 
                            Rein Ji Won, la inalcanzable "Reina de Hielo" del Instituto Tae Son, es la heredera de un imperio empresarial, y por lo mismo un blanco constante. Su vida en la élite de Seúl es una jaula de oro, donde la desconfianza es su única aliada.
Cuando su padre Chae Ji Won regresa de un viaje de negocios que terminó en secuestro, trae consigo un inesperado "protegido": Eujin, un joven de su misma edad con una sonrisa encantadora y un aire misterioso que la intriga de inmediato. Rein cree que su padre solo está cumpliendo una promesa de gratitud. Lo que ella no sabe es que Eujin es un mercenario con habilidades letales y un contrato secreto para ser su guardaespaldas.
La misión de Eujin es clara: usar todo su encanto para acercarse a la indomable heredera, infiltrarse en su círculo y mantenerla a salvo.
En el juego del lujo, las mentiras y el peligro, las reglas se rompen.
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Capítulo 10: El Regreso del Destino
...La Vida Trenzada...
Siete años habían pasado desde que Eujin Min Song, el mercenario renegado, se convirtió en el nieto de Busan. Siete años de paz, estabilidad y trabajo honesto. El chico de dieciete años que se había ido de Seúl con un corazón roto y un pasado turbulento era ahora un hombre de veinticinicinco, con la calma y la seguridad de quien ha encontrado su propósito.
La luz de la mañana bañaba el pequeño pueblo en las afueras de Busan. Eujin, ahora más alto, con un físico robusto y el rostro marcado por las líneas de la madurez, caminaba con una soltura que gritaba "local". Vestía unos jeans gastados, una camiseta de algodón y una chaqueta ligera.
Entró en la única tienda de conveniencia de la zona.
—¡Buenos días, Ahjumma! —saludó Eujin a la dueña, una mujer de unos sesenta años que conocía a todos.
—Eujin-ah, ¡qué guapo amaneciste hoy! ¿Vienes por el café? —preguntó la dueña.
—Y por pañales para la abuela. Y quizás por unas galletas para mi abuelo, necesita energía para el viaje al mercado.
Eujin pagó, intercambió unas bromas con un par de ancianos que jugaban al Go afuera, y subió a su camioneta pick-up 4x4, que ahora era su oficina móvil, su transporte de mercancías y su vehículo de rescate familiar.
La vida de Eujin se había trenzado en dos hebras: la tierra y el código.
Durante la mañana, era el nieto del granjero, trabajando en el huerto y el gallinero. El Abuelo Min, ahora con más de ochenta años y las manos fatigadas, ya no trabajaba en la granja, pero era el jefe de logística. Se sentaba en el asiento del pasajero de la 4x4, dando consejos y contando historias mientras Eujin conducía al mercado central para vender sus huevos y verduras.
—Eujin, recuerda lo que te dijo el Señor Park. ¡No le vendas ese kimchi demasiado ácido! ¡A ese hombre le gusta suave! —indicó el abuelo, con una lucidez admirable.
—Entendido, Abuelo. Sin acidez para el Señor Park —sonrió Eujin, con paciencia infinita.
La Abuela Min ahora pasaba la mayor parte del tiempo en cama, su memoria navegando en el pasado. Eujin le dedicaba sus mañanas, le leía, y ella, de vez en cuando, lo miraba con los ojos brillantes y recordaba su rostro.
—Eres tan apuesto como mi primer amor, Eujin-ah —decía ella, y eso era un triunfo para él.
Por las tardes, Eujin se transformaba en el experto en ciberseguridad. Su pequeña empresa, 'Epsilon Security', se había ganado una reputación en Busan por su discreción y eficacia, blindando los sistemas de pequeños bancos, supermercados y empresas de marketing locales. Era un fantasma, pero uno útil y legal. La promesa de limpiar su pasado estaba a punto de completarse.
...La Constelación del Campo...
La paz en el pueblo le había dado a Eujin un círculo de personas leales, una familia elegida.
En el mercado, Eujin fue a dejar la mercancía en el Supermercado Lim. Allí, se encontró con Seo-Yeon Lim, la hija del dueño, ahora una mujer de veinticinco años, con el cabello largo y un espíritu tan vivaz como el mercado. Ella había sido su compañera en la Universidad de Busan, donde Eujin había cursado a distancia cursos avanzados de ingeniería de software.
—¡Eujin Min Song! ¡Por fin llegas! ¡Estás tarde! —exclamó Seo-Yeon, con un tono que era una mezcla de regaño y afecto.
—Llego a tiempo, Seo-Yeon. El tráfico en el camino de la colina es brutal. ¿Están bien estos huevos de gallina feliz?
Seo-Yeon revisó la caja, su rostro se acercó peligrosamente al de Eujin.
—Son perfectos, como siempre. Te dije que los venderíamos todos. Y no olvides la cena de esta noche. Mi madre hace bulgogi.
Seo-Yeon no ocultaba su crush con Eujin. Ella había estado presente en su vida durante los últimos años, una constante de afecto y discusiones tontas. Él la quería, como a una amiga, pero su corazón, a pesar del tiempo, seguía sellado.
—No puedo, Seo-Yeon. Tengo una reunión importante en la oficina —dijo Eujin.
—¡Tonterías! Es sábado. Tu 'oficina' es un pretexto. ¿Sigues esperando a tu 'princesa de Seúl'? —dijo Seo-Yeon, el tono se volvió más serio.
Eujin la miró, su sonrisa se borró.
