En mi vida pasada, mi nombre era sinónimo de vanidad y egoísmo. Fui un error para la corona, una arrogante que se ganó el odio de cada habitante de mi reino.
A los quince años, mi destino se selló con un compromiso político: la promesa de un matrimonio con el Príncipe Esteban del reino vecino, un pacto forzado para unir tierras y coronas. Él, sin embargo, ya había entregado su corazón a una joven del pueblo, una relación que sus padres se negaron a aceptar, condenándolo a un enlace conmigo.
Viví cinco años más bajo la sombra de ese odio. Cinco años hasta que mi vida llegó a su brutal final.
Fui sentenciada, y cuando me enviaron "al otro mundo", resultó ser una descripción terriblemente literal.
Ahora, mi alma ha sido transplantada. Desperté en el cuerpo de una tonta incapaz de defenderse de los maltratos de su propia familia. No tengo fácil este nuevo comienzo, pero hay una cosa que sí tengo clara: no importa el cuerpo ni la vida que me haya tocado, conseguiré que todos me odien.
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La boda relámpago
El beso terminó tan abruptamente como había comenzado. Dante se apartó, su respiración agitada, pero sus ojos seguían siendo los de un hombre de negocios que acababa de cerrar el trato del siglo.
La urgencia de ese momento fue mi último error de principiante.
—La boda será discreta, mañana mismo —anunció Dante, retomando el volante como si el último minuto no hubiera existido—. Es solo un trámite legal, Katerine. Lo que importa es el anuncio que haremos a la ciudad.
Yo me enderecé, forzando mi pulso a la normalidad. El anillo en mi dedo era un peso constante, recordándome el precio de mi ambición.
—Que sea rápido —respondí, mi voz ligeramente ronca, odiando la debilidad—. Y que sea lo suficientemente público como para que Clarisa vomite de envidia.
Dante sonrió. Sabía exactamente qué hacer.
El matrimonio no era el objetivo; era el lanzamiento de mi nueva marca. La Katerine esquelética y maltratada había muerto. La esposa de Dante Viteri, la nueva Reina de la Mafia, estaba a punto de nacer. Y la primera víctima de su reinado sería mi propia familia.
La mañana siguiente fue tan rápida y fría como Dante. La ceremonia se celebró en un juzgado vacío, atestiguada solo por dos de los hombres de Dante: figuras sombrías con trajes oscuros. Firmé los documentos con una caligrafía firme, sintiendo el escalofrío del papel legal que ataba mi destino al de Viteri. Ahora, todo lo que quedaba de mi fortuna era legalmente parte de su patrimonio, consolidando su control y, por extensión, mi seguridad.
Pero el verdadero espectáculo fue el anuncio.
Dante utilizó su influencia en los medios de comunicación más sensacionalistas de la ciudad. A la hora del almuerzo, la noticia corrió como pólvora. "La Mafia Sella Alianza con la Élite Arruinada: Dante Viteri se Casa con Katerine Borges en una Sorpresa Íntima."
La reacción que yo había anticipado se sintió como un bálsamo. Las llamadas a Dante no cesaban. Mi familia, que había intentado silenciar mi existencia, ahora no podía acallar el escándalo de mi matrimonio con el hombre que les había robado su casa.
Pero lo que me interesaba no era el ruido; era el objetivo.
—Ahora que soy tu esposa, Dante —dije, sentada en la oficina privada de su refugio, observando el periódico con mi nombre en negrita—, es momento de que me digas la estrategia para el linaje de Clarisa. El tiempo de la guerra psicológica ha comenzado.
Dante me miró con ojos afilados, levantándose de su silla y caminando hacia mí como un depredador buscando a su presa.
—Eso puede esperar un poco. Ahora solo quiero disfrutar de la compañía de mi esposa —sus palabras me dejaron sin aliento.
En mi vida pasada, eso era solo un simple trámite; a nosotras las mujeres se nos preparaba para entregarnos a nuestros esposos sin chistar y complacerlos en lo que ellos pidieran. Pero en este tiempo, las cosas eran distintas y la verdad, no sabía cómo reaccionar.
—¿Qué tiene en mente el señor? —dije, mostrando la complacencia sumisa, tal y como me habían enseñado, aunque por dentro mi espíritu se rebelaba contra el tono.
Dante soltó una risa baja, un sonido que sugería que había notado mi rígida obediencia y mi incomodidad.
