¿Todo Fue Una Farsa?

El día de la graduación había llegado. Le dije a mi familia que ellos tenían que estar puntualmente en la galería donde se llevaría a cabo dicha graduación, y me despedí de ellos. Llegué al instituto y algo me pareció raro. El guardia de seguridad, quien al día anterior me recibió alegremente, aquella vez me recibió de una manera muy extraña; parecía estar molesto conmigo. Logré pasar y me dirigí rápidamente al tercer piso, al aula 304 donde los graduados dejaban sus mochilas después de haberse puesto sus túnicas y gorras. Hallé a Harold en esa aula, nos pusimos nuestras túnicas y salimos a buscar a los demás.  

—¿Has visto a los demás? —pregunté. 

—No, acabo de llegar —respondió—. Vengo de IPEC de Miraflores. Y vi algo que tal vez te interese —añadió.

—¿Qué es?  

—Mientras esperaba que me entrevistaran pude ver unos papeles con la fotografía de Víctor Claro sobre el escritorio. Era su currículum.

—¿Su currículum? —pregunté, asombrado— ¿Qué, acaso piensa salirse de esta sede?  

—No lo sé, pero hay algo más. Pude leer que él había sido policía y que había trabajado en una comisaría —continuó—. No pude leer el nombre de esa comisaría, tuve que dejar el currículum porque se acercaba la señorita.  

—Policía... claro, entonces eso explica por qué usó un arma cuando detuvo a Guillermo, el guardia de seguridad en la galería —dije, pensativo.  

—Tiene sentido. Pero, ¿traer un arma al instituto todos los días? Es muy arriesgado —opinó Harold.  

—Sí… Policía eh... ¡Vaya!  

Bajamos por las escaleras. Ya estábamos en el primer piso, y pude ver a Yirley, Pier y Carlos cerca de un pequeño jardín que se encontraba al lado de los baños de la salida trasera, y frente a un kiosco.  

—Hola, Romeo, ¿Qué tal te fue ayer con tu Julieta? —preguntó Pier.

Estuve a punto de responder, pero pude notar que un grupo de alumnos me estaba mirando con desprecio. Miré hacia otra dirección y me percaté de lo mismo: otro grupo también me miraba con desprecio. Parecía que no era solo a mí, también a mis amigos.  

—¿Me parece o nos están mirando mal? —no pude evitar preguntar.  

—Nos están mirando mal —confirmó Carlos—. Desde que llegué, a mí y a Pier nos estaban mirando así.  

—A mí también me estaban mirando así —comentó Yirley.  

En ese preciso momento, ese mismo grupo de chicas rubias que estuvo con nosotros cerca del ascensor, se acercó a nosotros, con sus ojos azules tan furiosos como una enorme ola de mar; y la misma chica nos dijo:  

—Oigan, nosotras pensamos que era verdad. ¡Qué mal, eh!  

—¿De qué estás hablando? —pregunté. 

—No lo sé. Ustedes deben saberlo "famositos" — lo dijo en son de burla.  

—¿Por qué no nos explicas? —sugirió Harold.  

—¡Ay! ¿Encima quieren que se los explique? ¡Qué hipócritas!  

—Pero, ¿Qué cosa hemos hecho? A ustedes nada que yo sepa —dije.  

—Mira, amiguita —dijo Yirley, empezando a exaltarse—, si han venido a insultarnos mejor váyanse, ¿OK?  

—Tranquila, Yirley —dijo Carlos tocándole el hombro para detenerla.  

—En serio no sabemos de qué estás hablando —comenté.  

—¡O sea, ahora se hacen los locos! ¿Saben qué? Mejor léanlo ustedes mismos, ¿OK? —dijo y se retiró con su grupo de amigas. 

—¡¿Leer qué?! —pregunté para que se detuviera.  

—En el periódico mural, nenes —y se fueron.  

Dimos la vuelta a ese pequeño jardín y nos dirigimos al periódico mural preguntándonos qué podría ser aquello que tanto le molestó a esa chica. Y vimos una nueva fotografía de nosotros, la misma que nos había tomado el fotógrafo sólo a nosotros cinco para un reporte, y un papel a su lado que decía:    

                                                                    

Y LA VERDAD SE DESCUBRIÓ AL FIN

Ciertas cámaras escondidas, instaladas en IPEC San Miguel, nos muestran imágenes de cómo los alumnos "famosos", quienes dicen haber salvado al instituto de las amenazas de un profesor, son sorprendidos planeando toda esa actuación de la "chica raptada" y el "increíble rescate". Los alumnos "famosos" son nada más y nada menos que amigos del profesor Luís Bustamante Gonzáles (supuesto asaltante). Juntos planearon toda esa farsa y engañaron al personal del instituto ¿Por qué? Por dinero (los alumnos recibieron una recompensa cada uno). Y qué decir del primo del profesor, Guillermo Bustamante Ruiz, un guardia de seguridad, quien también formó parte de otra farsa (tres semanas después llevada a cabo la anterior), un supuesto "asalto de profesores". Al parecer, los alumnos "famosos" no se contentaron con lo que recibieron la primera vez (nuevamente recibieron recompensa después de haber engañado al personal del instituto por segunda vez) ¿Qué fue lo que los impulsó a hacer eso? ¿Volverán a hacerlo esta vez? No se dejen engañar nuevamente.