—No hablemos de eso, Seo-Yeon. Sabes que mi vida es aquí.
—Lo sé. Pero me irrita que un hombre tan bueno se quede esperando un fantasma. ¡Siete años, Eujin!
—Seo-Yeon. Amigos. ¿Sí? —Eujin le dio una palmadita en el hombro, con cariño, pero marcando la distancia.
Su siguiente parada fue el local de su otro amigo, Joon Sou-min. Joon, de la misma edad, era un hombre bonachón y apasionado por la cocina. Había ayudado a los abuelos de Eujin de niño y ahora regentaba un pequeño bar donde también servían gimbap y tteokbokki.
—¡Eujin-hyung! ¡Llegas justo a tiempo! Hice tu favorito. Gimbap de atún picante —saludó Joon, extendiéndole un rollo envuelto.
—Gracias, Joon. Eres un genio. Nadie hace el gimbap como tú.
Joon sonrió.
—Me alegra que te guste. Oye, ¿vas a ir a la oficina? Te veo muy formal.
—Sí. Hay una reunión que me está presionando mi asistente.
—Cuídate. Y no dejes que el dinero te haga olvidar el sabor del kimchi de tu abuelo.
—Nunca.
...El Asistente Emocionado y el Socio Secreto...
Eujin llegó a su pequeña oficina de 'Epsilon Security', ubicada en el tercer piso de un edificio de oficinas moderno. El espacio era funcional, con servidores y varias pantallas.
Allí estaba su asistente, Han Kyeong-Hwan, un joven recién graduado de Seúl, con gafas y una energía hiperactiva.
—¡Jefe! ¡Por fin! ¡Pensé que no vendrías! —dijo Han, ajustándose las gafas con nerviosismo.
—Te dije que no quería socios, Han. Estoy bien con los clientes locales. Me gusta la discreción.
—¡Lo sé, Jefe! Pero este es diferente. Es una gran corporación de Seúl. ¡Podría catapultarnos! ¡Y el contacto insistió en que tenía que ser usted! ¡No aceptó a nadie más!
—¿Y por qué tanta insistencia? ¿Y por qué el sábado por la tarde?
—No sé, Jefe. El contacto fue muy reservado. Dijeron que era una oportunidad única. Un acuerdo bilateral para proteger sus sistemas de ciberseguridad a nivel global. ¡Un holding que está reestructurando su seguridad! Le dije que eras el mejor, le rogué que te esperara, ¡que eras el único que podía hacer el trabajo!
Eujin se sentó en su silla, suspirando. Había prometido a sí mismo no volver a Seúl. No quería la atención de las grandes corporaciones. Pero su misión de limpiar su pasado requería recursos, y un contrato global podría proporcionarlos.
—De acuerdo. Haz que pasen, que sea rápido. No tengo tiempo para juegos.
Han Kyeong-Hwan salió corriendo. Eujin se recostó, la mano inconscientemente tocando el collar de plata que llevaba siempre. Dentro, tenía una diminuta cadena con una diminuta pieza de metal grabada. La había hecho con la primera moneda que ganó en Busan, una promesa a Rein.
La puerta de su oficina se abrió lentamente.
En lugar de un abogado corporativo o un traje aburrido, entró una mujer.
Era Rein Ji Won.
No era la chica que había visto en la televisión. Era una mujer de veinticinco años, vestida con un traje de pantalón de diseñador que gritaba poder y precisión. Su cabello oscuro era más largo, pero el corte era tan afilado como su mirada. No había un ápice de la Reina de Hielo de antaño, sino una Emperatriz. Su figura era esbelta, su presencia era una fuerza.
Eujin se puso de pie, su corazón dando un salto violento que lo regresó de Busan a Seúl en un solo instante. El mercenario, el granjero, el ciberdefensor, se quedó congelado.
Rein cerró la puerta a sus espaldas. No había sonrisa, no había saludo, solo una intensidad azul y penetrante en sus ojos, la misma intensidad que había visto en la azotea hace siete años.
Se acercó lentamente al escritorio de Eujin, sus tacones resonando con autoridad en el suelo. Se apoyó en el borde de su escritorio, sin romper el contacto visual.
—Han Kyeong-Hwan me dijo que eres el mejor en el sur. Epsilon Security. Tienes una reputación.
—Señorita Ji Won —dijo Eujin, su voz tensa, el nombre sintiéndose como un insulto a la intimidad que habían compartido.
Rein no parpadeó.
—Mi padre ha vendido sus acciones. Ahora yo dirijo Ji Won Global. Y estamos reestructurando nuestra seguridad. Necesito al mejor. He pasado siete años buscándote, Eujin Min Song.
Ella sacó una tarjeta de presentación simple, con el logotipo de su corporación, y la deslizó sobre el escritorio.
—El Primer Ministro Kim ya no es una amenaza. Tu viejo batallón fue desmantelado hace tres años. Y yo estoy de vuelta para reclamar mi territorio.
Rein se inclinó, su rostro peligrosamente cerca. Su aliento era un susurro que encendió viejos recuerdos.
—Me hiciste una promesa. Dijiste que volverías por mí. Yo te dije que te esperaría, pero tuve que venir a buscarte porque tardabas demasiado.
Rein sonrió, no con frialdad, sino con una posesividad que era toda suya.
—Me gustaría hacer oficial nuestra sociedad. Y nuestro reencuentro. Soy Rein Ji Won. Y he venido a Busan para ser tu socia.