habitación donde se encuentran…

—Sabemos a qué te refieres. Y es peligroso, entiéndelo —dijo Carlos tajantemente.

—Realmente pensé que harían algo. Me equivoqué —se lamentó Jacobo—. Está bien, dejemos que el guardia se salga con la suya. Adiós, Yirley.

Jacobo se estaba retirando con la cabeza gacha, y en ese preciso momento, la voz en mi conciencia me pidió que lo detuviera. Y me decía que estaba a punto de hacer algo peligroso, pero al mismo tiempo me daba ánimos y seguridad. Jacobo se detuvo cuando lo llamé y volteó a vernos.

—¿Sabes dónde están exactamente los profesores raptados? —pregunté.

—Sí, están en una habitación secreta dentro de la galería —respondió sonrientemente.

Hice una pausa. Me quedé pensativo. Miré a cada uno de mis amigos; sus miradas fijas sobre mí esperaban atentas que dijera algo. Empecé a descubrir que me gustaba la adrenalina… o tal vez era un imprudente.

—¿Qué dicen?... ¿Vamos? —pregunté tímidamente.

Pier soltó una risa.

—Ya te estabas tardando —dijo—. Sabía que dirías algo así.

—¿Piensan ir? —preguntó Yirley, demasiado sorprendida—. ¡Vaya! ¡No lo puedo creer! —exclamó, atónita.

—Está bien, vamos —dijo Carlos sacando unos cuantos conejos de sus dedos, y tuve la impresión de que quería lucirse frente a Yirley.

—Bueno, lo único que hay que hacer es sacar a los profesores de esa habitación secreta, ¿verdad? —pregunté mientras el cuerpo me temblaba.

—Sí —confirmó Jacobo—. La habitación secreta donde están los profesores está dentro de la galería. Entren por un pasadizo que se encuentra al lado de las cortinas, sigan de frente, muy al fondo, y doblen a la derecha. Las llaves están dentro de una vasija. Y, por favor, no me delaten en frente del guardia de seguridad.

—¿No piensas ir con nosotros? —preguntó Carlos con el entrecejo fruncido.

—No quiero que sepa que yo lo delaté. Es mejor que crea que ustedes descubrieron sus planes. 

—Está bien, no te preocupes. No te delataremos —dijo Yirley para sorpresa de todos.

—No pensarás ir, ¿verdad? —dijo Carlos, más serio que nunca.

—¿Qué acaso una mujer no puede ayudar?... —exclamó— ¡Está bien! ¡Ya! ¡No iré! —dijo finalmente después de haber visto nuestras iracundas miradas.

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