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Fernando López: La Elección de un Hombre

Fernando López: La Elección de un Hombre

Status: Terminada
Genre:Mafia / Matrimonio arreglado / Amor eterno / Amante arrepentido / Completas
Popularitas:0
Nilai: 5
nombre de autor: Tânia Vacario

FERNANDO LÓPEZ fue obligado a asumir a una esposa que no quería, por imposición de la “organización” y de su abuela, la matriarca de la familia López. Su corazón ya tenía dueña, y esa imposición lo transformó en un Don despiadado y sin sentimientos.
ELENA GUTIÉRREZ, antes de cumplir diez años, ya sabía que sería la esposa del hombre más hermoso que había visto, su príncipe encantado… Fue entrenada, educada y preparada durante años para asumir el papel de esposa. Pero descubrió que la vida real no era un cuento de hadas, que el príncipe podía convertirse en un monstruo…
Dos personas completamente diferentes, unidas por una imposición.

NovelToon tiene autorización de Tânia Vacario para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 20

Córdoba ardía en luces y movimiento. Las calles estrechas, mezcla de tradición morisca y modernidad europea, acogían a Fernando López y Alejandro López como dos príncipes de la noche, rodeados por seguridades discretas, coches negros de vidrios polarizados y un respeto silencioso que se imponía por donde pasaban.

Era el primer viaje oficial de los dos hermanos juntos tras el matrimonio de Fernando, y el clima, aunque de negocios, traía el peso inevitable de tensiones personales.

Durante el día, las horas se consumían en salas lujosas de hoteles cinco estrellas o en los despachos cerrados de socios locales de la organización. Los hermanos discutían contratos, rutas de inversión, acuerdos comerciales y compromisos que mantenían a la familia López como una de las más poderosas de España.

Fernando, con su postura firme, la mirada siempre vuelta a los números y la responsabilidad, era respetado de inmediato. Su voz calma, casi fría, transmitía autoridad.

Alejandro, al contrario, tenía un encanto explosivo: la sonrisa fácil, el humor ácido, la espontaneidad que conquistaba hasta al enemigo más escéptico. Juntos, formaban una dupla casi perfecta. Casi.

Porque, a medida que los días se alargaban, las diferencias se acentuaban.

Por la noche, tras largas reuniones y copas de vino caro, los anfitriones siempre insistían en llevarlos a las discotecas más exclusivas. Allí, bailarinas y mujeres elegantes disputaban la atención de los Hermanos López.

Alejandro, fiel a su fama, se sumergía en el ambiente con entusiasmo. Reía alto, bailaba, aceptaba invitaciones para beber y distribuía encanto.

Fernando, por su parte, se aislaba. Siempre en un rincón del área VIP, una botella de whisky enfrente, observaba todo con indiferencia.

Las mujeres se acercaban: algunas tocaban su hombro, otras intentaban conversar. Él sonreía de forma educada, pero fría.

Rechazaba a todas. El vacío en la mirada denunciaba que su mente estaba en otro lugar, probablemente en Madrid, donde una joven esposa, ansiosa, intentaba conquistar espacio en su corazón.

—No ha cambiado nada— provocó Alejandro, en una de esas noches, volviendo a la mesa tras bailar con dos modelos—. Sigues siendo el mismo serio, el mismo hombre serio que rechaza la diversión.

Fernando alzó los ojos lentamente, sin reaccionar a la provocación.

—No estoy aquí para divertirme. Estoy aquí para trabajar.

—Trabajo, trabajo, trabajo...— Alejandro rió, bebiendo directo de la botella—. Y al final, se escapa por entre los dedos.

El silencio cayó entre ellos, cortado solo por la música que pulsaba en el ambiente. Hasta que Alejandro, con ese aire despreocupado, dejó escapar algo que hería directamente a Fernando:

—Pero debo admitir... tu esposa es hermosa. Elena es diferente de todas las mujeres que he visto al lado de un López. Tiene pureza, tiene coraje. ¿Sabes que, desde que la conocí, admiro su determinación?

Fernando se congeló. La rabia recorrió el cuerpo como un trueno. El vaso crujió en su mano, tanta era la fuerza con la que lo apretaba.

—No hables de ella— dijo en un tono bajo, amenazador.

