Una Exaltante Conversación

Pasaron diez largos años desde aquella vez que me mudé a la casa de mis abuelos y me alejé de Jacky sin dar marcha atrás; pero aun así ella vivió en mi mente durante todo ese tiempo manteniendo inerte la ilusión de algún día volverla a encontrar. Nunca dejé de pensar en ella, e incluso me pregunté repetidas veces si aquello era amor verdadero o un simple pasatiempo. Asimismo, tuve ciertos problemas con las chicas con quienes mantuve una relación amorosa, ya que a cada una de ellas las nombré Jacky en repetidas ocasiones, y aquello conllevó a que mis relaciones fracasaran; pero eso no quería decir que tenía mala suerte en el amor, el problema era que yo estaba obsesionado con Jacky.

Pero ahora yo tenía veinte años, y como todo muchacho emprendedor, tenía objetivos que cumplir, metas que trazar: se me había metido a la cabeza la idea de tener un negocio propio, sí, el mismo objetivo de Jacky; y, ¿por qué no? Ser también un traductor del idioma inglés.

Siendo fiel a mis objetivos me matriculé en el instituto IPEC de lengua y literatura, en la sede de San Miguel, donde aún tomaba clases de inglés desde hace dos años y once meses para ser exacto. Precisamente aquel era el primer día de clases del ciclo avanzado, nivel doce; sólo bastaba aquel curso para finalizar los tres años de enseñanza y poder graduarme.

Era de noche y el cielo estaba estrellado. Me colgué la mochila a los hombros, salí de casa y me encaminé hacia el instituto, acompañado del viento que jugueteaba con mi cabello y me abrazaba la nuca.

Llegué al paradero y en menos de cinco minutos tomé el bus. Tenía que darme prisa, no podía darme el lujo de llegar tarde, no esta vez. Abrí uno de mis libros y le eché un vistazo. Era especialidad de los profesores tomar exámenes sorpresa, y no parecería extraño que lo hicieran en el primer día de clases.

Una hora después llegué a IPEC: un enorme edificio de quince pisos que se elevaba sobre las cabezas de todos. Saqué de mi bolsillo mi tarjeta de acceso y me dirigí a la puerta principal del instituto. Se la mostré al guardia de seguridad para poder entrar, pero él no me prestó la más mínima atención; en lugar de eso, él estaba envuelto en una exaltante conversación que sostenía con alguien a través de su celular, y se paseaba de un lado para otro dándome la espalda.

—¿Quieres decir que lo llevarán a cabo mañana?... —le decía a aquella persona con quien hablaba por el celular— Dime, ¿de qué se trata?... ¿Yo? Yo no quiero ser parte de eso, primo. Si he aceptado hacerte ese favor, recuerda que lo estoy haciendo por ti y tu familia. Yo no soy así y tú lo sabes… —su voz reflejaba preocupación, incomodidad e inquietud.

Se dio media vuelta, con el rostro desencajado, mostrando señales de total desacuerdo que iban de la mano con el tono de su voz. Le echó un vistazo a mi tarjeta de acceso y con un movimiento de su mano me indicó que pasara.

—Está bien, en la noche hablamos —dijo finalmente.

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