El Hermano Silencioso

El reloj marcaba las 3:45 de la tarde. El aire en la mansión era pesado y la luz de la tarde se filtraba por los vitrales, dándole a los pasillos un brillo irreal.

Mi corazón latía con la velocidad de un colibrí. Estaba en mi habitación, vestida con un sencillo vestido color crema, lista para el sacrificio. Este no era un juego de seducción; era una trampa para un depredador. Necesitaba que Alexander se sintiera confiado, que creyera que podía manipularme a mí, la amiga ingenua, para conseguir lo que quería.

Clara, ajena a todo, estaba en el jardín de invierno discutiendo con su madre sobre la música para la recepción. Había hecho mi parte para alejarla.

—Clara, necesito que vayas a la floristería del centro para revisar la orquídea de tu tocado. Solo tú puedes hacerlo. Alexander y yo nos encargaremos de la selección de vinos para la bodega.

Clara, aunque extrañada por mi repentina obsesión con el vino, aceptó, agradecida por el descanso de su madre. Alexander, por su parte, había aceptado la invitación con una sonrisa de suficiencia. Creía que me estaba "robando" el tiempo con la dama de honor para ganarse puntos.

A las 3:55, envié el mensaje de texto convenido a Ethan. Un simple punto.

A las 4:00, bajé a la planta baja. La bodega estaba en el sótano, una zona fría y poco visitada. Al abrir la pesada puerta de madera, el aroma a roble y tierra húmeda me envolvió. La luz era tenue, cortesía de unas pocas lámparas colgantes que iluminaban las filas interminables de botellas.

Alexander ya estaba allí, de pie junto a una mesa de degustación, con una copa de vino tinto en la mano. Vestía un traje de negocios informal, pero su porte seguía siendo el de un ejecutivo en horario laboral.

—Olivia. Llegas puntual. Clara me dijo que te preocupaba mi falta de pasión por el vino.

—No es el vino lo que me preocupa, Alexander —dije, cerrando la puerta detrás de mí. El sonido fue un eco que selló mi encierro—. Es Clara.

Me acerqué a la mesa, manteniendo una distancia profesional.

Alexander arqueó una ceja, bebiendo de su copa. —Clara está nerviosa, es normal. Son los preparativos.

—No. Clara tiene dudas. Me ha confesado que está asustada de casarse con un hombre al que no le importa si ella es feliz o no.

Alexander dejó la copa sobre la mesa, el sonido de cristal resonando en el silencio. Su sonrisa se desvaneció y sus ojos, generalmente inexpresivos, se entrecerraron.

—¿Qué estás insinuando, Olivia?

—Estoy insinuando que te importa más la cuenta de ahorros familiar Hawthorne que mi amiga —ataqué, y por un momento, la pura honestidad me dio fuerza.

Él no se inmutó. Su reacción no fue de sorpresa, sino de frialdad calculada.

—Eres ingenua, Olivia. Esos son cuentos de hadas. Los matrimonios de nuestro nivel son contratos. Y sí, la cláusula de disolución me asegura que mis inversiones en esta "alianza estratégica" no serán en vano. Es solo un seguro.

—No es un seguro, es un robo —dije, sintiendo que el pánico se instalaba. Él no era impulsivo, era glacial. Tenía que provocarlo.

—Y ¿qué vas a hacer al respecto? ¿Le dirás a Clara? No te creerá. Ella sabe lo que está haciendo, y sabe que esto es por el bien de su familia. Es una chica leal.

—No es leal a ti. Y la única razón por la que no ha roto el compromiso es porque cree que su padre desheredará a Ethan si lo hace.

Alexander sonrió de nuevo, una sonrisa gélida y triunfal. —Ah, la eterna rivalidad. Es un peón muy útil, su hermano. Siempre tan predeciblemente noble. No se preocupe, Olivia. Cuando estemos casados, me encargaré de que Ethan pierda todo de igual forma. Es un estorbo para el crecimiento de mi empresa.

Sentí una oleada de náuseas. No era solo el dinero; era el poder, la venganza.