—La prensa nos estará vigilando, Katerine. Y si queremos que esto funcione, debemos hacerlo tan real como se pueda. Nos iremos de viaje por una semana, la cual utilizaremos para planear nuestro siguiente paso.
La idea de una "luna de miel" forzada debería haberme asqueado, pero estratégicamente, era impecable. Era la excusa perfecta para desaparecer del ojo público, forjar la imagen de pareja y, crucialmente, tener a Dante a solas para planear la ruina de Clarisa sin interrupciones.
—Una luna de miel —medité, dejando que el título sonara a burla—. Muy bien. ¿Y dónde planeas llevar a tu... nueva marca?
—Un lugar que no tiene cobertura de prensa, pero tiene toda la seguridad que necesitamos. Un yate privado en las islas del sur. Allí, tú y yo tendremos todo el tiempo del mundo para discutir el linaje de tu hermana y el futuro de mi imperio.
Su mirada se detuvo en mis labios, y entendí que la "compañía de su esposa" no se limitaría a la estrategia. Me casé por el poder, pero el precio incluía una intimidad que yo, la princesa estratega, no sabía cómo manejar. La batalla por el cuerpo de Katerine estaba a punto de comenzar.
La transición del refugio al yate fue tan eficiente como todo lo que Dante Viteri dirigía. Dos horas después de sellar el pacto con el anillo de hierro, ya estábamos en un helipuerto privado, y al caer la tarde, el Lealtad —el nombre del yate, una burla clara a cualquier relación sincera— cortaba las olas cristalinas en dirección al sur.
La embarcación era un palacio flotante. Lujo excesivo, silencio absoluto y la sensación omnipresente de estar aislada del mundo. La prisión perfecta para una "luna de miel" de conveniencia.
Me vestí con la ropa ligera que Dante había provisto, ropa que se sentía extraña pero que acentuaba la nueva silueta atlética que había ganado. Lo encontré en la cubierta superior, mirando la oscuridad del mar.
—Los reportes indican que la Abuela está fuera de sí —informó Dante sin girarse, la voz baja—. Está intentando contactar a todos sus viejos contactos legales para impugnar nuestro matrimonio. Henry está bebiendo.
—Predecible —respondí, acercándome a la barandilla. El viento salado me despejó la mente—. Y Clarisa, ¿qué hace la "amante rechazada"?
—Ella es la única que aún tiene una pizca de cordura. Está callada, intentando entender qué significa esto para su posición en la familia. Sabe que le arrebataste la única carta de negociación que tenía: la exclusividad de ser mi debilidad.
—Exacto. Ahora que la he desarmado socialmente, atacaremos el linaje.
Lo miré. La luna se reflejaba en el brillo de sus ojos.
—La Abuela es una tirana, pero su obsesión es la continuidad de su apellido. Ella no le cederá su poder a Henry, que es un borracho, ni a Clarisa, que es una decepción. El único valor de Clarisa es el potencial de un nieto. Pero el informe que me entregaste confirma que ese potencial es nulo.
—Propón el plan —ordenó Dante.
—Usaremos la verdad, pero disfrazada de rumor. Queremos que la Abuela dude, no que la confronte. Mis hombres filtrarán evidencia sutil de la incapacidad de Clarisa para concebir, no en la prensa, sino en los círculos internos donde la Abuela busca pretendientes.
Hice una pausa, saboreando el plan.
—Una vez que la Abuela ya no vea a Clarisa como la heredera biológica viable, su siguiente objetivo será la solución más obvia: convertirme a mí en su máquina de herederos.
Dante giró completamente, su expresión de cálculo se intensificó.
—Estás planeando la ruina de tu hermana y, al mismo tiempo, el control total de la Abuela.
—No se trata de la Abuela, Viteri. Se trata de mover las piezas. Si ella me trae de vuelta a su esfera por desesperación biológica, tendré acceso total a sus finanzas, sus secretos y su lista de enemigos. Estaré de regreso en la casa sin haber cedido mi independencia.
Mi explicación fue impecable. El plan era la razón por la que nos habíamos casado.
Dante me estudió en silencio, y por un momento, la línea entre la admiración estratégica y el peligroso deseo se difuminó.
—Eres un monstruo, Katerine. Una obra de arte de la crueldad.
—Tú me creaste, Dante. Ahora, terminemos con la estrategia —dije, señalando el mar—. La noche es larga, y el plan es ambicioso.