Alejandro alzó las manos, como quien se rendía, pero no retrocedió—. Calma, hermano. Solo estoy diciendo la verdad. Tu esposa es joven, bonita y tiene más fibra de lo que imaginas. Quizás deberías prestarle atención.

Fernando se levantó bruscamente, tirando la silla.

—¡Ya te dije que no hables de ella!

Los seguridades se miraron, tensos, listos para intervenir. Pero Alejandro solo rió, dando un sorbo a su copa.

—Interesante... Nunca te vi perder el control cuando alguien hablaba de Valeria. Parece que Elena te remueve más de lo que quieres admitir.

Fernando le dio la espalda, caminando en dirección al balcón acristalado de la discoteca. Necesitaba respirar. El corazón latía fuerte, no solo por la provocación del hermano, sino por la verdad escondida en sus palabras.

Las reuniones siguientes continuaron tensas. Fernando se sumergía en los documentos y contratos, evitando cualquier conversación personal. Alejandro, no obstante, aprovechaba todas las oportunidades para picar al hermano. Ora elogiaba el talento de Elena al lidiar con la mansión, ora insinuaba que ella merecía la atención del marido.

—Si no abres los ojos, otro puede luchar por lo que tú ignoras— dijo Alejandro una mañana, mientras revisaban unos papeles en el hotel.

Fernando le lanzó una mirada fría, pero no respondió nada. La amenaza implícita no pasó desapercibida.

En las noches siguientes, Fernando mantuvo su rutina de silencio. Las mujeres seguían acercándose, insistentes, y él se alejaba. Alejandro, siempre lo opuesto, multiplicaba sus conquistas, pero nunca dejaba de volver al mismo punto: la cuñada.

El nombre de Elena, pronunciado en medio de carcajadas y provocaciones, se había vuelto una especie de sombra constante. Cada elogio que Alejandro hacía parecía corroer a Fernando por entero, despertando unos celos que no osaba admitir ni para sí mismo.

Era una noche particularmente larga, Fernando, ya cansado de la insistencia de las mujeres y de las provocaciones del hermano, se encerró en el cuarto del hotel. Se sirvió whisky y dejó la mirada perdida en la ventana, donde las luces de Córdoba se confundían con sus memorias.

Pensó en Elena. En aquella noche en que la encontró frente a la foto de Valeria, en la vergüenza de verla descubriendo el fantasma que aún habitaba su vida. Pensó en el coraje de ella al decorar el apartamento, al cambiar el cuarto entero, al transformar un lugar marcado por el pasado en un espacio nuevo.

Y pensó en la sonrisa de Alejandro, siempre insinuando, siempre recordando lo bella que era Elena. Una sonrisa que le irritaba porque revelaba una verdad que Fernando intentaba esconder: la joven esposa ya estaba ocupando espacio en su mente.

Él no la amaba. Pero había algo en ella que lo desestabilizaba. Algo que Valeria nunca había despertado: pureza, coraje, una voluntad real de estar a su lado, sin interés en poder o estatus.

Fernando alzó el vaso, como si brindase a un destino que no podía controlar.

—Mereces más que esto, Elena— murmuró—. Pero no consigo dártelo.

En la última noche en Córdoba, tras el cierre de un gran acuerdo, los hermanos fueron llevados nuevamente a una discoteca lujosa. Alejandro, como siempre, se sumergió en los bailes y en los flirteos. Fernando permaneció en el rincón, indiferente.

Cuando finalmente salieron, ya de madrugada, Alejandro, medio embriagado, no perdió la oportunidad de provocar:

—Ella es una diosa...

—¡Cállate!

—Ella es fuerte, Fernando. Tal vez más fuerte que tú. Y si yo fuera tú... la cuidaría.

Fernando se detuvo en la acera, la mirada gélida fija en el hermano. Lo agarró por el cuello de la camisa y dijo entre dientes:

—Alejandro... si alguna vez osas cruzar esa línea, no será solo una pelea de hermanos.

Alejandro sonrió, pero esta vez había algo serio en sus ojos.

—Relájate, hermano. No voy a cruzar ninguna línea. Solo quiero que te des cuenta de lo que tienes en manos antes de que sea tarde.

Fernando entró en el coche en silencio. El motor rugió, llevándolos de vuelta al hotel. Pero dentro de él, el conflicto apenas comenzaba.

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