   Atte. La dirección 

                                                                                                                                                                                 

     Nos miramos las caras, anonadados, sin decir una sola palabra. Pero el silencio fue interrumpido por Yirley.  

—¡¿Qué?! ¡¿Que fue por dinero?! —dijo llevándose una mano al pecho.    

—¿Quién ha escrito eso? —preguntó Carlos de mala gana. 

—¡Están locos! —espeté— ¡¿Cómo que todo ha sido planeado?! ¡¿Qué cámaras?!  

—¡¿Que éramos amigos del profesor Luís?! —exclamó Pier.  

—Miren la foto —dijo Harold— ¿No es la que nos tomó el fotógrafo?  

—Sí, esa es. Tienes razón —confirmé.  

—Conque reporte para el director, eh —gruñó Pier.  

—Pero, ¿Por qué hizo esto? —reclamó Carlos.  

—Alguien le ordenó que hiciera esto —opiné, pensando quién pudo haber sido.  

—¿Alguien le ordenó? ¿Quieres decir alguien de acá? —preguntó Carlos, extrañado.  

—Quizás. ¿Quién más, si no es de acá, nos haría esto? —opiné. 

—¿El guardia? ¿Ustedes creen? —opinó Pier.  

—¿El profesor Luís? —dijo Yirley.  

—No, no creo que haya sido él —negó Carlos—. Han pasado varias semanas. 

—Quien sea que haya sido debe saber que hoy es nuestra graduación. Por eso contrató al fotógrafo para que nos tomara la foto —aseveré.  

—Tal vez sea alguien que nos ha enseñado últimamente... Avanzado once, doce, no sé —opinó Harold.  

—¿Quieres decir que ha sido un profesor? —preguntó Yirley.  

—Bueno, es mi opinión, ¿no?  

—Víctor Claro —murmuré.  

—¿Otra vez Víctor Claro? —preguntó Pier, fastidiado.  

Me alcé de hombros.  

—Entonces, ¿Qué hacemos? —consultó Yirley 

—Por ahora no podemos hacer nada —indicó Carlos—. En un momento empieza la graduación. Miren, ahí están los padres.  

Los padres de familia estaban entrando a la galería. Vi a mi familia entrar. Lancé mi mirada hacia la puerta principal del instituto, y vi entrar a un anciano que llevaba un bolso en una mano y un bastón en la otra. Hubo algo en ese anciano que me parecía familiar. “¿Dónde lo he visto?”, me pregunté; pero no daba con la respuesta. No dejaba de mirarlo, me recordaba a alguien; pero no sabía a quién.  

—Oigan, ¿No les parece familiar ese anciano de allá? —pregunté señalando con mi dedo índice.  

—¿Anciano? ¿El de rojo? —preguntó Carlos echándole un vistazo.  

—A mí no —contestó Pier.  

—A mí, tampoco —dijo Yirley.  

Harold nos indicó que avancemos, y sin darle importancia a ese anciano, nos dirigimos a la galería. Subimos las escaleras y nos pusimos en fila de acuerdo al número correspondiente a cada uno. Nos acomodamos bien las túnicas, las gorras y las corbatas. Algunos se pusieron a practicar el himno nacional de los Estados Unidos, otros estaban temblando de la emoción y otros de nerviosismo. Aún no nos daban el aviso para bajar las escaleras, teníamos que esperar a que vengan más padres de familia. Mientras tanto, me acerqué a Carlos y le pregunté.  

—Carlos, en esa mentira sobre nosotros que pusieron en el periódico mural, no dice nada sobre un castigo, ¿no?  

—No, ¿Por qué?  

—Bueno, mientras no mencionen un castigo, no me preocuparé tanto. Porque eso quiere decir que esa mentira sobre nosotros no ha sido escrita en la dirección tal como dice en el papel.  

—Y, ¿Por qué piensas eso?  

—Porque si hubiese sido escrita en la dirección nos hubieran impartido un castigo, ya que ellos nos dieron recompensa. Y no creo que se queden tranquilos. Ya hubieran armado un escándalo y tal vez nos hubieran prohibido graduarnos, ¿no lo crees?  

—Claro, tiene mucho sentido —por la expresión de su cara me di cuenta que yo tenía razón—. Entonces, sí fue un profesor el que contrató al fotógrafo —añadió. 

—¡Ajá!

—Entonces debe ser uno que nos odia —aseveró Carlos. 

—Así es. Pensarás que soy un necio, pero yo sigo sospechando de Víctor Claro.  

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