—Vengo aquí a decirte esto —dije, dando un paso más cerca, forzando la situación—. Si no quieres perder a Clara, tienes que demostrarle que estás dispuesto a arriesgarlo todo por ella. Tienes que ir a la cena de esta noche y decirle, delante de todos, que la amas.

—¿Una declaración pública de amor? Qué cursi.

—Si no lo haces, se echará atrás. Y tú perderás la cuenta de ahorros, la empresa y el apellido.

Me acerqué lo suficiente para que la tensión se sintiera física. Era el momento. Tenía que hacerle creer que yo era el verdadero premio, el que valía la pena arriesgar.

Alexander me miró de arriba abajo, y finalmente, la arrogancia superó su control. Vio mi miedo, y lo interpretó como atracción.

—O quizás... —dijo, dando un paso que me acorraló contra un barril de roble. Su voz se hizo más grave y viscosa—. ...quizás lo que realmente te preocupa no es Clara, sino que yo te tengo intrigada. Eres mucho más interesante que ella, Olivia. Más fuego.

Puso su mano en mi brazo, su agarre firme e invasivo. Sentí el terror. ¿Dónde estaba Ethan?

—Me estás confundiendo con otra persona —protesté, intentando apartarme.

—No lo creo. Creo que estás aquí abajo, buscando una excusa para acercarte a mí. ¿Por qué te arriesgarías si no? No te preocupes, yo puedo manejar tu "fuego". Y si te haces mi amiga... mi verdadera amiga, tal vez pueda "reestructurar" esa cláusula de matrimonio para que Clara no se quede con todos los bienes.

Su boca se movió hacia mi oído, y su aliento olía a vino y avaricia.

—Sé que te atraigo, Liv. Es obvio. Y la boda no tiene que detenernos.

Justo en ese momento, la puerta de la bodega se abrió de golpe, con un impacto que hizo temblar las botellas.

Ethan estaba allí. No llevaba traje. Llevaba la misma camiseta negra y los pantalones deportivos de anoche, su rostro contraído en una máscara de rabia que nunca le había visto. No caminó. Se abalanzó.

Alexander soltó mi brazo y se giró, su rostro pálido.

—¡Ethan! ¿Qué demonios...?

La respuesta de Ethan no fue verbal. Fue un puñetazo brutal y calculado que golpeó a Alexander directamente en la mandíbula. El prometido cayó contra la mesa, el impacto haciendo volar las copas y las botellas de vino tinto.

—¡Aléjate de ella, maldito bastardo! —rugió Ethan, su voz descontrolada.

Alexander intentó levantarse, con la boca sangrando. —¡Estás loco! ¡Te arrepentirás de esto!

—No lo creo —Ethan lo levantó por el cuello de la camisa y le dio otro golpe, esta vez en el estómago, forzándolo a arrodillarse. Su furia era la del heredero que protegía su territorio—. Esto es un aviso, Alexander. Toca a mi mujer, o a mi hermana, y te juro que no solo caerá tu empresa. Caerás tú.

Me quedé paralizada, presenciando la violencia cruda que se desató en la bodega. Pero lo que más me impacto fue la declaración de Ethan "su mujer".

Ethan finalmente soltó a Alexander, quien se desplomó al suelo, con el vino tinto esparcido a su alrededor. Se giró hacia mí, sus ojos oscuros llenos de una intensidad salvaje.

—¿Estás bien? —Su voz era un temblor.

Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió de nuevo. Felicia Hawthorne, la madre de Clara, se quedó en el umbral, con un grito ahogado al ver la escena: Ethan, con los nudillos ensangrentados, y Alexander, el prometido perfecto, sangrando y arrodillado en el suelo.

—¡Ethan! ¿Qué has hecho? —gritó Felicia, histérica.

La trampa había funcionado, pero con una brutalidad que me dejó sin aliento. Alexander se había expuesto como un matón, y Ethan como un salvaje. Y ahora, toda la familia Hawthorne estaba a punto de desmoronarse.